Capítulo 16

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Serena sujetó con una pinza la sábana que estaba tendiendo y pensó en cómo había ido trastabillando durante el resto del mes de mayo, tratando de poner un poco de orden en su vida. Había días en los que se sentía feliz y contenta, segura de que las cosas le irían bien, cuando de súbito, tan deprisa como había llegado, la dicha desaparecía y ella volvía a sumirse en la más absoluta tristeza. Procuró establecer una rutina en la que dejarse atrapar de buen grado para volver a sentir que pertenecía a su cuerpo y su cuerpo a la vida, en lugar de deambular por ahí como una zombi observando cómo los demás disfrutaban de sus vidas mientras ella aguardaba a que la suya acabara. Por
desgracia, la rutina no resultó ser exactamente como esperaba. Se encontró a sí misma inmóvil durante horas en la sala de estar reviviendo cada uno de los recuerdos que conservaba de su vida con Diamante. Lo más triste de todo era que pasaba la mayor parte de ese tiempo rememorando todas y cada una de las peleas que habían tenido, deseando poder borrarlas, poder retirar todo lo desagradable que le había dicho, presa del enojo, y que en absoluto reflejaba sus
verdaderos sentimientos. Se atormentaba por lo egoísta que había sido en ocasiones, saliendo de juerga con las amigas cuando se enfadaba con él en vez de quedarse en casa y deshacer el entuerto. Se reprendía
por haberse apartado de él cuando debería haberlo abrazado, por haberle guardado rencor durante días en lugar de perdonarlo, por haberse ido a dormir sin cenar en lugar de hacerle el amor. Deseaba borrar todas las ocasiones en las que le constaba que Diamante se había enfadado con ella y la había odiado. Deseaba que todos sus recuerdos fuesen de buenos momentos, pero los malos no dejaban de perseguirla hasta obsesionarla. Y éstos habían sido una absoluta pérdida de tiempo.
Y nadie les había advertido que andaban escasos de tiempo.
Luego venían los días felices en los que iba de aquí para allá con una sonrisa pintada en el rostro, sorprendiéndose a sí misma riendo mientras paseaba por la calle al asaltarle el recuerdo de una de sus típicas bromas. Ésa era su rutina. Se hundía en días de una profunda y lóbrega depresión, hasta que por fin recobraba las fuerzas para ser más positiva y cambiar de estado de ánimo durante otros tantos días. Ahora bien, cualquier nimiedad bastaba para desencadenar el llanto otra vez. Era un proceso agotador y las más de las veces le daba pereza batallar contra su mente, mucho más fuerte que cualquier músculo de su cuerpo.
Los familiares y los amigos iban y venían, unas veces para consolarla y otras para hacerla reír. Pero incluso en su risa se echaba algo en falta. Nunca parecía estar verdaderamente contenta, daba la impresión de matar el tiempo mientras aguardaba alguna otra cosa. Estaba harta de limitarse a existir; quería vivir. Pero ¿qué sentido tenía vivir cuando no se sentía viva? Se hizo las mismas preguntas una y mil veces, hasta que finalmente prefirió no despertar de sus sueños; éstos
eran lo único que le parecía real.
En el fondo sabía que era normal sentirse así, tampoco es que pensara que estaba perdiendo la cabeza. Sabía que la gente decía que un día volvería a ser feliz y que aquella sensación sólo sería un recuerdo lejano. Sin embargo, alcanzar ese día era la parte difícil.
Leyó y releyó la primera carta de Diamante una y otra vez, analizando cada palabra y cada frase, y cada día hallaba un nuevo significado. Pero no podía quedarse sentada allí hasta el día del juicio final, intentando leer entre líneas para adivinar el mensaje oculto. La verdad
era que en realidad nunca sabría exactamente qué había querido decirle puesto que jamás volvería a hablar con él. Aquella conclusión era sin duda la más dolorosa y difícil de aceptar, y la estaba matando.
