Capítulo 50

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Capitulo 50
 
—¡Feliz Navidad, guapa! —Kenji abrió la puerta a Serena, que tiritaba de frío en el umbral.
—Feliz Navidad, papá. —Sonrió y le dio un gran abrazo. Olisqueó mientras deambulaba por la casa. El delicioso aroma a pino mezclado con el del vino y el de la cena que se estaba cociendo le provocó una punzada de soledad. La Navidad le recordaba a Diamante. Diamante era la Navidad. Un paréntesis que disfrutaban juntos dejando al margen la tensión del trabajo y que dedicaban a recibir a parientes y amigos, así como a gozar de su intimidad. Lo echó tanto de menos que se le revolvió el estómago.
Aquella mañana, había visitado su tumba para desearle una feliz Navidad. Era la primera vez que había estado allí desde el funeral.
Había sido una mañana triste. Ningún paquete debajo del árbol para ella, ningún desayuno en la cama, ningún ruido, nada. Diamante había expresado su voluntad de que lo incinerasen, lo que significaba que
Serena se encontró frente a una pared en la que figuraba grabado su nombre. Y lo cierto era que se sintió como si estuviera hablando con una pared. Sin embargo, le contó cómo había pasado el año y los planes que tenía para aquel día, que Molly y Nephrite estaban esperando un niño y que tenían previsto llamarle Diamante. Le contó que sería su madrina y que también la dama de honor en la boda de Ami. Le explicó cómo era Taiki, ya que Diamante no lo conocía, y le habló de su nuevo trabajo. No mencionó a Seiya. Había tenido una sensación extraña, allí de pie hablando consigo misma. Deseó que la embargara un sentimiento profundamente espiritual que le revelara que Diamante estaba allí con ella escuchando su voz, pero a decir verdad lo único que sintió fue que estaba hablando con una pared gris.
Tratándose del día de Navidad, su situación no tenía nada de extraordinaria. El cementerio estaba lleno de visitantes, familias que llevaban a sus ancianos padres y madres a visitar a sus cónyuges fallecidos, mujeres jóvenes como ella deambulando a solas, hombres... Observó a una joven madre que se echó a llorar ante una lápida, mientras sus dos asustados hijos la miraban sin saber qué hacer. El menor no podía tener más de tres años. La mujer se había enjugado enseguida las lágrimas para proteger a sus hijos. Serena se alegró de poder permitirse ser egoísta y preocuparse sólo de sí misma.
La maravilló que aquella mujer tuviera la fuerza necesaria para salir adelante teniendo dos críos de los que preocuparse, y su recuerdo la asaltó varias veces a lo largo del día.
En general no había sido un gran día.
—¡Vaya, feliz Navidad, cielo! —la saludó Ikuko, saliendo de la cocina con los brazos abiertos para abrazar a su hija.
Serena se echó a llorar. Se sentía como el niño del cementerio.
Todavía necesitaba a su madre. Ikuko tenía el rostro enrojecido del calor de la cocina y la calidez de su cuerpo reconfortó el corazón de Serena.
—Perdona —dijo Serena, enjugándose las lágrimas—. No quería hacer una escena.
—No pasa nada —susurró Ikuko con voz tranquilizadora, estrechándola con más fuerza. No era preciso que dijera nada más, su mera presencia bastaba.
 
Presa de pánico, Serena había ido a visitar a su madre la semana anterior al verse incapaz de resolver la situación con Seiya. Ikuko, una madre poco dada a hacer pasteles, estaba en plena faena preparando la tarta de Navidad para la semana siguiente. Tenía rastros de harina en la cara y el pelo y llevaba el suéter arremangado por encima de los codos. El mostrador de la cocina estaba lleno de pasas y cerezas desperdigadas. Harina, masa, fuentes de hornear y papel de plata cubrían las superficies. La cocina estaba decorada con adornos de colores brillantes y un maravilloso aroma festivo llenaba el aire.
En cuanto Ikuko vio el rostro de su hija, ésta supo que su madre adivinaba que algo iba mal. Se sentaron a la mesa de la cocina, dispuesta con servilletas navideñas verdes y rojas con dibujos de Santa Claus, renos y árboles de Navidad. Había cajas y cajas de galletas de Navidad listas para que la familia se las disputara, bizcochos de chocolate, cerveza y vino, el lote completo... Los padres de Serena se habían abastecido bien para recibir a la familia Kennedy.
—¿Qué te ronda por la cabeza, hija? —preguntó su madre, tendiéndole una fuente de bizcochos de chocolate.
