Capítulo 44

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—Hola, Ann —dijo Serena, inclinándose hacia ella. Llevaba un rato de pie frente a su escritorio y Ann no había abierto la boca.
—Hola —se limitó a contestar Ann, evitando mirarla.
Serena suspiró e inquirió:
—¿Estás enfadada conmigo?
—No —replicó con la misma brusquedad—. Chris te espera en su despacho. Quiere que escribas otro artículo.
—¿Otro artículo? —Serena dio un respingo.
—Eso es lo que ha dicho.
—Ann, ¿por qué no lo escribes tú? —preguntó Serena en un susurro—. Eres una escritora fantástica. Seguro que si Chris supiera lo bien que lo haces no dudaría...
—Lo sabe —la interrumpió Ann.
—¿Qué? —Serena se mostró confusa—. ¿Sabe que escribes?
—Hace cinco años pedí trabajo como redactora, pero éste era el único puesto vacante. Chris me dijo que si esperaba un poco quizá saldría algo.
Serena no estaba acostumbrada a ver a la siempre alegre Ann tan... la palabra molesta no bastaba para describirla. Estaba claramente enojada.
Serena respiró hondo y se dirigió al despacho de Chris. Algo le decía que tendría que escribir el próximo ella sola.
Serena sonreía al pasar las páginas del número de noviembre en el que había trabajado. Estaría en las tiendas al día siguiente y se sentía entusiasmada. Su primera revista estaría en los estantes y también podría abrir la carta de noviembre de Diamante. Sería un gran día.
Aunque ella sólo había vendido los espacios para publicidad, se sentía muy orgullosa de formar parte de un equipo que conseguía producir algo con una apariencia tan profesional. Estaba a años luz de aquel patético folleto que había impreso años atrás, y rió al recordar haberlo mencionado en la entrevista. Como si eso pudiera impresionar a Chris. Pero pese a todo sentía que realmente había demostrado su valía. Había cogido las riendas de su trabajo y lo había conducido hasta el éxito.
—Da gusto verte tan contenta —le espetó Ann con aspereza, entrando en el despacho de Serena y tirando dos trocitos de papel al escritorio—. Has tenido dos llamadas mientras estabas fuera. Una de Molly y otra de Ami. Por favor, di a tus amigas que te llamen a la hora del almuerzo, que yo no estoy para que me hagan perder el tiempo.
—Muy bien, gracias —dijo Serena, echando un vistazo a los mensajes. Ann había garabateado algo completamente ilegible, casi seguro a propósito—. ¡Oye, Ann! —la llamó en cuanto Ann salió dando un portazo.
—¿Qué? —replicó tras abrir la puerta de nuevo.
—¿Has leído el artículo de la fiesta? ¡Las fotos han quedado fantásticas! Estoy muy orgullosa. —Esbozó una amplia sonrisa.
—¡No, no lo he leído! —dijo Ann, y volvió a dar un portazo.
Serena se echó a reír y salió del despacho tras ella con la revista aún en la mano.
—¡Pero échale un vistazo, Ann! ¡Es muy bueno! ¡Seiya se pondrá muy contento!
—Pues me alegro por ti y por Seiya —soltó Ann, revolviendo los papeles de su escritorio como si estuviera muy ocupada.
Serena puso los ojos en blanco.
—¡Oye, deja de portarte como una cría y lee el puñetero artículo!
—¡No! —replicó Ann.
—Muy bien, pues te vas a perder la foto donde sales con ese pedazo de hombre semidesnudo...
Serena se volvió y comenzó a alejarse lentamente.
—¡Dame eso!
Ann le arrebató la revista de la mano y fue pasando páginas. Al llegar a la del lanzamiento de Blue Rock se quedó atónita.
En lo alto de la página ponía «Ann en el país de las maravillas» junto a la foto que Serena le había sacado con el modelo musculoso.
—Lee en voz alta —ordenó Serena.
La voz de Ann temblaba cuando comenzó a leer:
—«Una nueva bebida de Alco ha salido al mercado y nuestra corresponsal de fiestas, Ann Goodyear, fue a averiguar si el nuevo refresco era tal como...». —Se quedó sin habla y se tapó la boca, impresionada—. ¿Corresponsal de fiestas?
