Posdata Te Amo TERMINADA

Capítulo 7

Serena estaba tendida en la cama como una demente, encendiendo y apagando la lámpara sin dejar de sonreír. Había ido a comprarla con Molly a la tienda Bed Knobs and Broomsticks de Malahide, y finalmente ambas se decidieron por aquel pie de madera bellamente tallada y la pantalla color crema, pues combinaban con los tonos predominantes en la decoración del dormitorio principal (por descontado, habían elegido la más estrafalariamente cara, ya que
habría sido una lástima romper con la tradición). Y si bien Diamante no había estado materialmente presente mientras la compraba, tenía la impresión de haberla comprado con él.
Había corrido las cortinas del dormitorio para probar la nueva adquisición. La lámpara de la mesita de noche surtía un efecto sedante en la habitación, llenándola de calidez. Con qué facilidad habría puesto punto final a las discusiones de todas las noches, aunque tal vez ninguno de los dos había querido que se acabaran. De hecho, se habían convertido en una rutina, algo consabido que les hacía sentir más unidos. Ahora daría cualquier cosa con tal de tener una de aquellas pequeñas disputas. Con sumo gusto saldría de la acogedora cama por él, con sumo gusto pisaría el frío entarimado del suelo y estaría encantada de golpearse con la pata de la cama al regresar a tientas y a ciegas hasta el lecho conyugal. Pero aquellos tiempos ya eran historia.
La melodía de I Will Survive de Gloria Gaynor la devolvió de improviso al presente al darse cuenta de que su teléfono móvil estabasonando.
—¿Diga?
—Buenos días, hermana. ¡Estoy en caaaasa! —exclamó una voz conocida.
—¡Dios mío, Mina! ¡No sabía que ibas a venir!
—¡Bueno, la verdad es que yo tampoco, pero me quedé sin cash y decidí sorprenderos a todos!
—Vaya, apuesto a que mamá y papá se llevaron una buena sorpresa.
—Bueno, a papá se le cayó la toalla del susto cuando salió de la ducha y me vio.
Serena se tapó la cara con la mano.
—¡Oh, Mina, dime que no! —rogó Serena.
—¡Nada de abrazos para papi cuando le vi! —Mina se echó a reír.
—¡Puaj, puaj, puaj! Cambio de tema, estoy teniendo visiones — bromeó Serena.
—De acuerdo. Verás, te llamaba para decirte que estoy en casa, obviamente, y que mamá está organizando una cena esta noche para celebrarlo.
—¿Celebrar qué?
—Que estoy viva.
—Ah, vale. Creí que quizá tenías que anunciarnos algo.
—Que estoy viva.
—Muy... bien. ¿Quién irá?
—La familia en pleno.
—¿Te he comentado que tengo hora con el dentista para que me arranque todos los dientes? Lo siento, no podré asistir.
—Ya lo sé, ya lo sé, es lo mismo que le dije a mamá, pero no hemos estado todos juntos desde hace siglos. A ver, dime, ¿cuándo fue la última vez que viste a Haruka y Michiru? —preguntó Mina.
—Ah, el bueno de Haru. Le vi muy espabilado en el funeral. Tenía un montón de cosas sensatas y reconfortantes que decirme, como «¿Has considerado la posibilidad de donar su cerebro a la ciencia médica?». Sí, no cabe duda de que es un hermano fantástico —dijo Serena con sarcasmo.
—Vaya, Sere, lo siento. Me había olvidado del funeral. —La voz de su hermana cambió—. Lamento no haber asistido.
—Mina, no seas tonta. Entre las dos decidimos que era mejor que no vinieras —dijo Serena con firmeza—. Sale demasiado caro un vuelo
de ida y vuelta desde Australia, así que no lo mencionemos más, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —convino Mina aliviada.
Serena cambió de tema enseguida.
—Veamos, cuando dices la familia en pleno, ¿te refieres a...?