Mayo había quedado atrás y junio había traído consigo largos atardeceres luminosos y las hermosas mañanas que los acompañaban. Los radiantes días soleados del nuevo mes le brindaron la claridad. Se acabó el encerrarse en casa en cuanto oscurecía y el quedarse en la cama hasta la tarde. Irlanda parecía haber despertado súbitamente del letargo invernal, desperezándose y bostezando para volver a la vida.Era hora de abrir las ventanas y airear la casa, de librarla de losfantasmas del invierno y los días oscuros, era hora de levantarse temprano con los trinos de los pájaros y salir a pasear y mirar a la gente a los ojos, sonreír y saludar en vez de esconderse bajo varias
capas de ropa, la mirada clavada en el suelo mientras corría de un lado a otro haciendo caso omiso del mundo. Era hora, en fin, de abandonar la oscuridad y levantar la cabeza bien alta para enfrentarse cara a cara con la verdad.
Junio también trajo otra carta de Diamante.
Serena se había sentado fuera para disfrutar del sol, deleitándose en aquella renovada alegría de vivir. Nerviosa y entusiasmada al mismo tiempo, leyó la cuarta carta. Se embelesó con el tacto de la tarjeta y
de los contornos de la caligrafía de Diamante cuando acarició la tinta seca con la yema de los dedos. Dentro, su pulcra caligrafía presentaba un listado de artículos que le pertenecían y que seguían en la casa y, al
lado de cada una de sus posesiones, explicaba qué quería que Serena hiciera con ellas y dónde deseaba que las hiciera llegar. Al final ponía:
 
****
Posdata: te amo, Sere, y sé que tú me amas. No necesitas mis pertenencias para acordarte de mí, no necesitas conservarlas como prueba de que he existido o de que aún existo en tu mente. No necesitas ponerte un suéter mío para sentirme cerca de ti; ya estoy
ahí... estrechándote siempre entre mis brazos.
****
 
A Serena le costó mucho aceptar aquello. Casi deseó que le hubiese pedido que volviera a cantar en un karaoke. Habría saltado desde un avión por él, o corrido dos mil kilómetros, cualquier cosa excepto vaciar sus armarios y desprenderse de su presencia en la casa.
Pero sabía que Diamante tenía razón. No podía aferrarse a sus pertenencias para siempre. No podía engañarse pensando que él regresaría para recogerlas. El Diamante de carne y hueso se había ido; no necesitaba su ropa.
La experiencia resultó agotadora desde el punto de vista emocional. Tardó días en concluirla. Revivió un millón de recuerdos con cada prenda de ropa y cada pedazo de papel que metió en bolsas. Sostenía cerca de ella cada artículo antes de decirle adiós. Cada vez
que sus dedos se desprendían de un objeto era como si se despidiera de una parte de Diamante otra vez. Era difícil, muy difícil. A veces demasiado difícil.
Informó a su familia y sus amigos de lo que estaba haciendo y, aunque todos le ofrecieron ayuda y apoyo reiteradamente, Serena sabía que tenía que hacerlo sola. Necesitaba tomarse su tiempo para despedirse como era debido puesto que no volvería a ver ninguna de aquellas cosas. Al igual que el propio Diamante, sus pertenencias tampoco podrían regresar. Pese al deseo de Serena de estar a solas, Andrew se había presentado en su casa varias veces para brindarle su
apoyo fraterno y ella lo había agradecido. Cada objeto tenía una historia, y conversaban y reían a propósito de los recuerdos que les suscitaba. Andrew estaba a su lado cuando lloraba y también cuando daba una palmada para sacudirse el polvo de las manos. No era una tarea fácil, pero tenía que hacerse y la ayuda de Diamante la hacía más llevadera. Serena no debía preocuparse de tomar grandes decisiones, Diamante las había tomado por ella. Sí, la estaba ayudando y, por una vez, Serena sintió que ella también estaba ayudándolo a él.