Serena fue a buscar a Chris y éste salió muy sonriente del despacho.
—Buen trabajo, Ann; escribiste un artículo fantástico. Es muy ameno —le dijo dándole una palmada en el hombro—. De modo que he creado una nueva página llamada «Ann en el país de las maravillas», para que cada mes escribas sobre alguno de esos eventos raros y maravillosos a los que tanto te gusta asistir.
Ann soltó un grito ahogado y balbuceó:
—Pero Sere...
—Serena no sabe escribir. —Chris rió—. Tú, en cambio, eres una gran escritora. Debería haber aprovechado tu talento hace tiempo. Lo siento mucho, Ann.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó haciéndole caso omiso—. ¡Muchas gracias, Sere!
Le echó los brazos al cuello y la estrechó con tanta fuerza que Serena apenas podía respirar. Cuando por fin se zafó del abrazo, jadeó para recobrar el aliento y dijo:
—¡Ann, ha sido el secreto más difícil de guardar del mundo!
—¡Lo supongo! ¿Cómo diablos no me habré dado cuenta? —Ann miró a Serena, perpleja, y luego se volvió hacia Chris—. Cinco años, Chris —dijo acusadoramente.
Chris hizo una mueca y asintió con la cabeza.
—He esperado cinco años para esto —añadió Ann.
—Lo sé, lo sé —admitió Chris, rascándose el hombro como un colegial al que estuvieran reprendiendo—. ¿Por qué no te pasas por mi despacho y lo hablamos tranquilamente?
—Supongo que podría hacerlo —replicó Ann, muy seria aunque incapaz de disimular el brillo de alegría de sus ojos.
Chris se encaminó a su despacho y Ann se volvió hacia Serena y le guiñó el ojo antes de seguirlo.
Serena se dirigió a su despacho. Debía ponerse a trabajar en el número de diciembre.
—¿Qué demonios...? —exclamó al tropezar con un montón de bolsos que había ante su puerta—. ¿Qué es todo esto?
Chris hizo una mueca al salir de su despacho para preparar una taza de té para Ann.
—Oh, son los bolsos de John Paul.
—¿Los bolsos de John Paul? —repitió Serena con una risita.
—Para el artículo que está preparando sobre los bolsos de esta temporada o alguna otra tontería por el estilo —explicó Chris, fingiendo no tener el menor interés.
—Vaya, pues son fantásticos —dijo Serena, agachándose para coger uno.
—Bonitos, ¿verdad? —dijo John Paul, apoyándose en el marco de la puerta de su despacho.
—Sí, éste me encanta —dijo y se lo colgó del hombro—. ¿Me queda bien?
Chris hizo otra mueca.
—¿Cómo quieres que un bolso no le quede bien a alguien? ¡Es un bolso, por el amor de Dios!
—Tendrás que leer el artículo que estoy escribiendo para el mes que viene —le advirtió John Paul, señalando a su jefe con el dedo—. No todos los bolsos le sientan bien a todo el mundo, ¿sabes? —Se
volvió hacia Serena—. Puedes quedártelo si quieres.
—¿Para siempre? —dijo ahogando un grito—. Debe de costar cientos.
—Sí, pero tengo un montón, tendrías que ver la cantidad de cosas que me dio el diseñador. ¡Quería comprarme con sus regalos, el muy descarado! John Paul fingió estar ofendido.
—Apuesto a que le dio resultado —dijo Serena.
—Por supuesto, la primera frase del artículo será: «¡Que todo el mundo salga a comprar uno, son fabulosos!». —John Paul rió.
—¿Qué más tienes? —preguntó Serena, tratando de mirar al interior del despacho.
—Estoy preparando un artículo sobre qué hay que llevar en las fiestas navideñas que están al caer. Hoy me han llegado unos cuantos vestidos. De hecho —miró a Serena de arriba abajo y ella escondió la barriga—, hay uno que te quedaría de fábula. Ven y te lo pruebas.
