PRÓLOGO.

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La presentación de todo joven de sociedad es uno de los rituales más importantes de su vida, la sociedad a impuesto que para poder acceder al matrimonio debes de tener la perfecta imagen en tu entrada a la sociedad, un porté hermoso, apariencia agradable y una manera de caminar y dirigirte a la reina muy correcta, los debutantes cuidaban hasta el más mínimo detalle, desde la ropa que usarán hasta la forma de hacer una reverencia con verdadera gracia, siempre con una rodilla ligeramente enfrente y los hombros derechos, la mirada en el suelo y una sonrisa suave, sin exagerar, pero tampoco muy pequeña, usar por primera vez el rubor para las mejillas y leve color en los labios, no mucho, pues se asocia a mujeres y hombres de dudosa pureza, se puede decir que es el día más esperado por unos, y el más aterrador para otros, pero aún así todos tienen claro que es un día crucial en sus vidas, puede ser o increíblemente perfecto, o un total desastre.

La sociedad es uno de los jueces más duros para la juventud, llenando de expectativas la vida de sus hijos como si fuera su obligación cumplirlas, nacer como mujer o doncel es una de las peores cosas que podrían pasarte, si nacías en una familia aristócrata, pues la mejor definición para tu persona sería "moneda de cambio" el matrimonio y la unión de familias era de las costumbres más comunes en las clases altas, sobretodo si nunca se dió un buen cuidado de los bienes y la dote ofrece mucho para no caer en bancarrota.

La familia Jongcheveevat era una excepción.

Los marqueses Jongcheveevat tenían economía de sobra, sus bienes eran administrados con un buen juicio y el cabeza de familia Suppasit Jongcheveevat, marqués de los Jongcheveevat, y uno de los productores más grandes de lavanda y vainilla en Inglaterra estaba cociente de que no estaba lo suficientemente desesperado como para mandar a sus hijos a matrimonios sin amor, por lo que había atrasado lo más que podía la presentación de su querido hijo doncel, Win Alén Jongcheveevat es el segundo hijo del matrimonio de los marqueses, un joven dulce de dieciocho años que haría una grandiosa entrada a la sociedad teniendo como condición por parte de su padre casarse hasta los veinte años, y solo si se encontraba lo suficientemente enamorado como para dar ese paso, Win era un chico muy soñador, anhelaba una historia tan romántica como la de sus padres, a partir de los dieciséis años tenía en mente gracias a los libros que leía, a su hombre ideal, debía ser casi tan alto como él, fuerte para proteger a su familia a su lado y muy romántico, gracioso y que lo amara incondicionalmente pese a todos sus errores, un amor donde después de años de matrimonio sus ojos siempre se busquen entre si, que sus sentimientos solo crezcan con el tiempo y que lo trate igual que como su padre trata a su papi, además de que quería hijos, y no porque esa sea su obligación como doncel, no, su familia siempre le inculcó que los hijos eran una elección y un disfrute, no una obligación ni una tortura, Win quería se padre porque ese era su deseo, y esperaba poder cumplirlo una vez logré casarse.

Era por eso que esa mañana en el palacio Jongcheveevat, construido años después del nacimiento de sus hijos, estaba vuelto loco, los hermanos menores corrían y saltaban por todo su hogar buscando sus zapatos, listones para el pelo, corbatas y tiaras para poder estar a tiempo en la entrada y ver a su hermano salir ya listo, cómo siempre soñó, luego de años de educación por fin se le haría convertirse en un joven cazadero.

Su pelo rizado estaba acomodado de forma perfecta a los ojos de su familia, un pequeño broche con forma de girasol se alzaba hermosamente en su cabello y sus ojos estaban adornados con un brillo especial, estaba emocionado, no lo iba a negar, sus mejillas eran rosadas naturalmente, por lo que no era necesario recurrir a pintura artificial, sus labios estaban pintados ligeramente de un rosa suave, dando una imagen adulta pero inocente, muchos podrían decir que el segundo hijo de los Jongcheveevat era una aberración, pues a causa de su prematuro nacimiento y su reclusión del mundo exterior, las personas comenzaron a crear rumores sobre que el joven no era nada agraciado y sus padres lo ocultaban por vergüenza, pero los que habían podido ver y hablar abiertamente con el chico aseguraban que tenía una belleza tan inalcanzable que su padre, el marqués, no se iba a arriesgar a qué alguien se lo llevará de su lado, llegaron a comparar su belleza con la de la reina, y vaya que eso es mucho decir, pues en Inglaterra nadie es más hermoso que la reina, pero todos están de acuerdo que esa gran belleza era de familia, tres generaciones comenzando por su abuela Olivia Traipipattanapong, seguida de su papi y por último él, las personas hablaban diciendo que eran bendecidos por la misma afrodita, otros más religiosos lo consideraban una maldición, pues atraían la mirada de cualquiera al pasar, incluso el esposo del marqués después de pasar los cuarenta años seguía igual de bello como todos lo recuerdan en su juventud.

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