Rió al meter en la bolsa las polvorientas casetes del que fue su grupo de rock favorito cuando iba al colegio. Al menos una vez al año Diamante encontraba la vieja caja de zapatos mientras se esforzaba por poner un poco de orden en el creciente caos de su armario. Entonces hacía sonar aquella música heavy metal a todo volumen en todos los altavoces de la casa, para torturar a Serena con los estridentes chirridos de las guitarras y la pésima calidad de la grabación. Ella siempre le decía que se moría de ganas de perder de vista aquellas cintas. Ahora, sin embargo, no la invadió el alivio que antaño había esperado sentir.
Sus ojos repararon en una prenda arrugada que había en un rincón del fondo del armario ropero: la camiseta de fútbol de Diamante, su amuleto. Aún estaba sucia de manchas de hierba y barro, tal como la dejó después de su último día victorioso en el campo. Se la llevó a la cara e inhaló profundamente; el olor a cerveza y sudor era débil, pero seguía allí. La apartó para lavarla y dársela a Nephrite.
Tantos objetos, tantos recuerdos. Todos iban siendo etiquetados y empaquetados, al tiempo que los archivaba en la mente. Los guardaría en un sitio al que pudiera apelar cuando necesitara enseñanzas y ayuda en la vida futura. Objetos que una vez estuvieron llenos de vida e importancia, pero que ahora yacían inertes en el suelo. Sin él sólo eran cosas.
El esmoquin que llevó Diamante en la boda, los trajes, las camisas y corbatas que cada mañana lamentaba tener que ponerse para ir a trabajar. Las modas de años pasados, trajes llamativos de los ochenta y un fardo de chándales; unas gafas de buceo de la primera vez que fueron a hacer submarinismo, una concha que recogió del fondo del mar diez años atrás, su colección de posavasos de cerveza de todos los pubs de todos los países que habían visitado; cartas y felicitaciones de cumpleaños de amigos y familiares recibidas a lo largo de los años; las tarjetas de San Valentín que le había enviado Serena; muñecos y peluches de la infancia apartados para enviárselos a sus padres; carpetas de facturas, sus palos de golf para Nephrite, libros
para Molly, recuerdos, lágrimas y risas para Serena.
La vida entera de Diamante metida en veinte bolsas de basura.
Los recuerdos de ambos guardados en la mente de Serena.
Cada artículo desenterraba polvo, lágrimas, risas y recuerdos. Metió los artículos en bolsas, quitó el polvo, se enjugó los ojos y archivó los recuerdos.
El móvil de Serena comenzó a sonar. Dejó caer la canasta de la colada y entró corriendo en la cocina por la puerta del patio para contestar al teléfono.
—¿Diga?
—¡Voy a convertirte en una estrella! —exclamó Jadeite medio histérico al otro lado de la línea, antes de que le entrara una risa incontenible.
Serena aguardó a que se serenara mientras se estrujaba el cerebro intentando entender de qué estaba hablando.
—¿Estás borracho, Jadeite?
—Puede que un poco pero eso es completamente irrelevante — dijo Jadeite, hipando.
—¡Jadeite, son las diez de la mañana! —Rió y luego preguntó—: ¿Aún no te has acostado?
—¡Nooo! —Volvió a hipar—. Estoy en el tren de vuelta a casa y me acostaré dentro de más o menos unas tres horas.
—¡Tres horas! ¿Dónde estás? —Serena volvió a reír. Estaba disfrutando con aquella charla, ya que se acordaba de las ocasiones en las que ella solía llamar a Andrew a cualquier hora de la mañana desde toda clase de sitios tras haberse portado mal una noche de juerga.
—Estoy en Galway. Los premios fueron anoche —dijo como si su hermana tuviera que saber a qué se refería.
—Perdona mi ignorancia, pero ¿de qué premios hablas?
—¡Te lo conté!
—No, a mí no me has contado nada.
—Le dije a Andrew que te lo contara. Será cabrón... —farfulló, trabándosele la lengua.
