Parte I. La fortaleza de Piender. Capítulo 1.

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Continente Imperiae.

Fortaleza de Cabo Piender. Punto más occidental.

Veinte años después de la desintegración del Imperio en Cortes.

Maxe.

Tras pasar el portón casi todos los presentes en el patio dejaron lo que hacían para clavar sus miradas en Sirvarth, que cojeaba delante del grupo llevando al caballo por la brida. Desde su montura, detrás de ella, él tampoco podía apartar la vista. Ni la tosca cota de malla podía ocultar las formas femeninas de la guerrera imperial.

-¡Maxe! -escuchó a Barstan llamarle desde un grupito que herraba a un caballo.

Apartando la mirada, como quien despierta de una ensoñación, enfiló hacia el mozo.

-No acabo de comprender este circo. ¿Por qué Kurtan la puso al frente? -gruñó uno de los del grupo cuando él arribaba-. Dos desembarcos y ya cinco escaramuzas, la cosa es seria, no para andarse con romanticismos.

-Sí. Esos malditos se están envalentonando-. resopló Barstan sujetando la pata del animal de turno, un caballón ruano. Y con él: -¿Qué, cómo les fue?

-Lucharon bien. Pero nosotros mejor-. Le respondió bajándose de su montura con gestos cansados.

-¿Y ella? ¿Cómo luchó, Maxe? -insistió Barstan.

Los demás hombres del grupo quedaron expectantes, deteniendo momentáneamente sus tareas.

Él, que ya se despojaba de sus gastados guantes, se volteó hacia donde se había detenido Sirvarth. La guerrera hablaba con Kurtan, el comandante de la fortaleza, y se prendía la capa borgoña que la identificaba como guerrera imperial, y que se había quitado para la escaramuza.

-¿Ella? Pues menudo espectáculo -resopló con contrariedad y se mesó el cuero cabelludo por debajo de un mechón gris. Ahí tenía un corte reciente, resultado del combate-. Casi muerde el polvo ¡la muy...! Perdió el equilibrio, se le resbaló la lanza, ¡qué sé yo! ¡Por poco se cae en medio de la maldita carga! Mujeres en malla ni ocho pepinos... -y subrayó su recelo soltando un escupitajo a las polvorientas piedras del suelo.

Y llevaba razón. La cosa era más que seria. La última vez que hubo escaramuzas en la fortaleza de Piender fue cuando aún quedaban elfos en las Barralidas, las montañas que se dibujaban cerca, cuan una descomunal dentadura amenazando a los cielos. Y desembarcos no se habían producido desde los inmemoriales tiempos de la Guerra de Las Hordas. Pero por algún motivo, a ese punto tan apartado de la geografía seguían llegando forasteros en sus rápidos barcos, forasteros que no hablaban ninguna de las lenguas que él, en sus cincuentaypico, conociera ya en el populoso Imperiae.

Para coronar todo, la situación se agravó aún más cuando, quince días después de aquella plática en los patios, la fortaleza fue asediada.

La última guerrera.Where stories live. Discover now