Parte VI. La Sarlyá de Tulvwar. Capítulo 3.

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Taiyane Sarlyá.

—El conde es nada más y nada menos hermano de uno de los hombres de confianza de la Mariscal. —Disfrutó la sorpresa que causaron sus palabras en los otros dos. —Por favor, conde, siéntese con nosotros y comparta la mesa de Agrísh.

El apuesto conde, dirían los poetas, la besó con la mirada al sentarse.

—¿De confianza de la Mariscal? —Tadeshar parecía hacer memoria. —Debo haberle visto. ¿Quién es?

—Mi hermano menor es la mano derecha de la mercenaria que Iroshtar tiene a la cabeza de sus ejércitos —se regodeó el conde, tomando casi con desdén una tajada de manzana especiada de la bandeja que había ante ellos. —Él, como yo, anhela restaurar la gloria y dignidad a la vieja Franjia. Tanto así que no ha dejado de enviarme parte del botín que cae en sus manos…

—No veo como eso debería agradarnos —el orgullo de Iakendaraz dio un coletazo. —Tu hermano se llena los bolsillos con despojos nuestros gracias a esa bruja, ¿y tienes el descaro de regodearte de ello ante nosotros, y de nuestra Sarlyá?

Un pesado silencio anidó entre los cuatro. Pero solo por un par de segundos.

—Iakendaraz, por lo Once —rompió ella la tensión con una espontánea sonrisa, como si acabaran de soltarle un buen chiste, —deja que el conde termine de hablar.

—Gracias, mi Sarlyá —el conde inclinó la cabeza en humilde gesto. —Tranquilice sus pesares, general, eso que llamas despojos de Tulvwar es una carga nada despreciable que he retornado a sus legítimos dueños.

—¿Dices que tu hermano nos es fiel? ¿Espía para nosotros también, o solo nos manda parte del botín arrebatado?

—Si es su mano derecha como dices, —Tadeshar no dio tiempo a que el conde pudiese responder las preguntas del general, —no veo cómo puede convenirle perder su estatus. Después de todo, conde, no es él quien está asilando en Karstere en espera de favores del Sarl y la Sarlyá…

No necesitó mediar esta vez.

—No, no espía. Al menos aún no —el conde Lísagor no pereció inmutarse ante la hostilidad. —Pero las lealtades pueden cambiar, Soian, tanto como los destinos atrapados en los caprichosos tejeres de la guerra. Usted mismo, ya no tiene su amado Yamedal. —Tadeshar enrojeció. —Si pongo a mi hermano a elegir entre su actual status, como dice, su jefa y su vida de mercenario, la gloria y los tesoros que ha obtenido, todo eso en un lado de la balanza y en la otra el sueño que hemos tenido desde que éramos niños, el de revivir Franjia de sus cenizas y volver a hacerla grande bajo el estandarte de los Pendrarróat, elegirá lo segundo. No les quepa duda, mis señores.

Los dos tulvwarenses cruzaron miradas en silencio y luego las dirigieron hacia ella.

—¿Ven, mis fieles? Son tantas las buenas noticias de hoy que deseo celebrar —alzó su bebida. —Con el favor de los Once, mañana amaneceremos un paso más cerca de la victoria.

Los tres hombres la imitaron:

—¡Qué la gran Agrísh derrame bendiciones sobre usted, Sarlyá!

—¡Por la victoria, mi Sarlyá, que sea la voluntad de los Once Divinos!

—¡Por la gloria de Tulvwar y de nuestra bella e inteligente Sarlyá!

Bebió con amplia sonrisa.

Ahora comprendía un poco los estados de ánimos del Sarl, tan efusivo a veces y tan rabioso otras: todo en dependencia del éxito o fallo de sus planes, planes como estos que ella tramaba y que no eran sino una pequeña cucharada de todo el poder que pasaba por las manos de su soberano y compañero. ¡Y bien que podía acostumbrarse a tajadas más grandes!

¡Al diablo con las transgresiones!

Las seductoras perspectivas la mantuvieron de buen humor el resto de la noche.

La última guerrera.Where stories live. Discover now