Capítulo 36

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Aquel domingo, Haruka fue a visitar a Serena con los niños. Ella le había dicho que podía llevarlos a su casa cualquier día que le tocara verlos. Jugaban en el jardín mientras Haruka y Serena terminaban de cenar y los vigilaban por la puerta del patio.
—Parecen realmente contentos, Haru —dijo Serena, observándolos jugar.
—Sí, es verdad. —Haruka sonrió y miró cómo se perseguían—. Quiero que todo sea lo más normal posible para ellos. No acaban de comprender lo que está pasando y resulta difícil explicárselo.
—¿Qué les has dicho?
—Pues que mamá y papá ya no se quieren y que me he mudado para que podamos ser más felices. Algo en esta línea.
—¿Y se han conformado?
Su hermano asintió parsimoniosamente.
—Kevin está bien pero a Diana le preocupa que dejemos de quererla porque entonces también tendrá que mudarse. —Miró a Serena con ojos tristes.
Pobre Diana, pensó Serena, al verla saltar de un lado a otro aferrada a su horrible muñeca. No podía creer que estuviera manteniendo aquella conversación con su hermano. De un tiempo a esta parte parecía una persona completamente distinta. O quizá fuese ella la que había cambiado; ahora se mostraba más tolerante con él y le resultaba más fácil pasar por alto sus comentarios desafortunados, que seguían siendo frecuentes. Pero, por otra parte, ahora tenían algo en común. Ambos sabían de primera mano lo que era sentirse solo e inseguro de uno mismo.
—¿Cómo van las cosas en casa de papá y mamá?
Haruka tragó un bocado de patata y asintió con la cabeza.
—Bien. Están siendo muy generosos.
—¿Mina te molesta más de la cuenta?
Serena se sentía como si estuviera interrogando a su hijo tras regresar a casa después del primer día de colegio, deseosa por saber si los demás niños lo habían Intimidado o lo habían tratado bien. Pero lo cierto era que últimamente se sentía la protectora de Haruka.
Ayudarlo le sentaba bien. La fortalecía.
—Mina es... Mina. —Haruka sonrió—. Hay un montón de cosas en las que no coincidimos.
—Bueno, yo no me preocuparía por eso —dijo Serena, intentando pinchar un trozo de tocino con el tenedor—. La mayoría de la gente tampoco coincide con ella.
El tenedor por fin pinchó el tocino, que salió despedido del plato y cruzó la cocina hasta aterrizar en el mostrador del otro extremo.
—Para que luego digan que los cerdos no vuelan —comentó Haruka mientras Serena iba a recoger el trozo de carne.
Serena rió.
—¡Oye, Haru, has hecho un chiste!
Haruka se mostró complacido.
—También tengo mis buenos momentos, supongo —dijo encogiéndose de hombros—. Aunque seguro que crees que no abundan.
Serena volvió a sentarse, tratando de decidir cómo exponer lo que iba a decir.
—Todos somos distintos, Haruka. Mina es un poco excéntrica, Jadeite es un soñador, Andrew es un bromista, yo... Bueno, yo no sé qué soy. Pero tú siempre has sido muy mesurado. Convencional y serio.
No es forzosamente algo malo, simplemente somos distintos.
—Eres muy considerada —dijo Haruka tras un prolongado silencio.
—¿Qué? —preguntó Serena, un tanto confusa. Para disimular su incomodidad se llenó la boca con otro bocado.
—Siempre he pensado que eras muy considerada —repitió Haruka.
—¿Cuándo? —preguntó Serena, incrédula, con la boca llena.
—Bueno, no estaría sentado aquí cenando mientras los niños lo pasan en grande jugando en el jardín si no fueras considerada, pero en realidad me estaba refiriendo a cuando éramos pequeños.
—Me parece que te equivocas, Haru —dijo Serena, negando con la cabeza—. Andrew y yo siempre andábamos haciéndote trastadas, éramos malvados —agregó en un susurro.
—Tú no eras siempre malvada, Sere. —Esbozó una sonrisa—. De todos modos, para eso están los hermanos, para hacerse la vida lo más difícil posible unos a otros mientras crecen. Te da una buena base para la vida, te hace más fuerte. Sea como fuere, yo era el hermano mayor mandón.
—¿Y eso me hace considerada? —preguntó Serena con la impresión de haber perdido el hilo.
