Capítulo 37| Impotencia

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Papá solía decir que yo era diferente a mis hermanos, que arruinaba la imagen que las personas tenían de nosotros. No tengo nada que resaltar.

Leonel era un niño prodigio, los profesores no dejaban de señalar lo inteligente que era y eso enorgullece a mis padres. Logan solía participar en concursos de oratoria, escribía y se expresaba de una forma que admiraba. En cambio, yo tenía problemas de salud, les generaba gastos que él llamaba «innecesarios». No interactuaba con otros niños. No tenía ningún talento que resaltar.

Se acercó a mí y aunque odiaba su mirada cada que yo terminaba aquí mi único lugar seguro eran mis hermanos, a veces deseaba salir de casa pues cruzar aquella puerta significaba un día sonriente para nosotros.

¿Por qué estás aquí? —Se sentó a mi lado temeroso, imitaba la posición en la que me encontraba. Nuestras rodillas chocando con nuestros pechos.

Porque no soy perfecto.

El recuerdo me golpeó como un balde de agua fría, a veces el pasado nos atormenta más de lo que nos gustaría admitir. Las únicas personas en ese entonces que consideraba mi lugar seguro eran Abdiel y mis hermanos. Mis progenitores estaban locos, aquello de «mamá» y «papá» solo queda en quienes te entregan su amor incondicional. Quizás uno estaba más loco que otro.

—Tú nunca aprendes —Observo irritado al pelirrojo, haciéndolo saber al rugir molesto acompañado por una mueca disgustada por mi parte—. Aferrarse al pasado es malo, ¿no era lo qué le decías a Madeline?

Cubro mi rostro con una de las almohadas, con el punzante dolor de cabeza intensificando. Era como escuchar un sonido ensordecedor en mi cabeza, acompañado de una débil y mísera voz. Siempre es lo mismo.

Hiciste las cosas mal, pero puedes arreglar las cosas y quedarte con ella.

—He dicho tantas cosas —Mis palabras son cortantes y seguras, sin vacilar en ningún momento—. Y muy pocas de ellas son ciertas.

Un peso cayó el día que la vi, aunque sé que muy por encima de lo que haya pasado no me ha otorgado su perdón. No quiero irme. No quiero dejarla. No deseo apartarme de su lado.

He causado tantos problemas y la he metido en ellos, es difícil controlar todo cuando ni siquiera puedo tenerlo en mis manos, algunas veces una parte de mí desea salir y guardar la otra para siempre. Recuerdo el día que nos dieron mi diagnóstico.

4 años atrás
15 de marzo del 2018.

Todos me miraban, me juzgaban y eso me aterraba. No dejé de mover mis piernas hasta que mis tíos se levantaron de las sillas que estaban al lado de mí. El Dr. Denver cruzó la puerta por la que minutos antes habia desaparecido, me aterraba, desde mi posición solo veía a un hombre desconocido con un porte serio e intimidante.

Cuando me hizo hablar del accidente y la relación con mis padres me sentí intranquilo, las lágrimas querían salir, pero yo las retenía. No quiero, no puedo permitirme llorar.

Mis tíos me observaban preocupados, más que eso aborrecía sus miradas de compasión. Me veían como una criatura deleznable que se derrumbaría con tan solo un soplo.

El Dr. Denver mi miró por una pequeña fracción de segundos, mi garganta estaba seca e incluso escuchaba el tic tac del reloj detrás de mí como único escape de mi realidad. Era como si mi mundo se viera reducido en este pequeño cuarto. Y como una voz en mi cabeza sonaba cada vez con más frecuencia.

Les entregó a mis tíos una carpeta que tenía mi nombre, lo único que pude ver antes de que esta se cerrara eran datos míos junto con una fotografía. Me miraban, me detallaban y posiblemente me juzgaban en sus cabezas como todos lo hacían.

Un chico fuera de este mundoWhere stories live. Discover now