A Serena le tembló el estómago pero no se vio con ánimos de comer. Había vuelto a perder el apetito. Respiró hondo y explicó a su madre lo que había sucedido entre ella y Seiya, planteándole la decisión a la que se enfrentaba. Ikuko la escuchó atentamente.
—¿Y tú qué sientes por él? —preguntó Ikuko, estudiando el rostro de su hija.
Serena se encogió de hombros con impotencia.
—Me gusta, mamá. De verdad que me gusta, pero... —Volvió a encogerse de hombros y se calló.
—¿Es porque todavía no te ves preparada para iniciar otra relación? —preguntó su madre con delicadeza.
Serena se frotó la frente.
—No lo sé, mamá. Tengo la impresión de no saber nada. — Meditó un momento y añadió—: Seiya es un amigo fantástico. Siempre está ahí cuando le necesito, siempre me hace reír, logra que me sienta bien conmigo misma... —Cogió un bizcocho y se puso a apartar las migas—. Pero no sé si alguna vez estaré preparada para otra relación, mamá. Puede que sí, puede que no; puede que nunca vaya a estar más preparada que ahora. Seiya no es Diamante pero tampoco espero que lo sea. Lo que ahora siento es algo distinto, aunque también sea bueno. —Hizo una pausa para pensar en ello—. No sé si alguna vez volveré a amar de la misma manera. Me cuesta trabajo creer que eso vaya a pasar, pero resulta agradable pensar que alguna vez ocurrirá. —Sonrió con tristeza a su madre.
—Bueno, no sabrás si puedes hasta que lo intentes —dijo Ikuko, tratando de alentarla—. Lo importante es no precipitarse, Serena. Sé que ya lo sabes, pero lo único que quiero es que seas feliz. Te lo mereces. Y que esa felicidad sea con Seiya, con el hombre de la Luna o sin compañía es lo de menos, sólo quiero verte feliz.
—Gracias, mamá. —Serena sonrió débilmente y apoyó la cabeza en el mullido hombro de su madre—. El caso es que aún no sé cuál de esas cosas me hará feliz.
Por más reconfortante que fuera su madre aquel día, le resultaba imposible tomar una decisión. Antes debía pasar el día de Navidad sin Diamante.
El resto de la familia, salvo Mina que seguía en Australia, se unió a ellos en la sala de estar y uno por uno la felicitaron con calurosos abrazos y besos. Se reunieron junto al árbol para repartir los regalos y Serena se permitió llorar sin reparos. Le faltaba energía para reprimir el llanto e incluso para preocuparse por eso. Sin embargo, aquellas lágrimas fueron una extraña mezcla de alegría y tristeza, una peculiar sensación de sentirse sola pero amada.
Serena se escabulló del salón para disfrutar de un momento de intimidad. Tenía la cabeza hecha un lío y necesitaba ordenar sus ideas.
Se encontró en su antiguo dormitorio mirando por la ventana el oscuro día borrascoso. El mar embravecido y proceloso la hizo estremecer.
—Así que aquí es donde te has escondido.
Serena se volvió y vio a Andrew, mirándola desde el umbral de la puerta. Esbozó una débil sonrisa y se volvió de nuevo hacia el mar, indiferente a su hermano y su falta de apoyo en los últimos tiempos.
Escuchó el oleaje y observó cómo el agua negra se tragaba el aguanieve que había comenzado a caer. Oyó un profundo suspiro de Andrew y notó su brazo en los hombros.
—Perdona —susurró Andrew.
Serena arqueó las cejas con indiferencia y siguió mirando al frente.
Andrew asintió parsimoniosamente con la cabeza y dijo:
—Tienes derecho a tratarme así, Sere. Últimamente me he portado como un perfecto idiota. Y lo siento mucho.
Serena se volvió para mirarlo a los ojos y le espetó:
—Me dejaste tirada, Andrew.
Andrew cerró los ojos como si la mera idea le doliera.
—Lo sé. No he sabido manejar la situación, Sere. Me resultaba muy duro enfrentarme a Diam... Ya sabes...
—Muerto —concluyó Serena.
—Sí. —Andrew apretó los dientes y dio la impresión de haberlo aceptado al fin.
—Tampoco fue nada fácil para mí, ¿sabes, Andrew? —Se hizo el silencio entre ellos—. Pero me ayudaste a embalar sus cosas. Seleccionaste sus pertenencias conmigo y conseguiste que me resultara mucho más llevadero —añadió Serena, confusa—. Me echaste una mano y te lo agradecí. Pero ¿por qué desapareciste de repente?
