╰┈➤ ❝ [BUGHEAD] ❞
╰┈➤Betty, una amargada por la vida y con un pasado que aún le duele, decide mudarse a Riverdale.
Todo empieza cuando, en una banca en el parque, conoce a Jughead, el niño molesto que llegarán a revolucionar su vida.
Y, quizás, a en...
Tomo aire a la vez que me dejó caer en la cama. Estiro mi mano hasta llegar a uno de los peluches y lo tomo para estrujarlo contra mi pecho.
Un nudo en mi garganta a estado ahí desde que desperté en el hospital, pero no había querido llorar.
Aún no quiero.
Estoy cansado de llorar todo el tiempo.
Tapo mi cara con mi antebrazo y dejo salir un sollozo.
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Betty se sube en mis piernas y me besa, de forma lenta y suave. El beso es lindo, pero se mezcla con las lágrimas que aún sigo derramando.
—ya está, ¿Si? No te presiones de más.
Hace un mechón de mi pelo a un lado y me abraza, poniendo su cabeza en el espacio de mi cuello.
—e-es solo que... No puedo, juro que no puedo. C-cada vez que intento comer, y-yo... No puedo, lo siento, no puedo, no puedo.
—shh, ya, pequeño, todo está bien.
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Gruño, tratando de alejar esos recuerdos.
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B E T T Y:
Incluso si intentará negarlo, no podría; Nick me causa dolor de cabeza con tan solo pensar en que debo compartir oxígeno con él.
Trato de guardar la compostura, aunque las ganas de vomitar se hacen presentes en cuanto me presenta como su prometida.
Sonrío de la manera más forzada que sé y estrecho mi mano con la que, según oí, es su tía.
—oh, Nick, pero que.. encantadora es tu prometida tienes. —puedo notar la falsedad en su voz, pero no me puede importar menos.
Así que solo le regaló mi sonrisa más hipócrita.
Nick no dice nada, y no espero que lo haga. Sinceramente, me importa poco menos que nada.
Antes de poder seguirlo al comedor, él me toma fuertemente del antebrazo y me aparta del resto.
Con expresión enojada y la mandíbula apretada, me suelta de manera brusca.
—ni se te ocurra hacer alguna estupidez que me deje en ridículo, Elizabeth.
Sonrío con sorna y alzo la cabeza un poco ante la diferencia de altura.
—oh, querido Nick, te recuerdo que tú mismo te metiste en esto el día que decidiste fastidiarme con esta estupidez del matrimonio. Ya te lo dije, y deberías saberlo muy bien; yo no pierdo, y si lo hago, tú lo haces conmigo.
Sin decir más, me fuí por dónde los demás habían ido antes y, con mi mejor sonrisa que no demuestra nada más que satisfacción, me adentro.
Tomo asiento junto a los demás en la gran mesa de madera al centro del lujoso comedor, al lado de Nicolas, quién llega no mucho después que yo.
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