—Pues no lo hizo —interrumpió Serena—. Así que tendrás que hacerlo tú.
—¡Los premios de los estudiantes de periodismo se entregaron anoche y he ganado! —gritó Jadeite, y a Serena le pareció que el vagón en pleno lo celebraba. Se alegró mucho por él—. ¡Y el premio consiste en que van a emitirlo en Channel 4 la semana que viene! ¿No
es increíble? —Hubo nuevos vítores y Serena apenas entendía lo que Jadeite le estaba diciendo—. ¡Vas a ser famosa, hermanita! —Fue lo último que oyó antes de que se cortara la comunicación.
¿Qué era aquella extraña sensación que notaba recorriéndole el cuerpo? ¿Acaso era...? No, imposible... No podía creer que estuviera experimentando una sensación de felicidad.
Llamó a su familia para divulgar la noticia, pero descubrió que todos habían recibido llamadas semejantes. Mina se había pegado al teléfono durante horas charlando como una colegiala excitada sobre
cómo iban a aparecer en la tele, por supuesto su historia culminaba con su matrimonio con Denzel Washington. Acordaron que toda la familia se reuniría en el pub Hogan’s el miércoles siguiente para ver la
emisión del documental. Seiya había tenido la amabilidad de ofrecer el Club Diva para que pudieran verlo en la pantalla gigante. Serena estaba entusiasmada con el logro de su hermano y telefoneó a Molly y a Ami para darles la buena noticia.
—¡Vaya, es fantástico, Sere! —susurró, Molly muy contenta.
—¿Por qué hablas tan bajito? —susurró Serena a su vez—. Ah, entiendo, no voy a entretenerte mucho rato. Sólo quería decirte que vamos a ir todos a Hogan’s el próximo miércoles para verlo y que estáis invitados.
—Ajá... perfecto. —Molly fingió anotar sus datos.
—Estupendo, será divertido. Molly, ¿qué me pongo?
—Hummm... ¿Nuevo o de segunda mano?
—No, no puedo permitirme comprar nada nuevo. Aunque me obligaras a comprar ese top hace unas semanas, me niego a ponérmelo: ya no tengo dieciocho años. Así que tendrá que ser algo viejo.
—Muy bien... Rojo.
—¿El top rojo que me puse en tu cumpleaños?
—Sí, exacto.
—Bueno, tal vez.
—¿Cuál es tu situación laboral actualmente?
—La verdad es que aún no he empezado a buscar. —Serena se mordió el interior de la mejilla y frunció el entrecejo.
—¿Fecha de nacimiento?
—Oh, vamos, cierra el pico, chismosa.
—Lo siento, pero sólo abrimos pólizas de automóvil a conductores mayores de veinticuatro años. Me temo que eres demasiado joven.
—Ojalá. Vale, ya hablaremos después.
—Gracias por llamar.
Serena se sentó a la mesa de la cocina, preguntándose qué se pondría para ir a Hogan’s la semana siguiente. Tenía ganas de estar guapa y sexy para variar, estaba harta de su ropa vieja. Quizá Ami tendría algo en su tienda. Estaba a punto de llamarla cuando recibió un
mensaje de texto de Molly.
 
ARPÍA ESPÍA T LLAMO + TARDE BSOS
 
Serena descolgó el auricular y llamó a Ami al trabajo.
—Casuals, buenos días —contestó Ami, muy educada.
—Hola, Casuals, soy Serena. Ya sé que no tengo que llamarte al trabajo, pero sólo quería decirte que el documental de Jadeite ha ganado no sé qué premio universitario y que van a emitirlo el miércoles por la noche.
—¡Qué guay, Sere! ¿Y nosotras salimos? —preguntó
entusiasmada.
—Creo que sí. Vamos a ir todas a Hogan’s a verlo. ¿Te apuntas?
—¡Uau, por supuesto! Igual llevo a mi novio nuevo —agregó Ami, sonriendo con picardía.