—Dios mío, aquello fue muy duro —dijo Andrew, negando apesadumbrado con la cabeza—. Tú eras tan fuerte, Sere... Eres tan fuerte —se corrigió—. Deshacernos de sus cosas me dejó hecho polvo, ir a tu casa sin que él estuviera allí... fue demasiado. Y además me di cuenta de que estabas haciendo buenas migas con Haruka, así que supuse que no habría problema si yo pasaba a segundo plano porque le tenías a él... —Se encogió de hombros y se sonrojó, sintiéndose ridículo al exponer sus sentimientos.
—Eres tonto, Andrew —dijo Serena, dándole un leve puñetazo en la barriga—. Como si Haruka pudiera sustituirte. Andrew sonrió.
—No sé, no sé, se os ve muy amiguetes últimamente.
Serena volvió a ponerse seria.
—Haruka me ha dado todo su apoyo a lo largo de este último año y créeme si te digo que la gente no ha dejado de sorprenderme durante esta experiencia —agregó dándole un codazo—. Dale una oportunidad, Andrew.
Andrew dirigió la mirada hacia el mar y asintió lentamente, asimilando lo que Serena acababa de decir.
Serena lo rodeó con los brazos y agradeció el reconfortante abrazo de su hermano. Estrechándola aún con más fuerza, Andrew dijo:
—Ahora estoy a tu lado. Dejaré de ser egoísta y cuidaré de mi hermana pequeña.
—Oye, que a tu hermana pequeña le está yendo muy bien por su cuenta, gracias —contestó Serena, observando cómo el mar se estrellaba con violencia contra las rocas y los rociones de espuma besaban la Luna.
 
Se sentaron a cenar y a Serena se le hizo la boca agua ante el espléndido festín.
—Hoy he recibido un e-mail de Mina —anunció Jadeite.
Todos exclamaron con entusiasmo.
—Ha enviado esta foto —agregó pasando la fotografía que había impreso.
Serena sonrió al ver a su hermana tendida en la playa, celebrando la Nochebuena con una barbacoa en compañía de Yaten. Tenía el pelo rubio y la piel bronceada y ambos parecían muy felices. Contempló un rato la imagen, sintiéndose orgullosa de que su hermana hubiese encontrado su lugar. Después de recorrer el mundo buscando sin tregua, todo indicaba que Mina por fin había encontrado la dicha.
Serena confió en que tarde o temprano a ella le sucediera lo mismo.
Pasó la foto a Andrew, que sonrió al mirarla.
—Han dicho que hoy quizá nevará —anunció Serena, sirviéndose otra ración de asado. Ya había tenido que desabrocharse el botón del pantalón, pero al fin y al cabo era Navidad, época de regalos y... festines...
—No, no nevará —repuso Haruka, chupando un hueso—. Hace demasiado frío.
Serena puso ceño y preguntó:
—Haruka, ¿cómo puede hacer demasiado frío para que nieve?
Haruka se lamió los dedos y los limpió con la servilleta que llevaba sujeta al cuello, y Serena contuvo la risa al darse cuenta de que se había puesto un chaleco de lana con el dibujo de un gran árbol de Navidad.
—Tiene que hacer menos frío para que nieve —insistió.
Serena rió.
—Haru, en la Antártida están a menos un millón y sin embargo nieva. Y eso no es poco frío.
Lita también se echó a reír. Luego dijo con toda naturalidad:
—Así es como funciona.
—Lo que tú digas —concedió Serena, poniendo los ojos en blanco.
—En realidad Haruka tiene razón —terció Andrew al cabo de un rato, y todos dejaron de masticar para mirarlo. Aquélla no era una frase que oyeran con frecuencia. Andrew se puso a explicar por qué nevaba y Haruka le echó una mano con los detalles científicos. Ambos intercambiaron sonrisas y se mostraron muy satisfechos de su condición de sabelotodo. Lita arqueó las cejas al cruzar con Serena una mirada secreta de asombro.
—¿Quieres un poco de verdura con la salsa, papá? —preguntó Jadeite, ofreciéndole con seriedad impostada un cuenco de brócoli.
Todos miraron el plato de Kenji y rieron. Una vez más, era un auténtico mar de salsa.
—Ja, ja —se mofó Kenji, cogiendo el cuenco que le ofrecía su hijo—. De todos modos vivimos demasiado cerca del mar para conseguirla —agregó.