—Sí, Haruka y Michiru traerán a nuestros adorables sobrinos. Y te gustará saber que Andrew y Lita también estarán presentes. Jadeite lo estará el cuerpo aunque probablemente no en alma. Mamá, papá y yo, por supuesto y también tú.
Serena refunfuñó. Por más que se quejara de su familia, mantenía una magnífica relación con su hermano Andrew. Sólo era dos años mayor que ella y siempre habían estado muy unidos; además, Andrew tenía una actitud muy protectora para con Serena. Su madre solía llamarlos «los dos geniecillos» porque siempre andaban haciendo diabluras por la casa (diabluras que por lo general tenían como blanco a su hermano mayor, Haruka). Andrew se parecía a Serena tanto en aspecto como en personalidad, y ella lo consideraba el más normal de sus hermanos. También contribuía a su buena relación el hecho de que Serena se llevara de maravilla con la que era su cónyuge desde hacía siete años, Lita, y cuando Diamante vivía, con frecuencia salían los cuatro a cenar y de copas. Cuando Diamante vivía... Dios, qué mal sonaba aquello.
Mina era harina de otro costal, un caso totalmente aparte. Andrew y Serena estaban convencidos de que provenía del planeta Mina, población: Mina se parecía a su padre: piernas largas y pelo oscuro. También lucía varios tatuajes y piercings en el cuerpo como resultado de sus viajes alrededor del mundo. Un tatuaje por cada país, solía bromear su padre. Un tatuaje por cada hombre, pensaban Serena y Andrew.
Por supuesto, este asunto estaba muy mal visto por el mayor de la familia, Haruka (o Haru, como le llamaban Serena y Andrew). Haruka nació con la grave enfermedad de ser eternamente viejo. Toda su vida
giraba en torno a reglas, normas y obediencias. De pequeño tuvo un amigo con el que se peleó a los diez años y, después de esa riña, Serena no recordaba que hubiese vuelto a llevar a nadie a casa, que hubiese tenido novias ni ninguna otra clase de trato social. Ella y Andrew se preguntaban maravillados dónde habría conocido a su igualmente sombría esposa, Michiru. Probablemente en una convención antifelicidad.
No era que Serena tuviese la peor familia del mundo, sino que constituían una mezcla muy extraña de personas. Aquellos tremendos choques entre personalidades solían desembocar en peleas que
estallaban en las ocasiones menos apropiadas o, como los padres de Serena preferían llamarlas, en «acaloradas discusiones». Podían llevarse bien, pero sólo cuando todos ellos se esforzaban de veras en
mostrar el mejor comportamiento posible. Serena y Andrew solían reunirse para almorzar o tomar unas copas con la única finalidad de mantenerse al corriente de sus respectivas vidas; se interesaban el uno por la otra. Ella disfrutaba con su compañía y le consideraba no sólo un hermano, sino un verdadero amigo. Últimamente no se habían visto mucho. No obstante, Andrew conocía bien a Holly y sabía cuándo necesitaba que respetaran su espacio vital. Las únicas ocasiones en que se ponía más o menos al día de la vida de su hermano menor, Jadeite, era cuando llamaba a casa para hablar con sus padres y él contestaba el teléfono. Jadeite no era un gran conversador. Era un «niño» de veintidós años que todavía no terminaba de sentirse a gusto en compañía de adultos, así que en realidad Serena nunca acababa de saber gran cosa acerca de él. Era un buen muchacho, sólo que solía tener la cabeza en las nubes.
Mina, su hermana menor de veinticuatro años, llevaba fuera un año entero y Serena la había echado de menos. Nunca fueron la clase de hermanas que intercambian ropa y cotillean sobre los chicos, pues sus gustos diferían bastante. Ahora bien, al ser las dos únicas chicas en una familia de hermanos, se había creado un vínculo entre ellas. Aun así, Mina estaba más unida a Jadeite, pues ambos eran unos soñadores. Andrew y Serena siempre habían sido inseparables de niños y amigos de adultos. Eso dejaba a Haruka desparejado. Era el único que iba por su cuenta, aunque Serena sospechaba que a su hermano mayor le gustaba esa sensación de estar separado del resto de una familia a la que no acababa de comprender. A Serena le daban pavor sus sermones sobre toda clase de cosas aburridas, su falta de tacto cuando la interrogaba acerca de su vida y la frustración que causarían sus comentarios durante la cena. Pero se trataba de una cena de bienvenida para Mina y Andrew estaría presente. Serena podía contar con él.
