CAPÍTULO 9. CUANDO HABLA EL CORAZÓN.

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El deseo nos fuerza a amar
lo que nos hará sufrir.
Marcel Proust


Confundir el amor con el deseó es algo muy recurrente en la mentalidad del ser humano, creer que todo lo que deseamos es indispensable para la vida genera este extraño apego que combinado con la obsesión nos da como resultado un evento catastrófico, se pueden desear muchas cosas y de distinta manera, pero al final del día solo los que controlan sus impulsos pueden saber diferenciar lo necesario de lo irrelevante, el hombre es codicioso por naturaleza, siempre quiere más y más, y cuando lo consigue, no es suficiente, nunca debemos confundir las necesidades reales de las adquiridas, porque por este tipo de pensamientos es que la gente desarrolla más su codicia hasta el punto de querer incluso lo ajeno, lo que lleva a conflictos y desacuerdos infundados por la avaricia y los celos. El deseó carnal también es producto de aquella codicia, puedes sentirte atraído por una persona sin involucrar sentimientos de por medio, eso todos lo saben, y algo muy gracioso es que cuando el hombre es rechazado, su cabeza le pide con más ímpetu conseguirlo, como si de una cuestión de orgullo se tratara, el hombre desea antes de amar en múltiples ocasiones, porque aunque creemos que lo primero que sentimos al ver a esa persona amada por primera vez son las famosas mariposas, realmente es tu lado hormonal respondiendo a algo que le gusta, que le atrae y le da curiosidad, aunque suene bonito romantizar aquello con las mariposas, cada quien le da nombre a sus emociones como quiere.

Creer que el deseo es algo malo nos ha llevado a una cuenta regresiva acerca de la exploración de la sexualidad por mero pudor, aprender sobre nuestro cuerpo es tan importante como aprender nuestras necesidades básicas, como el hambre, sed, sueño, pero al ser un acto tan íntimo, dónde el alma queda al descubierto, asusta, cuando sucumbimos al deseo revelamos una imagen que ni nosotros mismos sabíamos que teníamos, los gestos, cambios de voz y hasta la forma en que reaccionamos a los estímulos es totalmente incontrolable, y eso al ser humano no le gusta, le molesta no tener el control de sus acciones, así que ser impulsivo para la moral, es equivalente a ser un pecador de lo peor, claro que solo en apariencias, porque los hombres son los primeros en tener sus propias experiencias hasta el punto de llegar a desarrollar adicción por ello.

Una mujer que explora su sexualidad da la imagen de una persona de baja moral.

Pero un hombre que explora su sexualidad es un amante digno y una persona vigorosa.

La balanza nunca estaba equilibrada, pero eso a nadie le importa, siempre y cuando las costumbres morales se respeten y procreen en la bendición del sagrado matrimonio.

Londres se alistaba para uno de los eventos más importante de la temporada, el baile más escandaloso de todos, el de Lady D'angelo, italiana, una mujer que fue criada en una casa de arte, donde todos los días, había gente desnuda por doquier, alcohol, y muchas, muchas mujeres, su padre y su madre se habían conocido así, ella era una de las tantas modelos, pero nunca se casaron, por lo que era una mujer bastante criticada por ser hija nacida fuera de una unión matrimonial. Nadie se atrevía a contradecirla por una simple razón, su esposo, el hombre era tan amigo de la corona y poseía muchos contactos que le permitan una vida bastante cómoda a ambos, ya la querida Lady D'angelo era muy complaciente con su marido, por lo que tenía al hombre en la palma de su mano, con tan solo veintitrés años y cuatro años de matrimonio la querida dama ha sabido cómo moverse en este mundo de víboras, y esa es la misma razón que provocó la poca invitación a sus fiestas y reuniones sociales, dando un total de sólo doscientas invitaciones, muy poco teniendo en cuenta que en Londres se juntan hasta quinientas personas.

La dama tenía ideas bastante liberales, sus fiestas eran temáticas y como de costumbre, el arte jugaba un papel muy importante en su hogar, el entretenimiento iba desde cantantes de ópera hasta el mismo circo para entretener a sus invitados, su frase más común, "ser libre no es un pecado", emocionante para los jóvenes que preferían tener conductas más arriesgadas, en ese espacio nadie juzgaba, nadie daba órdenes, y nadie hablaría si algo... indebido sucedía, después de todo, las puertas de las habitaciones estaban siempre abiertas, y un par de llaves colgaba desde adentro con un listón rojo de las camas para... ocasiones especiales, nada saldría de esa habitación, y nadie sabría lo que podría ocurrir, solo los involucrados por supuesto.

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