XVIII

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EN LA ACTUALIDAD...



Santi llegó hasta la calle que daba a la granja de sus tíos y se detuvo.

La luna blanca iluminaba el camino solitario por donde debía escapar, pero él no se movía. Estaba seguro de que, a partir del momento en que empezara a correr en esa dirección, no iba a volver a ver nunca más a sus familiares.

Él no era tonto y sabía que algo muy malo estaba pasando en la granja, algo que quizás estaba relacionado con su enfermedad, pero quizás no. Él no se sentía enfermo. Por el contrario, se sentía sano y con ganas de curar a los demás.

¡Eso era! Una sensación que nunca antes había experimentado, ahora le hizo comprender todo.

"¡Estoy curado!" exclamó y se tapó la boca inmediatamente, temeroso de que lo hubieran escuchado.

Comprendió cuál había sido su problema todo este tiempo, porqué lo habían retado en la escuela, porqué su madre lo había traído a la granja, porqué su tío le había enseñado esas tareas rurales a lo largo de la jornada, cuál era la misión que tenía en su corta vida. La respuesta estaba allí, solamente debía tener la voluntad de escucharla.

Así que hizo silencio, aguantó la respiración y escuchó: aullidos, quejidos de los perros, de los conejos, las gallinas. Eran sonidos de dolor, pobres animalitos que estaban siendo torturados con ese encierro.

Regresó.

Primero abrió la jaula de los pájaros. Aletearon intensamente, sedientos de libertad, y desaparecieron entre las tinieblas.

Segundo, las gallinas. Éstas produjeron mucho más ruido, algunos cacareos en señal de agradecimiento, unos aleteos felices y también huyeron.

Tercero y cuarto, las jaulas de los conejos y la perrera. Los pobrecitos salieron arrastrándose, pero contentos, maravillados por este milagro inesperado. Los cachorritos y los conejos más jóvenes, con sus piernas intactas podían ir más rápido y jugar.

Algunos perros atacaron a un par de conejos y los mataron, como había anticipado Fidel.

Y Santi también recordó otra enseñanza de él y de Cristina. Ella había dicho que en su casa no había desigualdad. Santi respetaba eso. Lo respetaba tanto, que fue al galpón y tomó la maza, esa que usaba el hombre de la casa para arreglar las patas traseras de los animales.

Antes de irse de la granja, al chico le faltaba una tarea por hacer.

La maza era muy pesada, por lo cual para transportarla la arrastraba y dejaba detrás, el rastro de una larga línea en la tierra.

Entró en la casa.

Se dirigió a la habitación de sus tíos. Podía sentir sus ronquidos detrás de las paredes.


FIN

Tres personas que salvaron el mundoWhere stories live. Discover now