Así pues, ¿le apetecía la velada? Decididamente no.
Serena llamó con renuencia a la puerta del hogar familiar y de inmediato oyó las pisadas de unos piececitos que corrían hacia la entrada seguidos por una voz que no parecía pertenecer a un niño.
—¡Mami! ¡Papi! ¡Es tía Sere, es tía Sere!
Era su sobrino Kevin, cuya felicidad se vio aplastada de golpe por una voz severa. Sin duda era inusual que el pequeño se alegrase por su llegada, pero el ambiente debía de ser de lo más aburrido allí dentro.
—¡Kevin! ¿Qué te he dicho sobre lo de correr por la casa? Podrías caerte y hacerte daño. Ahora ve al rincón y piensa en lo que te he dicho. ¿He hablado claro?
—Sí, mami.
—Oh, vamos, Michiru, ¿crees que se hará daño con la alfombra o la tapicería acolchada del sofá?
Serena rió para sus adentros, no había duda de que Mina estaba en casa. Justo cuando Serena comenzaba a pensar en huir, Michiru abrió la puerta de par en par. Parecía más avinagrada y antipática que de costumbre.
—Serena.
La saludó con una breve inclinación de la cabeza.
—Michiru —la imitó Serena.
Una vez en la sala de estar, Serena buscó a Andrew con la mirada, pero comprobó desilusionada que su hermano preferido no estaba presente. Harucka se hallaba de pie delante de la chimenea vestido con un suéter de colores sorprendentemente vistosos, quizás iba a soltarse el pelo esa noche. Con las manos en los bolsillos, se balanceaba atrás y adelante, de los talones a la punta de los pies, como un hombre dispuesto a soltar una conferencia. La conferencia iba dirigida a su
pobre padre, Kenji, que estaba sentado incómodamente en su sillón predilecto y parecía un escolar recibiendo una reprimenda. Haruka estaba tan concentrado en su relato que no vio entrar a Holly. Ésta le mandó un beso a su pobre padre a través de la sala, para no verse envuelta en la conversación. El hombre le sonrió e hizo ademán de atrapar el beso al vuelo. Jadeite estaba repantingado en el sofá con sus tejanos raídos y una camiseta de South Park, dando furiosas caladas a un cigarrillo mientras Michiru invadía su espacio vital y le advertía sobre los peligros de fumar.
—¿De verdad? No lo sabía —dijo Jadeite, mostrando
preocupación e interés mientras apagaba el cigarrillo. El rostro de Michiru irradió satisfacción, hasta que jadeite le guiñó el ojo a Serena, alcanzó la cajetilla y acto seguido encendió otro pitillo—. Cuéntame más, por favor, me muero por saberlo todo.
Michiru le miró indignada.
Mina estaba escondida detrás del sofá arrojando palomitas de maíz al cuello del pobre Kevin, que permanecía de pie de cara a la pared en un rincón y tenía demasiado miedo como para volverse.
Lita estaba inmovilizada contra el suelo, sometida a las despóticas órdenes de Diana, la sobrinita de cinco años, una muñeca de expresión malvada. Hizo señas a Serena y movió los labios en silencio, articulando la palabra «socorro».
—Hola, Mina. —Serena se acercó a su hermana, que se puso de pie de un salto y le dio un gran abrazo, estrechándola con un poco más de fuerza de la habitual—. Bonito pelo.
—¿Te gusta?
—Sí, el rosa te sienta como anillo al dedo.
Mina se mostró complacida.
—Eso es lo que he intentado decirles —aseguró, entornando los ojos para mirar a Haruka y Michiru—. Eh, ¿cómo está mi hermana mayor? —preguntó Mina en voz baja, frotando el brazo de Serena afectuosamente.
