III

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Coco quería dejarlo morir.

Él sí había presenciado la escena completa desde la ventana de la remisería. Él sí sabía que uno de los heridos era una persona inocente y que la otra, un criminal. También había visto segundos antes a este último robarle un chupetín usado a un escolar y metérselo en la boca así como estaba, todo chupado y chorreante de saliva. Qué asqueroso.

Él y su compañero Dante coincidieron de inmediato en llevar al policía retirado al hospital, dado que las ambulancias no iban a llegar al menos hasta las ocho, nueve o diez de la noche.

Sin embargo, con respecto al Brayan tenían opiniones desencontradas.

-A él también tenemos que llevarlo al hospital. Todos los seres humanos tenemos derecho a vivir- argüía Dante muy muy muy preocupado. No podemos dejarlo acá. No podemos.

-No podemos usar mi auto. Eh... es decir... no entran los dos. Si querés llevalo en el tuyo, pero te recomiendo que no lo hagas.

-Por supuesto que SÍ lo voy a hacer. Obviamente que lo voy a llevar.

Más allá de oponerse por cuestiones éticas, Coco no quería que su auto se llenara de olor por culpa de un chorro. Y tampoco el auto de su compañero, lo cual al fin y al cabo, también lo perjudicaría a él ya que dañaría la imagen de su empresa. Y cabe aclarar que si bien el anciano herido iba a ensuciar el auto por obvias razones, el Brayan estaba mucho más sucio: las heridas eran más grandes, tenía más agujeros de balas y emanaban un olor más insoportable. Claramente se encontraba más cerca de la muerte que su contrincante.

Coco agarró las llaves del vehículo y antes de salir le planteó una duda complejísima a su compañero.

-¿Se te ocurrió esto, Dante?

-¿Qué cosa?

-Si todos los seres humanos tienen derecho a vivir, y vos le salvás la vida a un delincuente, a un asesino, él, en un futuro va a matar a muchas otras personas, quienes también tienen derecho a vivir. Es contradictorio, ¿no?

Era un razonamiento válido.

Podía expresarse de otra manera: al no salvarle la vida a este hombre, por simple propiedad transitiva, estaría salvando la de muchísimos seres: hombres, mujeres, niños, ancianos, perros, gatos, negros, etcétera.

-Dejalo en la calle- concluyó el primer remisero y después, desde afuera agregó- así no manchás el auto.



Dante estuvo nueve minutos reflexionando.

Abstraído.

No pasaba ni un alma por la calle, nadie que pudiera evitar hacerle tomar esa decisión. Ni un transeúnte, ni un vehículo, ni una sombra. Ni siquiera un perro callejero. Y él contempló al moribundo durante nueve minutos que fueron una eternidad.

¿Lo iba a ayudar? ¿Iba a llevar al hospital a ese sujeto que exclamaba "wiwi wiwwiwwi" con voz tan lastimera?

¿Qué significaría esta situación? ¿Qué impacto tendría esa decisión en la sociedad? ¿Y en el mundo del arte? ¿Y en la política, y en la economía, y en la televisión, y en la medicina?

¿Y si era como anticipaba Coco, es decir, que salvar a esa persona implicaba condenar a muerte a muchas otras? ¿Y si entre los que iban a morir en el futuro estaban sus familiares, sus seres queridos, sus amigos, sus conocidos, su socio o él mismo?

¿Y si después de curarse, el Brayan volvía a la remisería y a modo de agradecimiento le pegaba un tiro en la frente?

Dante contemplaba al ladrón agonizante.

Pensaba, miraba hacia el horizonte con deseos de que llegara alguien más, pensaba, escuchaba esos quejidos, después el silencio, sentía la brisa helada, pensaba, veía el paisaje casi inmóvil bañado de un sol reconfortante, la sangre brillante. Parecía un cuadro o la escena de una película de culto.

El Brayan moría.

Y Dante lo contemplaba.

...

...

Lo contemplaba y no tenía noción del paso del tiempo.

Tres personas que salvaron el mundoWhere stories live. Discover now