—¿Qué novio nuevo es ése? —preguntó Sarena.
—¡Taiki!
—¿El del karaoke? —Serena no daba crédito.
—¡Pues claro! Oh, Sere, estoy tan enamorada... —Y se echó a reír como una chiquilla.
—¿Enamorada? ¡Pero si sólo hace unas semanas que lo conoces!
—¿Y qué más da? Desde el primer instante... como dice la canción.
—Vaya, Ami... ¡No sé qué decir!
—¡Dime que es maravilloso!
—Sí... O sea... no hay duda de que es una buena noticia.
—Oye, no te entusiasmes tanto, Serena—dijo Amy con sarcasmo
—. De todos modos, me muero de ganas de que lo conozcas. Te encantará. Bueno, no tanto como a mí, pero estoy segura de que te caerá bien. —Y comenzó a divagar sobre lo fantástico que era Taiki.
—Ami, ¿no recuerdas que ya lo conozco? —la interrumpió
Serena en medio de una historia sobre cómo Taiki había salvado a un niño de ahogarse.
—Sí, ya lo sé, pero prefiero que le veas cuando no estés portándote como una demente que se esconde en los lavabos y grita por los micrófonos.
—Supongo que tienes razón...
—Pues claro, mujer. ¡Lo pasaremos bomba! ¡Será la primera vez que vaya a mi propio estreno! —dijo excitada.
Serena puso los ojos en blanco ante el histrionismo de su amiga y se despidió de ella.
 
Serena apenas hizo ninguna de las tareas domésticas que se había propuesto, ya que estuvo casi toda la mañana hablando por teléfono. El móvil sonaba sin cesar y acabó provocándole dolor de cabeza. Se estremeció al pensarlo. Cada vez que le dolía la cabeza se acordaba de Diamante. Detestaba que sus allegados se quejaran de jaquecas y migrañas y, cuando lo hacían, los atosigaba con advertencias sobre el
peligro que corrían y los instaba a tomárselo más en serio e ir a ver al médico. Acabó por aterrorizar a todo el mundo con sus historias, y finalmente optaron por no decirle nada cuando se encontraban mal.
Suspiró sonoramente. Se estaba volviendo tan hipocondríaca que hasta su doctora estaba harta de verla. Corría a la consulta presa de pánico por cualquier nimiedad, aunque fuera un dolor en la pierna o retortijones en el estómago. La semana anterior, se convenció de que le ocurría algo en los pies; los dedos no acababan de tener buen aspecto. La doctora los examinó con seriedad y acto seguido se puso a
garabatear una receta mientras Serena la observaba horrorizada. Por fin le entregó el trozo de papel y, con esa caligrafía indescifrable típica de los médicos, leyó: «Compra zapatos más grandes».
Tal vez tuviera su gracia, pero la broma le costó cuarenta euros.
Serena había pasado los últimos minutos al teléfono, escuchando a Andrew despotricar contra Haruka. Por lo visto Haruka también le había hecho una visita. Serena se preguntó si simplemente estaría tratando de establecer lazos afectivos con sus hermanos después de años de esconderse de ellos. Bien, pues al parecer era demasiado tarde. Desde luego, resultaba muy difícil mantener una conversación con alguien que todavía no dominaba el arte de la buena educación. ¡Oh, basta, basta, basta!, se gritó en silencio. Tenía que dejar de preocuparse, dejar de pensar, dejar de estrujarse los sesos y, sobre todo, dejar de hablar consigo misma. Se estaba volviendo loca.
Finalmente acabó de tender la colada con más de dos horas de retraso y metió otra carga de ropa en la lavadora y la conectó. Encendió la radio de la cocina, puso el televisor a todo volumen en la sala de estar y reanudó la faena. Quizás así sofocaría la vocecilla interior que no paraba de lloriquear.
 
***En un ratito subo el siguiente capítulo!

Posdata Te Amo TERMINADAWhere stories live. Discover now