—Bueno, ya puedes imaginarlo. —Serena esbozó una sonrisa—.Voy tirando.
—Andrew está en la cocina ayudando a tu madre a preparar la cena, si es que le estás buscando, Sere —anunció Lita, abriendo desorbitadamente los ojos y pidiendo de nuevo «socorro» en silencio.
Serena miró a Lita y arqueó las cejas.
—¿De verdad? Vaya, ¿no es estupendo que le esté echando una mano a mamá?
—Vamos, Sere, no me digas que no sabes lo mucho que le gusta a Andrew cocinar. Le encanta, es algo de lo que nunca se cansa —dijo Lita con sarcasmo.
El padre de Serena rió entre dientes, lo cual interrumpió a Haruka.
—¿Qué te hace tanta gracia, padre?
Kenji se movió nerviosamente en el asiento.
—Me parece sorprendente que todo eso ocurra dentro de uno de esos tubitos de ensayo —dijo Kenji con fingido interés. Haruka exhaló un suspiro de desaprobación ante la estupidez de su padre.
—Sí, claro, pero debes comprender que te hablo de cosas minúsculas, padre. Resulta bastante fascinante. Los organismos se combinan con... —Y siguió con la perorata mientras su padre volvía a arrellanarse en el sillón, esforzándose por no mirar a Serena.
Serena entró de puntillas en la cocina, donde encontró a su hermano sentado a la mesa con los pies apoyados en una silla, masticando algo.
—¡Ajá, ahí está, el gran chef en carne y hueso! —exclamó Serena.
Andrew sonrió y se levantó de la silla.
—Y aquí llega mi hermana favorita. —Arrugó la nariz—. Veo que a ti también te han enredado para asistir al evento. —Se acercó a ella y tendió los brazos para darle uno de sus grandes abrazos de oso—.¿Cómo estás? —le preguntó al oído.
—Muy bien, gracias. —Serena sonrió con tristeza y le besó en la mejilla antes de volverse hacia su madre—. Querida madre, he venido a ofrecerte mis servicios en este momento tan extremadamente estresante de tu vida —dijo Serena, depositando un beso en la mejilla
colorada de su madre.
—Vaya, ¿no soy la mujer más afortunada del mundo al tener unos hijos tan bien dispuestos como vosotros dos? —preguntó Ikuko con sarcasmo—. Bueno, ya puedes ir escurriendo esas patatas que hay ahí.
—Mamá, háblanos de cuando eras una niña durante la hambruna y no había ni patatas para comer —dijo Andrew, con exagerado acento irlandés. Ikuko le golpeó juguetonamente la cabeza con un trapo.
—Oye, eso pasó muchos años antes de mi época, hijo.
—Pero ¿serás coqueta?
—Pero ¿serás grosero? —intervino Serena.
—¿Queréis dejar de marearme? —pidió su madre, y se echó a reír.
Serena se reunió con su hermano en la mesa.
—Espero que no os dé por tramar ninguna diablura esta noche. Me gustaría que, para variar, hoy nuestra casa fuese zona neutral.
—Mamá, me asombra que te haya pasado esa idea por la cabeza —contestó Andrew, guiñándole el ojo a Serena.
—Perfecto —dijo la mujer con escepticismo—. Bueno, lo siento, chicos, pero aquí ya no hay nada más que hacer. La cena estará lista dentro de un momento.
—Vaya —se lamentó Serena.
Ikuko se sentó con sus hijos a la mesa y los tres miraron hacia la puerta, pensando exactamente lo mismo.
—¡No, Lita! —protestó Diana, gritando—. No estás haciendo lo que te he dicho. —Y rompió a llorar.
Acto seguido se oyó una gran carcajada de Haruka. Sin duda acababa de contar un chiste, ya que era el único que se reía.
—Aunque supongo que no estará de más que nos quedemos aquí a vigilar el punto de cocción —agregó Ikuko.