—Tú idolatrabas a Andrew. Ibas tras él todo el rato y hacías exactamente lo que te ordenaba. —Se echó a reír—. Yo solía oír cómo te decía lo que tenías que decirme y tú corrías a mi habitación aterrorizada, lo soltabas y salías pitando otra vez.
Serena miraba su plato, muerta de vergüenza. Ella y Andrew siempre lo mortificaban.
—Pero luego siempre regresabas —prosiguió Haruka—. Siempre volvías a colarte en mi cuarto en silencio y me observabas mientras trabajaba en mi escritorio, y yo sabía que ésa era tu manera de disculparte. —Volvió a sonreír—. Y eso te convierte en una persona
considerada. Ninguno de nuestros hermanos tenía conciencia en aquella casa de locos. Ni siquiera yo. Tú eras la única que demostraba tener un poco de sensibilidad.
Haruka siguió comiendo y Serena guardó silencio, tratando de asimilar la información que su hermano acababa de darle. No recordaba haber idolatrado a Andrew, pero al pensar en ello supuso que Haruka tenía razón. Andrew era el hermano mayor divertido, enrollado y guapo, que tenía montones de amigos, y Serena solía suplicarle que la dejara jugar con ellos. Se dijo que quizá todavía sentía lo mismo por él (si la llamara en aquel momento para invitarla a salir, seguro que lo dejaría todo e iría, y no se había dado cuenta de ello hasta ahora). Sin embargo, últimamente pasaba mucho más tiempo con Haruka que con Andrew, que siempre había sido su hermano favorito. Diamante se había llevado mejor con él que con los demás. Era a Andrew, y no a Haruka, a quien Diamante llamaba para salir a tomar algo durante la semana, e insistía en sentarse a su lado en las reuniones familiares. No obstante, Diamante se había ido y aunque Andrew la llamaba de vez en cuando, no lo veía con tanta frecuencia como antes. ¿Acaso Serena había puesto a Andrew en un pedestal? De pronto cayó en la cuenta de que había estado disculpándolo cada vez que no iba a visitarla o no la llamaba tras haber dicho que lo haría. En realidad, había estado excusándolo desde la muerte de Diamante.
Sin embargo, Haruka se las había ingeniado para proporcionarle dosis regulares de temas de reflexión. Lo observó quitarse la servilleta del cuello y no perdió detalle mientras la doblaba, formando un pequeño cuadrado con ángulos rectos perfectos. Haruka solía ordenar obsesivamente cuanto hubiera en la mesa, de modo que todo quedara dispuesto según dictaban los cánones. Pese a todas sus buenas cualidades, que ahora había descubierto, sabía que sería incapaz de vivir con un hombre como él.
Ambos se sobresaltaron al oír un golpe sordo fuera y ver a la pequeña Diana tendida en el suelo hecha un mar de lágrimas ante la mirada asustada de Kevin. Haruka se levantó de inmediato y salió corriendo.
—¡Se ha caído sola, papá, yo no he hecho nada! —oyó Serena que decía Kev. Pobre Kev. Serena puso los ojos en blanco cuando vio que Haruka lo arrastraba cogido del brazo y le ordenaba que se quedara en un rincón y que reflexionara sobre lo que había hecho.
Algunas personas nunca cambiarían de verdad, pensó con ironía.
 
Al día siguiente Serena saltaba de alegría por la casa, presa de un arrebato de éxtasis, mientras ponía por tercera vez el mensaje grabado en el contestador automático.
«Hola, Serena —decía un vozarrón grave—. Soy Chris Feeney de la revista X. Sólo llamaba para decirte que quedé muy impresionado con tu entrevista. Em... —Hizo una pausa—. En fin, normalmente no le diría esto a un contestador automático, pero sin duda te alegrará saber que he decidido darte la bienvenida como nuevo miembro del equipo.
Me encantaría que comenzaras cuanto antes, así que llámame al número de siempre cuando tengas un momento y lo comentamos con más calma. Em... Adiós».
Serena rodó por la cama, radiante de felicidad, y pulsó otra vez el botón de PLAY. Había apuntado a la Luna... ¡y había aterrizado en ella!

***Hasta los siguientes capítulos!!!

Posdata Te Amo TERMINADANơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