—La teníamos para vigilar a la niñera cuando estaba aquí con la niña, y después... supongo que la dejamos porque a Lucía le gustaba mucho. —Le tembló el labio antes de rectificar—. Le encanta ese peluche, sería capaz de irse de casa antes de que se lo quitáramos. Sus palabras, no las mías.

—¿Han seguido usándolo para vigilarla?

—No he vuelto a tocarlas desde que despedimos a esa mujer. No tengo nada que ver ahí, lo que juegue o hable ella con sus muñecas... no es tan interesante.

—¿Y tiene las grabaciones? —insistió, con el corazón acelerado. Esa podría ser la clave de todo.

—Desde el día en el que instalamos el peluche.

Así, tras un sexo de reconciliación que se le antoja el mejor que ha tenido en mucho tiempo, sale de la cama, dejando a Raoul acurrucado con una almohada, y busca las grabaciones que se ha llevado a casa.

Como no quiere molestar, baja al salón y se pone las gafas y los auriculares, antes de comenzar a escuchar grabaciones. Estas empiezan con una mujer rubia y la que debe ser Lucía tomando el té con otros peluches.

—¿Un poco más de azúcar, señorita Paredes?

—Por supuesto que sí, Luci-lú... —Con una sonrisa amplia y quizá exagerada, le echa azúcar a la taza de la pequeña niña, que aplaude con energía.

Agoney suspira y adelanta un poco el vídeo. No tiene sentido que haga caso a cada segundo de la grabación, tiene que centrarse en descubrir qué pasó.

Cuando ya ha pasado la hora de revisiones, su cuerpo por completo se incorpora en el sofá, con ojos muy abiertos.

A las ocho de la mañana en punto, está entrando en comisaría con su portátil a cuestas y la mirada inyectada en sangre.

—Me sé de alguien que no ha dormido mucho esta noche —comenta Jonathan, que siempre llega cinco minutos antes solo para perderlos en la máquina de café.

—Calla, puede que tenga algo.

Varios compañeros se acercan cuando coloca el portátil en su escritorio y lo abre, mostrando un minuto concreto del metraje que ha tenido que revisar.

—Dime que no has pasado toda la noche haciendo eso... —Bufa el otro inspector.

—Eso hice, pero ha merecido la pena. Escuchad esto.

Presiona al play, sentándose bien en la silla. El resto se inclinan para escuchar mejor.

En la imagen, la pequeña Lucía está jugando con una muñeca al borde de la cama, todavía sin mucho sueño como para dormir, a pesar de que pone que son las diez y media de la noche. Entonces, de repente, una voz muy grave.

—¡Buenas noches, Luci-lú! —La niña se sobresalta, mirando en todas direcciones—. Soy yo, el señor Susurros.

—¿Qué mierda es eso? —pregunta Jonathan.

—Calla y escucha.

—¿Quién es usted? —susurra, mirando hacia la cámara.

—Soy un amigo... Alguien que te quiere mucho, que no te quiere dejar sola nunca jamás.

—¿Eres mi amigo? —La mirada de Lucía se ilumina.

—¡Pues claro que sí! Pero si somos amigos, tendremos que confiar el uno en el otro.

—Claro. —Asiente, en tono serio.

—Eso significa que no puedes contarle a nadie que estoy aquí, que te estoy cuidando, ¿entiendes? Tu madre..., ella no lo entendería.

En el improbable caso de una emergencia-RAGONEYWhere stories live. Discover now