—¿Conseguir qué? ¿Salsa? —bromeó Serena, y los demás rieron de nuevo.
—Nieve, tonta —dijo Kenji, cogiéndole la nariz como solía hacer cuando era niña.
—Bueno, pues yo apuesto un millón de libras a que hoy nieva — insistió Jadeite, mirando desafiante a sus hermanos.
—Muy bien, pero más vale que empieces a ahorrar, Jadeite, porque si tus hermanos dicen que no, es que no —bromeó Serena.
—Pues ya estáis pagando, chicos. —Jadeite se frotó las manos con avaricia, señalando hacia la ventana con el mentón.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Serena, levantándose de golpe de la silla ¡Está nevando!
—Menuda teoría la nuestra —dijo Andrew a Haruka, y ambos se echaron a reír mientras miraban los copos blancos que caían del cielo.
Todos abandonaron la mesa, se pusieron los abrigos y salieron afuera, excitados como niños. Al fin y al cabo, eran exactamente eso.
Serena echó un vistazo a los demás jardines de la calle y comprobó que las familias de todas las casas habían salido a ver la nevada.
Ikuko rodeó los hombros de su hija y la estrechó con fuerza.
—Vaya, parece que Ami tendrá unas navidades blancas para su boda —dijo sonriente.
El corazón de Serena latió con fuerza al pensar en la boda de Ami. Dentro de muy pocos días tendría que enfrentarse a Seiya.
Su madre le preguntó en voz baja, como si le hubiese leído el pensamiento:
—¿Ya has pensado que vas a decirle a Seiya?
Serena alzó la mirada hacia los brillantes copos de nieve que caían del negro cielo estrellado. Fue un instante mágico y justo entonces tomó su decisión final.
—Sí. —Sonrió, y exhaló un hondo suspiro.
—Bien. —Ikuko la besó en la mejilla—. Y recuerda, Dios te guía y te acompaña.
Serena sonrió.
—Más vale que así sea, porque voy a necesitarlo mucho durante un tiempo.
 
—¡Molly, no cojas esa maleta, pesa demasiado! —gritó Nephrite a su esposa y Molly dejó caer la bolsa, enojada.
—Neph, no soy una inválida. ¡Estoy embarazada! —le espetó Molly, mientras Nephrite se alejaba hecho una furia.
Serena cerró el maletero con estrépito. Estaba harta de las rabietas de Nephrite y Molly; los había oído discutir en el coche todo el trayecto hasta Wicklow. Ahora sólo tenía ganas de entrar en el hotel y que la dejaran descansar en paz y tranquilidad. También empezaba a temer un poco a Molly, su nivel de voz había subido considerablemente en las dos últimas horas y daba la impresión de estar a punto de estallar.
En realidad, viendo el tamaño de su vientre de embarazada, Serena temía que en efecto estallaría y no quería estar presente cuando eso sucediera.
Serena cogió su bolsa y echó un vistazo al hotel, que más bien era un castillo. Era el lugar que Taiki y Ami habían elegido para celebrar su boda de Año Nuevo y no podían haber encontrado un entorno más bello. El edificio estaba cubierto de hiedra verde que trepaba por sus viejos muros y una fuente enorme presidía el patio delantero. Varias hectáreas de exuberantes jardines perfectamente cuidados se extendían alrededor del hotel. Así pues, Ami no iba a tener un decorado de navidades blancas para su boda, ya que la nieve no había cuajado. Aun así, la nevada fue un hermoso momento que compartir con su familia el día de Navidad y había conseguido levantarle un poco el ánimo. Ahora sólo quería encontrar su habitación y mimarse. Ni siquiera estaba segura de que el vestido de dama de honor aún le sentara bien después de la comilona navideña, pero no iba a comunicar a Ami sus temores ya que probablemente le daría un infarto. Quizá no resultaría tan complicado, hacer unos arreglillos...
Tampoco osaba decirle a Molly que estaba preocupada por eso, después de haberla oído gritar que ni siquiera le cabía la ropa que se había probado el día anterior, por no hablar de un vestido que había comprado meses atrás.
Serena arrastraba su maleta por el patio adoquinado cuando de repente salió despedida hacia delante. Alguien había tropezado con su equipaje.
—Perdón —oyó decir a una voz cantarina, y se volvió enojada para ver quién había estado a punto de romperle el cuello. Se quedó mirando a una pelirroja muy alta que bamboleaba las caderas mientras se dirigía a la entrada del hotel. Serena frunció el entrecejo, aquellos andares le resultaban familiares. Sabía que aquella mujer le sonaba dealgo, pero... Oh, oh. Kakyuu.