 
—Todo el mundo a la mesa. La cena ya está lista —anunció Ikuko, y todos se dirigieron al comedor. Se produjo un momento un tanto incómodo, como cuando en una fiesta de cumpleaños infantil todos se apresuran a sentarse al lado de sus mejores amigos. Finalmente, Serena se dio por satisfecha con su sitio en la mesa y se sentó con su madre a la izquierda, en una
cabecera de la mesa, y Andrew a su derecha. Lita se sentó con cara de pocos amigos entre Andrew y Haruka. Andrew tendría que hacer las paces con ella cuando regresaran a casa. Jadeite se situó delante de Serena, y a su lado quedó el asiento vacío donde debería haber estado Kevin luego Diana y Michiru, y por último Mina. Por desgracia, al padre de Serena le tocó ocupar la otra cabecera de la mesa, entre Haruka y Mina, aunque teniendo en cuenta su talante sosegado era el mejor preparado para mediar entre ellos.
Todos soltaron exclamaciones de entusiasmo cuando Elizabeth llevó las bandejas de comida y los aromas llenaron la estancia. A Serena le encantaban la, habilidades culinarias de su madre, quien siempre se atrevía a experimentar con nuevos sabores y recetas, rasgo que no había heredado ninguna de sus hijas.
—Eh, el pobre Kevin se estará muriendo de hambre en ese rincón —dijo Mina a Haruka—. Supongo que con el rato que lleva ahí ya habrá cumplido su condena.
Sabía de sobra que pisaba terreno resbaladizo, pero le encantaba correr ese peligro y, además, disfrutaba como una loca incordiando a Haruka. Al fin Y al cabo, tenía que recuperar el tiempo perdido, pues había estado un año fuera.
—Mina, es muy importante que Kevin sepa cuándo ha hecho algo malo —explicó Haruka.
—Sí, ya, pero ¿no bastaría con que se lo dijeras?
El resto de la familia tuvo que hacer un gran esfuerzo para no echarse a reír.
—Es preciso que sepa que sus actos le acarrearán graves consecuencias para que no los repita —insistió Haruka.
—Ah, bueno —dijo Mina, alzando la voz—. Pero se está perdiendo toda esta comida tan rica. Mmmm... agregó, relamiéndose.
—Basta, Mina —la interrumpió bruscamente Ikuko.
—O tendrás que ponerte de cara a la pared —concluyó Andrew con impostada severidad.
La mesa en pleno estalló en carcajadas, con la excepción de Haruka y Michiru, por supuesto.
—A ver, Mina, cuéntanos tus aventuras en Australia —se apresuró a sugerir Kenji.
—Oh, ha sido alucinante, papá —dijo Mina con un brillo intenso en la mirada—. No dudaría en recomendar a cualquiera un viaje a ese país.
—No obstante, el vuelo es espantosamente largo —intervino Haruka.
—Sí que lo es, pero merece la pena con creces —replicó Mina.
—¿Te has hecho más tatuajes? —preguntó Serena.
—Sí, mira. —Mina se levantó de la mesa y se bajó los pantalones, mostrando la mariposa que llevaba en el trasero. Su madre, su padre, Haruka y Michiru protestaron indignados mientras los demás no podían parar de reír. La situación se prolongado un buen rato. Finalmente, cuando Mina se hubo disculpado y Michiru dejó de tapar los ojos de Diana con una mano, la mesa recobró la calma.
—Esas cosas son repugnantes —opinó Haruka con acritud.
—A mí las mariposas me parecen bonitas, papá —dijo Diana con inocencia.
—Sí, algunas mariposas son bonitas, Diana, pero me estoy refiriendo a los tatuajes. Pueden causarte toda clase de enfermedades y problemas.
La sonrisa de Diana se desvaneció.
—Oye, no me hice esto precisamente en un antro inmundo compartiendo agujas con traficantes de drogas, ¿sabes? Era un sitio perfectamente limpio —se excusó Mina.
