Parte II. La Mariscal de Iroshtar. Capítulo 2.

9 7 0
                                    


Sirvarth.


-Acaba de una vez -se impacientaba.


Iloschándra embebía la herida con un espeso emplaste de penetrante olor. Sus dedos se sentían como garras, aunque sabía de la suavidad de sus manos de sanador. Como siempre, los ingredientes de sus medicamentos eran secretos. Y como siempre desde que demostraran su efectividad, ella confiaba en lo que hacía.


-Ese tipo sabía bien dónde dirigir su arma. No comprendo cómo no te desangraste hasta morir. Deberías hacer reposo.


-¿Sabes que los hombres apuestan por el día en que dejes de asombrarte de mis heridas, Iloshchándra? -apretó más los dientes al tratar de sonreír. Pero era demasiado el dolor y solo le salió una mueca.


-Claro que lo sé. Y por supuesto que no me hace gracia, Máralad -él la miró desde sus ojos tatuados según la costumbre de los isleños barladenses-. Nunca entenderé cómo lo haces, o qué tanto te ayuda mi trabajo, solo sé que un día puede que nada sea suficiente para que no te desangres como un cerdo. Y sin darle tiempo a emitir ni una palabra presionó los dos labios del hondo piquete del muslo, pegando la piel, mientras siseaba un ensalmo para ayudar a la anestesia del mejunje aplicado -que no hizo mucho cómo hubiese deseado.


-¡Por tus ancestros! -bufó, engarrotando los dedos contra las enormes raíces nudosas del sicomorral que le hacía de asiento. Tenía el pellejo duro, siempre se las arreglaba para recuperarse con asombrosa rapidez, incluso de heridas fatales, pero estaba lejos de ser inmune al dolor.


En su inexplicable capacidad sanadora no quería pensar. Muchas veces, desde que abrazara su nueva vida en Franjo seis años atrás, ella misma se había preguntado por qué se recuperaba de heridas graves, peores de las que sufrían otros hombres que la doblaban en fuerza y músculos y que terminaban muriendo.


Quizás tenía que ver con la vida que había dejado en Imperiae... Pero tras seis años sin respuestas, tal vez nunca lo averiguaría.


-Hoy se me acercó el Kayi Báidikost -le comentó el sanador tras lanzar una mirada a su alrededor-. Estuvo preguntando sobre mis habilidades, sobre mis técnicas y medicinas.


La fronda del esbelto sicomorral se batía con suavidad, invitando a un descanso. Mas el ajetreo a su alrededor, de hombres desmontando lo que quedaba del campamento, borraban el arrullo. Y el escenario allá abajo, en la planicie del valle, la larga procesión entraba apretujada a Yamedal, rebasaba también el invite del árbol. Al escucharlo, dejó de mirar el mar de aceros y arrugó el ceño: el cuñado de Ertgarld era uno de sus más fehacientes detractores.


-Anda otra vez buscando pruebas de que soy un démonik... -murmuró.


Hacía tiempo se había extendido ese rumor, sin dudas relacionado al asunto de su asombrosa capacidad de recuperarse de las heridas, sobre todo de las que se consideraban mortales. El rumor en sí no la afectaba. Con el apoyo del Kaitán nadie la enfrentaría directamente con semejante locura. Pero cada vez los nobles iroshís estaban más inquietos. Cada vez hallaba más obstáculos y censuradores en las asambleas y consejos que se celebraban. Que la acusaran de pertenecer a la raza que casi había borrado al continente podía tornarse algo serio, y más si esa acusación venía de la familia del propio Kaitán.


-Esto no será suficiente. Ha sido un tajo hondo y debes guardar reposo. No es bueno tentar a los dioses de la suerte -le advirtió Iloschándra al terminar de ajustar la venda limpia.


No le respondió. El sanador no era nuevo en aquellos menesteres de la guerra, sabía cuántos quehaceres implicaba para ella la toma de un bastión enemigo.


-¿Me escuchaste? Delega todo lo que puedas y descansa. Lo necesitas -él insistió, no obstante, alcanzándole un pantalón de lana que tenían cerca.


-Eso no será posible -ella se levantó, y ayudada por el viejo sanador comenzó a despojarse de la prenda rota.


El preparado que había aplicado comenzaba a hacer su rápido efecto: sentía cierto entumecimiento en el muslo, algo incómodo pero mucho más soportable al dolor.


-Iré a verte apenas pueda -se embutió la pieza de lana ayudada por él. Se mordía lo labios para que no se le escapase un quejido. -No es momento de alejarse de las responsabilidades, Iloschándra. No puedo permitirme eso que pides -y ya anudándose el cinturón con las armas a la cadera: -Y por Báidikost no te preocupes, cojearé de más para sus ojos. Y para los de todos, ya que estamos -y le sonrió, optimista.


La victoria sobre Yamedal era tan dulce que nada podía enturbiar su alegría, ni siquiera ese zorro conspirador de Báidikost, que últimamente metía demasiado el hocico en sus asuntos.

La última guerrera.Where stories live. Discover now