—¡Qué bien! —exclamó Serena riendo—. Aunque sólo echaré un vistazo, John Paul, porque la verdad es que este año no voy a necesitar ningún vestido de fiesta.
Chris, que estaba escuchando la conversación, negó con la cabeza y vociferó desde su despacho:
—¿Es que nadie trabaja nunca en esta puñetera oficina?
—¡Sí! —replicó Tracey, gritando a su vez—. Así que cállate y no nos distraigas más.
Todo el personal de la revista rió y Serena hubiese jurado que vio a Chris sonreír antes de dar un portazo para conseguir un efecto dramático.
 
Después de inspeccionar la colección de John Paul, Serena reanudó el trabajo y al cabo de un rato devolvió la llamada a Ami.
—¿Diga? Aquí la tienda de ropa anticuada, fea y ridículamente cara. Encargada de mala uva al habla. ¿Qué desea?
—¡Ami! —exclamó Serena—. ¡No puedes contestar al teléfono así!
Ami rió
—Bah, no te preocupes, tengo identificador de llamadas. Ya sabía que eras tú.
—Hmmm... —Serena desconfiaba; le extrañaba que Ami tuviera identificador de llamadas en el teléfono del trabajo—. Me han pasado un recado de que me habías llamado.
—Ah, sí, sólo llamaba para confirmar que asistirías al baile. Tai va a reservar mesa para el de este año.
—¿Qué baile?
—El baile de Navidad al que vamos todos los años, tonta.
—Ah, sí, el baile de Navidad... —Serena rió—. Lo siento, pero este año no puedo ir.
—¿Cómo que no puedes ir?
—Estaremos de cierre... —mintió. Bueno, desde luego tenía una fecha de cierre pero la revista ya estaba terminada, lo que significaba que en realidad no tenía ninguna necesidad de trabajar ese día hasta tan tarde.
—Pero si no tenemos que estar allí hasta después de las ocho — insistió Ami, tratando de convencerla—. Podrías presentarte a las nueve si así te va mejor, sólo te perderías las copas del aperitivo. Es un viernes por la noche, Sere, no pueden esperar que trabajes un viernes por la noche...
—Oye, Ami, lo siento —dijo Serena con firmeza—. Estoy demasiado ocupada.
—Eso es toda una novedad —musitó Ami.
—¿Qué has dicho? —preguntó Serena, un tanto enojada.
—Nada —replicó Ami.
—Te he oído. Has dicho que eso era toda una novedad, ¿me equivoco? Pues verás, resulta que me tomo el trabajo muy en serio, Ami, y no tengo intención de perder mi empleo por culpa de un baile estúpido.
—Muy bien —rezongó Ami—. Pues no vayas.
—¡No iré!
—¡Estupendo!
—Bueno, pues me alegro de que te parezca bien, Ami. —Serena no pudo evitar sonreír ante el diálogo tan estúpido que mantenían.
—Me alegro de que te alegre —agregó Ami, enojada.
—Oh, no seas tan infantil, Ami. —Serena puso los ojos en blanco—. Tengo que trabajar, es tan simple como eso.
—Bueno, no me sorprende, es lo único que haces últimamente — replicó—. Nunca quieres salir. Cada vez que te llamo resulta que estás ocupada haciendo algo al parecer mucho más importante, como trabajar. Durante mi despedida de soltera parecía que estuvieras pasando el peor fin de semana de tu vida y ni siquiera te dignaste salir la segunda noche. En realidad, no sé por qué te molestaste en ir. Si tienes algún problema conmigo, Sere, ¡preferiría que me lo dijeras a la cara en lugar de portarte como una pelmaza!
Serenase quedó perpleja y miró el teléfono. No podía creer que Ami dijera aquellas cosas. Le parecía mentira que Ami fuese tan estúpid@ y egoísta como para pensar que todo aquello tenía que ver con ella y no con las preocupaciones íntimas de Serena. No obstante, no era de extrañar que creyera estar perdiendo el juicio cuando una de sus mejores amigas era incapaz de comprenderla.
—Nunca había oído un comentario más egoísta que ése. —Serena procuró controlar la voz, pero notó que el enojo salpicaba sus palabras.
—¿Que soy egoísta? —chilló Ami—. ¡Fuiste tú quien se
escondió en la habitación durante mi despedida de soltera! ¡Y era mi despedida de soltera! ¡Se supone que eres mi dama de honor! —Estaba en la habitación con Molly, ¡lo sabes de sobra! —se defendió Serena.
—¡Tonterías! Molly no necesitaba que nadie le hiciera compañía. Está embarazada, no agonizante. ¡No es preciso que estés a su lado veinticuatro horas al día!
Hizo una pausa al darse cuenta de lo que acababa de decir.
Furiosa, Serena dijo con voz cada vez más temblorosa a medida que hablaba: —Y aún te extraña que no quiera salir contigo. Pues es por esta clase de comentarios estúpidos e insensibles. ¿Alguna vez te has parado a pensar lo duro que resulta para mí? Os pasáis el día hablando de vuestros malditos preparativos de boda, de lo felices que sois y lo entusiasmadas que estáis y de las ganas que tienes de pasar el resto de tu vida compartiendo con Taiki la dicha conyugal. Por si no te has dado cuenta, Ami, yo no tuve esa oportunidad porque mi marido murió. Aunque me alegro mucho por ti, de verdad. Me encanta que seas feliz y no pido ningún trato especial, lo único que pido es un poco de paciencia para comprender que ¡no lo habré superado hasta dentro de unos meses! En cuanto al baile, no tengo la menor intención de ir a un sitio que frecuenté con Diamante durante los diez años que estuvimos juntos. Puede que no lo comprendas, Ami, pero por curioso que parezca me resultaría un poco difícil, para decirlo suavemente. ¡Así que no me reservéis un cubierto, estaré muy bien quedándome en casa! —gritó y colgó el auricular de golpe. Rompió a llorar y apoyó la cabeza en el escritorio sin dejar de sollozar. Se sentía perdida. Ni siquiera su mejor amiga la comprendía. Quizás estuviera volviéndose loca. Quizá ya debería haber superado la pérdida de Diamante. Quizás aquello era lo que hacía la gente normal cuando fallecían sus seres queridos. Una vez más pensó que tendría que haber comprado el manual para viudas para ver el tiempo recomendado de luto, dejando así de ser una lata para sus familiares y amigos.
Finalmente el llanto dio paso a unos débiles sollozos y advirtió el silencio que reinaba en la oficina. Comprendió que todo el mundo la habría oído y sintió tanta vergüenza que no se atrevió a salir al cuarto de baño en busca de un pañuelo de papel. Le ardía la cabeza y tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Se secó las lágrimas con la manga de la blusa.
—¡Mierd@! —farfulló tirando unos papeles de encima del  escritorio al darse cuenta de que había manchado de base de maquillaje, rímel y pintalabios la manga de su blusa blanca. Se incorporó en el asiento al oír que llamaban a su puerta.
—Adelante —dijo con un hilo de voz.
Chris entró en el despacho con dos tazas de té.
—¿Té? —propuso arqueando las cejas, y Serena le sonrió débilmente al recordar la broma del día de la entrevista. Chris dejó una taza delante de ella y se sentó en la silla de enfrente—. ¿Estás pasando un mal día? —preguntó con toda la amabilidad de la que era
capaz su imponente voz.
Serena asintió con la cabeza y de nuevo se le saltaron las lágrimas.
—Perdona, Chris. —Hizo un gesto con la mano mientras intentaba recobrar la compostura—. No afectará a mi trabajo —dijo entrecortadamente.
—Sere, eso no me preocupa lo más mínimo, eres una gran trabajadora —dijo Chris, restándole importancia.
Serena sonrió, agradecida por el cumplido. Al menos estaba haciendo una cosa bien.
—¿Quieres marcharte a casa más temprano?
—No, gracias, el trabajo me mantiene la mente ocupada.
Apenado, Chris negó con la cabeza.
—Ésa no es forma de solucionarlo, Sere. Nadie lo sabe tan bien como yo. Me he encerrado entre estas cuatro paredes y de poco me ha servido. Al menos a la larga.
—Pero tú pareces feliz —musitó Serena con voz temblorosa.
—Ser y parecer algo no es lo mismo. Me consta que lo sabes.
Serena asintió, desolada.
—No tienes que hacerte la valiente todo el tiempo, ¿sabes? —Le tendió un pañuelo de papel.
—De valiente no tengo nada —replicó Serena, y se sonó.
—¿Alguna vez has oído eso de que hay que tener miedo para ser valiente?
Serena meditó un instante.
—Pero no me siento valiente, sólo tengo miedo.
—Bah, todos tenemos miedo en algún momento. No hay nada de malo en ello y llegará un día en que dejarás de tener miedo. ¡Mira todo lo que has hecho! —Chris levantó las manos como abarcando el despacho—. ¡Y mira esto! —Pasó las páginas de una revista—. Éste es el trabajo de una persona muy valiente.
Serena sonrió.
—Me encanta el trabajo.
—¡Y eso está muy bien! Pero debes aprender a disfrutar de otras cosas que no sean el trabajo.
Serena frunció el entrecejo. Esperó que aquello no fuera a convertirse en una charla entre perdedores desdichados.
—Me refiero a aprender a quererte a ti misma, a disfrutar de tu nueva vida. No permitas que toda tu vida gire en torno a tu empleo. Tú eres más que eso.
Serena levantó las cejas. «Dijo la sartén al cazo: retírate que me manchas», pensó.
—Ya sé que no puedo ponerme como ejemplo. —Chris hizo un gesto de asentimiento con la cabeza—. Pero también voy aprendiendo... —Apoyó una mano en la mesa y comenzó a apartar migas imaginarias mientras pensaba en lo que iba a decir a continuación—. Me he enterado de que no quieres asistir a ese baile.
Serena creyó morir de vergüenza al comprender que había oído la conversación.
Chris prosiguió:
—Había un millón de sitios a los que me negaba a ir cuando Maureen murió —dijo con voz triste—. Los domingos solíamos ir a pasear al jardín botánico y simplemente me sentía incapaz de regresar allí después de perderla. Había un sinfín de recuerdos contenidos en cada flor y cada árbol que crecía allí. El banco donde solíamos sentarnos, su árbol predilecto, su rosa favorita, cualquier detalle del parque me recordaba a ella.
—¿Volviste a ir? —preguntó Serena. Tomó un sorbo de té y notó su reconfortante calor.
—Hace unos meses —dijo Chris—. Me costó mucho pero lo hice, y ahora voy cada domingo. Tienes que hacer frente a las cosas, Sere, y pensar en ellas positivamente. A menudo me repito: en este lugar solíamos reír, llorar o discutir, y cuando vas al sitio y recuerdas todos esos momentos que atesoras en la memoria, te sientes más cerca de la persona amada. Puedes celebrar el amor que compartiste en lugar de esconderte de él. —Se echó hacia delante y la miró de hito en hito—. Hay personas que pasan por la vida buscando y nunca encuentran a su alma gemela. Nunca. Tú y yo la encontramos, sólo que las tuvimos por un período más corto del habitual. Es triste, pero así es la vida. Así que ve a ese baile, Serena, y acepta el hecho de que tuviste a alguien a quien amaste y que te correspondió.
Las lágrimas bañaron el rostro de Serena al comprender que Chris tenía razón. Necesitaba recordar a Diamante y alegrarse por el amor que habían compartido y el que todavía seguía sintiendo, pero no para llorar por ellos, no para anhelar los años vividos juntos que ya no estaban a su alcance. Pensó en la frase que había escrito en su última carta para ella: «Recuerda nuestros momentos felices, pero por favor no tengas miedo de crear nuevos recuerdos». Necesitaba alejar al fantasma de Diamante para mantener vivo su recuerdo.
Después de su muerte, aún había vida para ella.

***Hasta los siguientes capítulos!!!

Posdata Te Amo TERMINADAOnde histórias criam vida. Descubra agora