«¡Oh, no —pensó horrorizada—. Al final Taiki y Ami han invitado a Kakyuu!». Tenía que encontrar a Seiya enseguida y advertirle. Seguro que se llevaría un disgusto cuando se enterara de que la habían invitado. Y de paso, si el momento era oportuno, concluiría la charla que tenía pendiente con él. Eso si aún quería dirigirle la palabra; al fin y al cabo había transcurrido casi un mes desde la última vez que habían hablado. Cruzó los dedos con fuerza en la espalda y se encaminó presurosa hacia la recepción. La recibió un tumulto.
La zona de recepción estaba atestada de maletas y gente enojada.
Serena reconoció al instante la voz de Ami por encima del barullo.
—¡Escuche, no me importa que haya cometido un error!
¡Arréglelo! ¡Reservé cincuenta habitaciones hace meses para los invitados a mi boda! ¿Me ha oído bien? ¡Mi boda! Así que ahora no pienso mandar a diez de ellos a una pensión barata de la carretera. ¡Soluciónelo!
Un recepcionista con cara de espanto tragó saliva, asintió enérgicamente y trató de explicar la situación.
Ami levantó la mano hasta su cara.
—¡No quiero oír más excusas! ¡Limítese a conseguir diez habitaciones más para mis invitados!
Serena localizó a Taiki, que parecía perplejo, y fue a su encuentro.
—¡Taiki! —Se abrió paso a codazos entre la multitud.
—Hola, Sere —dijo Taiki con aire distraído.
—¿En qué habitación está Seiya? —preguntó de inmediato.
—¿Seiya? —repitió Taiki, confuso.
—¡Sí, Seiya! El padrino... Es decir, tu padrino —corrigió.
—Ah, pues no lo sé, Sere —dijo Taiki, volviéndose para agarrar por la solapa a un empleado del hotel.
Serena dio un salto para situarse delante de él e impedirle ver al empleado.
—¡Taiki, necesito saberlo enseguida! —suplicó horrorizada.
—Mira, Serena, de verdad que no lo sé. Pregunta a Ami — masculló, y echó a correr por el pasillo para alcanzar al empleado.
Serena miró a Ami y tragó saliva. Ami parecía una posesa, y no tenía intención de preguntarle nada en aquel estado. Se puso al final de la cola de invitados y veinte minutos después, tras colarse un par de veces, llegó al mostrador.
—Hola, quisiera saber en qué habitación se aloja el señor Seiya Connelly, por favor —preguntó enseguida.
El recepcionista negó con la cabeza.
—Lo siento, no podemos facilitar el número de habitación de nuestros huéspedes.
Serena puso los ojos en blanco.
—Oiga, si soy amiga suya —explicó sonriendo con dulzura.
El hombre le devolvió la sonrisa y volvió a negar con la cabeza.
—Lo siento, pero es contrario a la política faci...
—¡Escúcheme! —vociferó Serena, y hasta Ami dejó de gritar a su lado—. ¡Es muy importante que me lo diga!
El hombre tragó saliva y lentamente hizo un gesto de negación con la cabeza, al parecer demasiado asustado para abrir la boca. Por fin dijo:
—Lo siento pero...
—¡Aaagghh! —exclamó Serena con frustración, interrumpiéndolo otra vez.
—Serena —dijo Ami, apoyándole una mano en el brazo—, ¿qué sucede?
—¡Necesito saber en qué habitación se aloja Seiya! —gritó, y Ami se quedó perpleja.
—Está en la tres cuatro dos —farfulló.
—¡Gracias! —soltó Serena, enojada, sin saber por qué seguía gritando y echó a correr hacia los ascensores.
Serena recorrió a toda prisa el pasillo, arrastrando la maleta mientras comprobaba los números de las puercas. Cuando llegó a la habitación de Seiya, llamó furiosamente a la puerta y al oír unos pasos que se acercaban advirtió que no había pensado qué iba a decirle. Respiró hondo y la puerta se abrió.
Serena contuvo el aliento.
Era Kakyuu.
—¿Quién es, cariño? —oyó preguntar a Seiya, y luego lo vio salir del cuarto de baño con una toalla diminuta enrollada a su cuerpo desnudo.
—¡Tú! —exclamó Kakyuu.

***En un ratin subo el último capítulo de esta maravillosa historia!!

Posdata Te Amo TERMINADAWhere stories live. Discover now