—Vaya, si eso no es un oxímoron es que nunca he oído uno — soltó Michiru.
—¿Has estado en alguno últimamente, Michiru? —preguntó Mina con una contundencia un tanto excesiva.
—Bueno, yo... no —farfulló su cuñada—. No, nunca he estado en un sitio de ésos, gracias, pero estoy segura de que son así. —Se volvió hacia Diana—. Son lugares sucios y horribles, Diana, a los que sólo va gente peligrosa.
—¿Tía Mina es peligrosa, mamá?
—Sólo para las niñitas pelirrojas de cinco años —dijo Mina, masticando a dos carrillos. Diana se quedó perpleja.
—Haruka, cariño, ¿crees que Kevinin quizá querría venir a comer algo ahora? —preguntó educadamente Ikuko.
—Se llama Kevin —puntualizó Meredith.
—Sí, madre, creo que estaría bien que viniera —dijo Haruka.
Muy disgustado, Kevin entró lentamente en el comedor con la cabeza gacha y, en silencio, ocupó su sitio al lado de Jadeite. El corazón de Serena saltó en defensa de su sobrino. Qué crueldad tratar así a un niño, qué crueldad impedirle ser un niño... De pronto sus compasivos pensamientos se esfumaron al notar que el pequeño le arreaba una patada en la espinilla por debajo de la mesa. Deberían haberlo dejado un rato más de cara a la pared.
—Vamos, Mina, cuéntanos más. ¿Hiciste alguna maravillosa locura de las tuyas? ¿Alguna aventura? —quiso saber Serena.
—¡Pues claro! Lo más impresionante fue mi salto de puenting. Bueno, en realidad hice unos cuantos. Tengo una foto. Se llevó la mano al bolsillo trasero y todos apartaron la vista por si tenía intención de mostrarles más partes de su anatomía. Afortunadamente, se limitó a sacar la cartera. Hizo circular la foto por la mesa y siguió hablando.
—El primero que hice fue desde un viaducto encima de un río y llegué a tocar el agua con la cabeza al caer...
—Oh, Mina, eso parece muy peligroso —dijo su madre, tapándose la cara con las manos.
—Qué va, no tuvo nada de peligroso —la tranquilizó Mina.
Cuando la fotografía llegó a Serena, ésta y Andrew se echaron a reír. Mina colgaba boca abajo de una cuerda, el rostro contraído en pleno grito de puro terror. El pelo (que entonces llevaba teñido de azul) le
salía disparado en todas direcciones, como si la hubiesen electrocutado.
—Estás muy atractiva, Mina. Mamá, tienes que enmarcarla y ponerla encima de la chimenea —bromeó Serena.
—¡Eso! —Los ojos de Mina se iluminaron al oír la propuesta—.Es una idea estupenda.
—Por supuesto, querida, quitaré la de tu primera comunión y la sustituiré por ésta —ironizó Ikuko.
—La verdad es que no sé cuál de las dos da más miedo —dijo Jadeite.
—Sere, ¿qué vas a hacer para tu cumpleaños? —preguntó Lita, inclinándose hacia ella. Estaba claro que ansiaba librarse de la conversación que mantenía con Haruka.
—¡Oh, es verdad! —exclamó Mina—. ¡Vas a cumplir treinta dentro de pocas semanas!
—No pienso hacer nada importante —advirtió Serena a todos—. No quiero ninguna fiesta sorpresa ni nada por el estilo, por favor.
—¿Qué? Pero tienes que celebrarlo...
—No, no tiene que celebrarlo si no tiene ganas de hacerlo — intervino su padre, guiñándole el ojo a Serena en señal de apoyo.
—Gracias, papá. Como mucho, saldré con unas amigas a bailar.
Haruka chasqueó la lengua en señal de desaprobación cuando le llegó la foto y se la pasó a su padre, que rió entre dientes al ver el aspecto de Mina.
—Sí, estoy de acuerdo contigo, Haruka —terció Haruka—. Esas celebraciones de cumpleaños siempre acaban siendo un tanto vergonzosas. Adultos hechos y derechos portándose como niños, bailando la conga y bebiendo más de la cuenta. Tienes toda la razón.
