Capítulo catorce

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Mayo 17, 2017.

Estaba harto de todos mis compañeros de curso, no los soportaba más. No quería ver nunca más a ninguno cuando terminara el secundario. Eran todos unos boludos. El único que se salvaba era Lucas aunque también era un boludo.

Lucas
No te olvides de traer a Lolita a casa.

Guarde el celular en mi mochila después de leer el mensaje y la colgué en los hombros. Lucas estaba resfriado hace tres días y me había pedido que acompañara a su hermana de su casa al secundario. No tenía problema porque siempre venía con los dos, pero era diferente estar solo con ella.

Lola caminaba a mi lado con sus manos a los lados. Si escuchaba cualquier ruido comenzaba a tocarse las manos y parpadear rápido. Tenía miedo de que le diera un ataque estando solo con ella. No sabría que hacer y de solo pensarlo me angustiaba un poco. No me gustaría verla por primera vez con un ataque.

Mire el viejo reloj de aguja de la pared. Lola debía estar esperándome fuera hace media hora porque su curso salía antes. Lo más rápido que pude camine por el pasillo hasta la salida y la busqué con la mirada, pero no la encontraba. Era extraño porque ella siempre esperaba parada cerca del mástil de la bandera.

Saqué el celular de la mochila y me di cuenta que había un mensaje que no había visto.

Dolores
Ayuda.

Entre de nuevo al secundario. Hace unas semanas que la veía con los brazos o las piernas marcadas. Estaba seguro que alguien se las hacía y cuando supiera quién era me iba a encargar de ese infeliz que se atrevía a tocarla.

Revise cada curso, pero estaban vacíos. Lo último que quedaba era buscarla en el baño de chicas. No me importaba nada y entré.

—¿Dolores?

Me acerqué al único cubículo que estaba cerrado. Había alguien ocupándolo y sabía que era ella por los zapatos blancos pintados con flores.

—¿Rodrigo?

—Si, soy yo.

No supe como reaccionar cuando la vi salir con los ojos rojos y la frente escrita: fenómeno.

—¿Quién te escribió eso? —le pregunte intentando mantenerme calmado. Sentía que la sangre me comenzaba a hervir.

—Ruth me escribió la frente con tinta indeleble mientras sus amigas me agarraban fuerte de los brazos y me gritaban insultos.

Tenía ganas de salir a buscarla, pero no podía hacerle nada a ella ni a sus amigas.

—¿Puedo limpiarte la frente?

—Si.

Intente limpiarle la frente solo con agua. No había jabón ni papel. Pero no se le quitaba. Puse mi mochila a un lado del espejo para sacar las tijeras de mi cartuchera.

—¿Te hago un flequillo? Es para que no se te vea lo que tenés escrito en la frente porque no te lo puedo quitar.

—Si.

Por suerte el cepillo de pelo de Lucas estaba en mi mochila. El dejaba sus cosas en la mía hasta sus documentos importantes para no perderlas.

Le hice un flequillo no tan malo que tapaba esa palabra. Le sonreí aunque no me mirara. Ella nunca me había mirado. Era normal que no pudiera mantener contacto con nadie, pero a veces quería verla a los ojos.

—Te llevo a tu casa.

Ella se puso los auriculares en la cabeza apenas salimos afuera. No podía dejar de mirarla. Pensar que la lastimaban me hacía sentir enojado porque no podía defenderse sola. Necesitaba hacer algo para que esas minas entiendan que no pueden tocarle ni un pelo a Dolores.

—¡Figuritas! —gritó un vendedor, asustándola.

Me detuve al ver a Dolores observar las pequeñas figuritas de flores. Ella comenzó a nombrarlas mientras las señalaba una por una. Me acerqué rápido porque llegábamos un poco tarde.

—Dolores...

—Esta es una amapola.

Las flores me parecía todas iguales, pero no iba a decírselo. Si hablar de lo que a ella le gustaba le hacía olvidar lo que le había pasado iba a dejar que lo hiciera. Tampoco me molestaba escucharla.

—Esta es mi flor favorita —sonrió, mostrando los dientes. —Los lirios.

Metí mi mano en mi bolsillo para sacar un billete. Me había gastado casi todo lo que tenía en un cajón con botellas de cerveza, escondida bajo la cama de Lucas. Sus viejos no lo dejaban tomar alcohol porque era menor aún. Si se enteran que tomaba desde los quince y por mi culpa no me hubieran dejado volver a pisar su casa.

—Lo compro —dije, extendiendo el billete hacía el vendedor que se mantuvo callado, mirando a Dolores como si fuera una extraña por como actuaba.

Me llamo la atención una figura de pingüino que entre las aletas tenía un corazón. La agarré junto a las de flores para dárselas a ella.

—Gracias —dije cuando me devolvió el vuelto.

—Gracias —repitió ella.

Ella comenzó a caminar.

—Dolores.

No me escucho.

—Dolores —repetí sin levantar la voz. No quería por nada del mundo asustarla.

La mirada la tenía en las figuritas. Era como si no estuviera a su lado, llamándola. Estaba en su mundo.

—Lola, Lola.

Ella levanto la cabeza. Me había escuchado. Era la primera vez que me prestaba atención.

—¿Y si pegamos las figuritas en tus auriculares?

—Si.

—¿Querés que lo haga yo?

—Si.

—Me voy a acercar un poco, si querés que me aleje me lo decís.

Comencé a pegar las figuritas en sus auriculares. La observe un poco mientras lo hacía. No me había fijado tanto en Dolores porque la consideraba como casi una hermana, pero en ese momento lo hice. Sentía al verla algo que no podía describir porque no sabía bien que es lo que era. No entendía porque, pero algo cambio.

—Listo.

Ella se quitó los auriculares para mirar las figuritas de flores.

—Me encanta —dijo con una sonrisa.

—A mi también.

Y no me refería a las figuritas.

Lola, Lola ; Rodrigo Carrera, CarreraaaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora