Capítulo 24

6 1 0
                                    

Cuando finalmente Serena llegó a su casa, saludó con la mano a Molly y Ami, que estaban sentadas en el muro del jardín tomando el sol. En cuanto la vieron, se pusieron de pie de un salto y corrieron a su encuentro.
—Veo que os habéis dado prisa en venir —dijo Serena, procurando imprimir energía a su voz. Se sentía exhausta y no estaba de humor para explicárselo todo a las chicas en aquel momento aunque sabía que tendría que hacerlo.
—Molly salió del trabajo poco después de que la llamaras y pasó por el centro a recogerme —explicó Ami, estudiando el rostro de Serena e intentando formarse un juicio sobre la gravedad de la situación.
—Tampoco había para tanto —replicó Serena, mientras metía la llave en la cerradura.
—Oye, ¿has estado trabajando en el jardín? —preguntó Molly, mirando alrededor e intentando suavizar la tensión.
—No. Creo que ha sido mi vecino.
Serena sacó la llave de la cerradura y buscó la correcta entre el resto del manojo.
—¿Crees? —preguntó Ami para que no decayera la conversación mientras Serena forcejeaba con otra llave.
—Bueno, si no es mi vecino, será el duende que vive en el fondo del jardín —espetó Serena, frustrada con las llaves. Ami y Molly se miraron, preguntándose qué hacer. Se hicieron señas para no decir nada, ya que era evidente que Serena estaba nerviosa e incluso le costaba trabajo recordar cuál era la llave que abría la puerta de su casa—. ¡Joder! —gritó Serena, y tiró las llaves al suelo. Ami dio un salto hacia atrás, evitando justo a tiempo que el pesado manojo le diera en el tobillo. Molly recogió las llaves.
—Vamos, cielo, no te pongas así —dijo con desenfado—. A mí me pasa continuamente. Te juro que las malditas llaves cambian de sitio adrede en el llavero sólo para fastidiar.
Serena se obligó a sonreír, agradecida de que alguien cogiera las riendas por un rato. Molly fue probando las llaves sin prisa, hablándole con calma y voz alegre como si estuviese dirigiéndose a una niña. Por fin la puerta se abrió y Serena entró corriendo para desconectar la alarma. Afortunadamente se acordaba del número: el año en que conoció a Diamante y el año en que se casaron.
—Bien, ¿por qué no os ponéis cómodas en la sala? Yo vuelvo dentro de un momento.
Molly y Ami obedecieron sin rechistar mientras Serena iba al cuarto de baño a refrescarse la cara. Necesitaba librarse de aquel sopor, recuperar el control de su cuerpo y entusiasmarse con las vacaciones, tal como Diamante hubiese esperado. Cuando se sintió un poco más viva, se reunió con ellas en la sala de estar.
Acercó el escabel al sofá y se sentó delante de sus amigas.
—Venga, esta vez no me haré la remolona. Hoy he abierto el sobre de julio y esto es lo que ponía.
Hurgó en el bolso en busca de la tarjeta que había estado pegada al folleto y se la pasó a las chicas. Rezaba así:
 
¡Felices vacaciones!
Posdata: te amo...
 
—¿Ya está? —Ami arrugó la nariz, un tanto decepcionada.
Molly le dio un codazo en las costillas—. ¡Auch!
—Bueno, Sere, a mí me parece una nota encantadora —mintió Molly—. Es todo un detalle.
Serena no pudo reprimir una risita. Sabía que Molly estaba mintiendo porque siempre arrugaba la nariz cuando no decía la verdad.
—¡No, tonta! —exclamó Serena, arrojándole un cojín a la cabeza.
Molly se echó a reír.
—Menos mal, porque por un momento estaba empezando a preocuparme.
—Ay, Molly, ¡siempre eres tan positiva que a veces me sacas de quicio! —bromeó Serena—. Esto también estaba dentro del sobre.
Les pasó la página arrancada del folleto.
Serena observó con aire divertido mientras sus amigas intentaban descifrar la caligrafía de Diamante. Finalmente Ami se tapó la boca con una mano.
—¡Oh, Dios mío! —musitó, sentándose en el borde del sofá.
—¿Qué, qué, qué? —inquirió Molly, inclinándose hacia delante con expresión expectante—. ¿Es que Diam te reservó unas vacaciones?
—No. —Serena negó muy seria con la cabeza.
—¡Oh!
Decepcionadas, Molly y Ami se apoyaron contra el respaldo del sofá. Serena dejó que se produjera un silencio incómodo entre ellas antes de volver a hablar.
—Chicas —dijo mientras una sonrisa le iluminaba el rostro—, ¡Diam NOS reservó unas vacaciones!
Abrieron una botella de vino.
—¡Esto es increíble! —exclamó Ami cuando hubo asimilado la noticia—. Diamante es un encanto.
Serena asintió con la cabeza, sintiéndose orgullosa de su marido, quien se las había ingeniado para sorprenderlas a todas.
—¿Y has conocido a esta tal Mimet en persona? —preguntó Molly.
—Sí, y ha sido amabilísima conmigo. —Sonrió y agregó—: Se ha pasado siglos sentada conmigo contándome la conversación que tuvieron ella y Diamante el día que fue a la agencia.
—Qué gentil. —Ami bebió un sorbo de vino—. ¿Y cuándo fue, por cierto?
—A finales de noviembre.
—¿Noviembre? —repitió Molly con aire pensativo—. Entonces fue después de la segunda operación.
Serena asintió con la cabeza.
—Mimet me ha dicho que lo vio muy débil cuando estuvo allí.
—¿No es curioso que ninguno de nosotros tuviera la más remota idea? —dijo Molly sin salir de su asombro.
Las tres asintieron en silencio.
—¡Bueno, pues parece que nos vamos a Lanzarote! —exclamó Ami, y levantó la copa—. ¡Por Diam!
—¡Por Diam! —la secundaron Serena y Molly.
—¿Seguro que a Taiki y Nephrite no les importará? —preguntó Serena al recordar que sus amigas tenían parejas en quienes pensar.
—¡A Neph desde luego no! —Molly rió y luego exclamó—: ¡Lo más probable es que esté encantado de librarse de mí durante una semana!
—Sí, y Taiki y yo podemos ir donde sea otra semana, lo cual me viene de perlas —convino Ami—. ¡Así tengo excusa para no pasar dos semanas seguidas con él en nuestras primeras vacaciones juntos! —Se echó a reír.
—¡Pero si casi estáis viviendo juntos! —dijo Molly, dándole un ligero codazo.
Ami sonrió pero no contestó y ambas aparcaron el tema, lo cual molestó a Serena, porque siempre hacían lo mismo. Quería saber cómo les iba a sus amigas en sus relaciones, pero nunca le contaban ningún cotilleo jugoso por miedo a herir sus sentimientos. Todos parecían temer contarle lo felices que eran, así como las buenas noticias que les alegraban la vida. Asimismo, también se negaban a quejarse de las cosas desagradables. De modo que en lugar de estar informada de lo que realmente ocurría en las vidas de sus amigos, tenía que conformarse con aquella charla mediocre acerca de... nada, y estaba empezando a hartarse. No podía mantenerse al margen de la felicidad ajena para siempre. ¿Qué bien iba a hacerle?
—Debo decir que el duende está haciendo un gran trabajo en tu jardín, Sere —bromeó Ami, interrumpiendo sus pensamientos al mirar por la ventana.
Serena se ruborizó.
—Es verdad. Perdona que antes me haya puesto tan borde, Ami —se disculpó Serena—. Supongo que en realidad debería ir a su casa y darle las gracias como es debido.
Cuando Ami y Molly se hubieron marchado, Serena cogió una botella de vino de la despensa y se dirigió a la casa del vecino. Llamó al timbre y aguardó.
—Hola, Sere —dijo Derek al abrir la puerta—. Pasa, por favor. Serena miró detrás de él y vio a toda la familia sentada a la mesa de la cocina. Habían decidido cenar temprano. Instintivamente se apartó un poco de la puerta.
—No, no quiero molestar, sólo he venido para darte esto. —Le tendió la botella de vino—. Una muestra de mi agradecimiento.
—Vaya, Serena, todo un detalle de tu parte —dijo Derek, leyendo la etiqueta. Luego levantó la vista con aire vacilante—. Aunque ¿gracias por qué, si no te importa que lo pregunte?
—Oh, por arreglar mi jardín —contestó Serena, sonrojándose—. Seguro que la urbanización entera me estaba maldiciendo por afear el aspecto de la calle —agregó sonriendo.
—Serena, nadie ha hecho ningún reproche a propósito de tu jardín. Todos lo comprendemos, pero lamento decir que yo no lo he arreglado.
—Oh. —Serena carraspeó, avergonzada—. Creía que habías sido tú.
—Pues no —confirmó Derek, negando con la cabeza.
—¿Y no sabes quién ha sido, por casualidad? —preguntó Serena, sintiéndose estúpida.
—No, no tengo idea —contestó Derek, igualmente confuso—.
Francamente, creía que estabas arreglándolo tú. Qué raro.
Serena no supo muy bien qué, decir.
—Así que quizá quieras llevarte esto otra vez —dijo Derek, tendiéndole la botella.
—No, no, está bien. —Serena rió de nuevo—. Quédatela como agradecimiento por... por no ser un vecino pesado. En fin, me voy, que estáis cenando.
Se marchó a toda prisa por el camino de entrada, muerta de vergüenza. ¿Qué clase de loca no sabía quién le estaba arreglando el jardín?
Llamó a unas cuantas puertas más del vecindario y para mayor bochorno de Serena, nadie dio muestras de saber de qué les hablaba. Al parecer todos tenían trabajo y una vida propia y, cosa sorprendente, no se pasaban el día controlando su jardín. Volvió a casa aún más confundida. Al abrir la puerta, oyó que el teléfono sonaba y corrió a contestar.
—¿Diga?
—¿Qué estabas haciendo, correr una maratón?
—No, estaba cazando duendes —explicó Serena.
—¡Qué guay!
Lo más extraño fue que Mina ni siquiera lo puso en duda.
—Dentro de dos semanas es mi cumpleaños.
Serena lo había olvidado por completo.
—Ya lo sé —dijo con naturalidad.
—Verás, papá y mamá quieren que vayamos a cenar fuera la familia al completo...
Serena soltó un bufido.
—Exacto —convino Mina, y gritó apartando el auricular—: ¡Papá, Sere dice lo mismo que yo!
Serena rió por lo bajo al oír a su padre maldecir a lo lejos. Mina añadió en voz muy alta para que su padre la oyera:
—Bien, mi idea es que sigamos adelante con la cena familiar, pero que también invitemos a unos cuantos amigos para que realmente sea una velada agradable. ¿Qué opinas?
—Suena bien —convino Serena.
Mina volvió a gritar:
—¡Papá, Sere está de acuerdo con mi plan!
—Me parece muy bien —oyó Serena que vociferaba su padre—, pero no pienso pagar la cena de toda esa gente.
—Tiene razón —agregó Serena—. Escucha, ¿por qué no organizamos una barbacoa? Así papá estará en su salsa y no resultará tan caro.
—¡Es una idea genial! —Mina despegó el auricular una vez más
—. Papá, ¿y si montamos una barbacoa?
Silencio.
—Le encanta la idea. —Mina se echó a reír—. Don Superchef volverá a cocinar para las masas.
Serena también rió al pensarlo. Su padre se entusiasmaba como un crío cuando hacían barbacoas, se lo tomaba muy en serio y permanecía continuamente al lado de la barbacoa sin quitar ojo a sus maravillosas creaciones. Diamante se comportaba igual. ¿Qué les ocurría a los hombres con las barbacoas? Probablemente era lo único que ambos sabían cocinar en realidad, o eso o eran pirómanos frustrados.
—Estupendo. Entonces ¿avisas tú a Molly y Nephrite, y a Ami y su novio locutor? ¿Puedes pedirle a ese tío, Seiya, que también venga? ¡Está para comérselo! —Mina soltó una risa histérica.
—Mina, apenas lo conozco. Dile a Jadeite que lo invite, se ven muy a menudo.
—No, prefiero que le digas sutilmente que lo amo y que quiero ser la madre de sus hijos. No sé por qué, pero tengo la impresión de que Jadeite se vería en un aprieto haciendo eso.
Serena chasqueó la lengua.
—¡Basta! —soltó Mina—. ¡Es mi capricho de cumpleaños!
—De acuerdo —dijo Serena, dándose por vencida—. Pero dime una cosa. ¿Por qué quieres que vayan mis amigos, qué pasa con los tuyos?
—Sere, he perdido contacto con todo el mundo, he pasado mucho tiempo fuera. Mis demás amigos están en Australia y los muy cabrones no se han molestado en llamar ni una sola vez —concluyó enfurruñada.
Serena sabía muy bien a quién se refería.
—Pero ¿no crees que ésta sería una gran oportunidad para ponerte al día con tus viejas amistades? Ya sabes, los invitas a una barbacoa, es un ambiente distendido y agradable.
—Sí, claro, ¿y qué les digo cuando empiecen a hacerme preguntas? ¿Tienes trabajo? Mmm... no. ¿Tienes novio? Mmm... no. ¿Dónde vives? Bueno... en realidad todavía vivo con mis padres. ¿No resultaría patética?
Serena se dio por vencida.
—Como quieras... De todas formas, llamaré a los demás y...
Mina ya había colgado.
Serena decidió quitarse de en medio la llamada más incómoda cuanto antes y marcó el número de Hogan’s.
—Hogan’s, buenas noches.
—Hola, ¿podría hablar con Seiya Connelly, por favor?
—Sí, no cuelgue. —La dejaron en espera y de pronto comenzó a sonar música de los Greensleeves.
—¿Diga?
—Hola. ¿Seiya?
—Sí. ¿Con quién hablo?
—Soy Serena Kennedy. —Deambuló nerviosa por la habitación, esperando que reconociera su nombre.
—¿Quién? —gritó Seiya, pues el ruido de fondo aumentó de volumen.
Serena se dejó caer en la cama, un tanto violenta.
—Soy Serena Kennedy. La hermana de Jadeite.
—Ah, Sere, qué tal. Espera un momento, que voy a un sitio más tranquilo.
Serena se quedó escuchando a los Greensleeves otra vez, se puso de pie y comenzó a cantar en voz alta.
—Perdona, Serena —dijo Seiya, sonriendo al coger de nuevo el auricular—. ¿Te gustan los Greensleeves?
Serena se ruborizó y se dio un golpe en la cabeza.
—Bueno... no, no mucho. —No supo qué más decir y de pronto se acordó del motivo de su llamada—. Sólo te llamaba para invitarte a una barbacoa.
—Vaya, qué bien. Sí, me encantará ir.
—Dentro de dos viernes es el cumpleaños de Mina. ¿Te acuerdas de mi hermana Mina?
—Eh... sí, la del pelo rosa.
—Exacto. Ha sido una pregunta estúpida. Todo el mundo conoce a Mina. En fin, me ha pedido que te invitara a la barbacoa y que te dijera sutilmente que quiere casarse contigo y ser la madre de tus hijos.
Seiya se echó a reír.
—Sí, desde luego has sido muy sutil.
Serena se preguntó si estaría interesado en su hermana, si sería su tipo.
—Cumple veinticinco —agregó sin saber muy bien por qué.
—Ah... muy bien.
—Bueno, Ami y tu amigo Taiki también irán, y Jadeite estará allí con su grupo, por supuesto, así que conocerás a un montón de gente.
—¿Tú irás?
—¡Claro!
—Estupendo. Así aún conoceré a más gente, ¿no? —bromeó Seiya.
—Qué bien. Mina estará encantada de que vayas.
—Sería muy grosero por mi parte no aceptar la invitación de una princesa.
Al principio Serena pensó que estaba flirteando con ella, pero entonces cayó en la cuenta de que se refería al documental, de modo que farfulló una respuesta ininteligible. Justo cuando Seiya se disponía a colgar el auricular a Serena la asaltó una idea.
—Ah, una cosa más.
—Dime.
—¿Sigue vacante ese puesto detrás de la barra?

***En un ratin subo el siguiente capítulo!!

Posdata Te Amo TERMINADAWhere stories live. Discover now