—Bueno, el caso es que en realidad me gustan bastante esas fiestas, Haru —replicó Holly—. Lo que pasa es que este año no estoy de humor para celebraciones, eso es todo.
Tras unos segundos de silencio, Mina dijo:
—Una velada entre amigas, pues.
—¿Puedo seguiros con la cámara? —preguntó Jadeite.
—¿Para qué?
—Para tener unas secuencias de clubes y todo eso en clase.
—Bueno, si va a servirte de algo... pero que sepas que no vamos a ir a ningún sitio moderno de los que te gustan a ti.
—No, me da igual adónde vay... ¡Ay! —exclamó Jadeite, y fulminó a Kevin con la mirada.
Este le sacó la lengua y la conversación prosiguió. Cuando hubieron dado buena cuenta del segundo plato, Mina abandonó el comedor y regresó con una gran bolsa.
—¡Regalos! —anunció.
Kevin y Diana gritaron con entusiasmo. Serena esperó que Mina se hubiese acordado de traerles algo.
Su padre recibió un bumerán multicolor que fingió arrojar a su esposa; Haruka una camiseta con el mapa de Australia que enseguida extendió sobre la mesa para enseñar geografía a Kevin y Diana;
Michiru no tuvo regalo, cosa que tuvo su gracia; Andrew y Jadeite recibieron sendas camisetas con ilustraciones obscenas y una leyenda que rezaba «He estado en el monte»; la madre de Serena se quedó encantada con un libro de antiguas recetas, y la propia Serena se emocionó con su trampa para sueños hecha con palitos y plumas de vivos colores.
—Para que todos tus sueños se hagan realidad —le susurró Mina al oído antes de darle un beso en la mejilla. Por suerte, Mina había traído caramelos para Kevin y Diana, aunque guardaban un extraño parecido con los que vendían en la tienda de la esquina. Éstos les fueron bruscamente arrebatados por Haruka y Michiru, alegando que iban a cariarles los dientes.
—Pues entonces devolvédmelos, que a mí no me da miedo la caries exigió Mina.
Kevin y Diana miraron con tristeza los regalos de los demás y Haruka los reprendió de inmediato por no concentrarse en el mapa de Australia. Kevin le hizo un puchero a Serena y de nuevo un sentimiento de afecto le llenó el corazón. En la medida en que los críos siguieran portándose de modo que merecieran el severo trato del que eran objeto, a Serena le resultaría más fácil aguantarlo. De hecho, quizás hasta le habría gustado ver cómo les daban una buena azotaina.
—Muy bien, más vale que vayamos tirando, Haruka, o los niños caerán dormidos encima de la mesa anunció Michiru, aunque los pequeños estaban bien despiertos y no paraban de dar patadas a Serena
y Jadeite por debajo de la mesa.
—Un momento, antes de que todos desaparezcáis —dijo el padre de Serena, levantando la voz por encima de las conversaciones. Se hizo el silencio—. Me gustaría proponer un brindis por nuestra guapa hija Mina, ya que ésta es su cena de bienvenida. —Sonrió a su hija, complacida al convertirse en el centro de atención—. Te hemos echado de menos, cariño, y nos alegramos de que hayas vuelto a casa sana y salva —concluyó Kenji, y alzó su copa¡ Por Mina!
—¡Por Mina! —repitieron todos, y apuraron el contenido de las copas.
 
En cuanto la puerta se cerró tras Haruka y Michiru, los demás fueron marchándose uno tras otro. Serena salió al aire frío y caminó sola hasta el coche. Sus padres habían salido a despedirla con la mano desde la puerta, pero aun así se sentía muy sola. Normalmente se marchaba de las cenas en compañía de Diamante y, cuando no lo hacía con él, sabía que lo encontraría en casa. Mas no sería así esta noche, ni la noche siguiente ni ninguna otra.

***Hasta los siguientes capítulos!!!