—¿Y cómo lo saben? Mi padre no me contó absolutamente nada sobre sus últimas decisiones. Y eso que a veces me comunicaba con él, ¿por qué?

Radiante, jocosa, empujó a Cobrizo y se armó de valor para responderle a Igni.

—Pusiste en peligro constante a las víctimas que tenías que rescatar del incendio, y a pesar de que el resto lo logró, saben que tu decisión de dejar ir a Cristal fue equivocada. Ninguna persona que tenga varias habilidades combinadas y que actúe por fuera de la ley merece respeto.

—Es que nadie elige cómo nacer. Entendedme, no creo que ella sea capaz de volverse mala porque sí. Eso es el resultado del rechazo constante de los ciudadanos, tal vez...

Igni sintió que la sangre le estaba hirviendo al escuchar esa declaración. Sonaba tan rara como trágica, por lo que decidió ponerse de pie y apartarse de la mesa. Su mente se había envuelto en una sensación de malestares inminentes, no cuando aquello hizo que recordara un suceso que no quería revivir.

Su padre, al ser un Guardián, era el encargado de matar y aprisionar a bastantes personas acusadas de infringir la ley. Sin importar cuán amables o malos fueran, cada uno de ellos había tenido el más trágico de los destinos.

Recordó el olor a sangre seca, los automóviles varados en medio de una llovizna que cesaba y la borrosa vista sobre cómo se enfrentaba a un Vigilante, alguien que se suponía que bordeaba la ley... Y había aniquilado por completo su existencia.

También recordaba ver a varios niños llorar al borde de una vereda, con las lágrimas y la saliva inundando sus caritas llenas inocencia y temor. Lo había presenciado en medio de la miseria que rodeaba los angostos barrios marginales que marcaban una delgada línea entre la Capital de Buenos Aires y los habitantes que vivían en piezas apiladas a lo largo de la orilla de La Esquinita, un barrio que recién empezaba a asentarse en los restos de tierras áridas que quedaban asoladas tras la mudanza de varios locales.

De pequeño, él quería ayudar a otros que no fueran del círculo de los suyos, pero le era prohibido. Y por lo tanto, pretendía olvidarlo todo.

—¿Te vas a alejar después de esto?

—No me iré, no te preocupes —Igni ladeó la cabeza en una afirmación tras el malestar desvanecido —Ser un heredero no va a ser nada fácil si lo pensás bien.

—Bien hecho. Lo que menos anhela Forte Ignito, como padre, es que vos renuncies a tu cargo, sabiendo que él te eligió para aprender sus pasos.

Ignacio ladeó la cabeza a un lado, desconcertado. Sabía que la sucesión era un tema difícil y que era lo equivalente a que un rey dejase un patrimonio de ganancias a un príncipe. Si lo hacía, iba tener que aislarse de todo, y quizás, adaptarse a la frívola actitud de alguien repleto de grandeza y poder.

Pero tampoco era capaz de ignorar la alianza que había forjado con Cristal. La había ayudado a levantarse tras un golpe de un desconocido, y por lo menos, era de considerarse un acto heroico.

El recuerdo del otro día aparecía y desaparecía de manera repentina, por lo que deseaba que eso nunca hubiese ocurrido.

«Hay otras cosas más interesantes que realizar en vez de estar dudando por culpa de un insignificante beso. No me importa mucho el poder, aunque otros digan que a mi padre le agrada» pensó una vez más.

Volvió a la conversación. Poniendo sus manos en la mesa, asintió nuevamente.

—¿Los demás países se enterarán de esta sucesión? ¿Cómo lo tomarían? —Igni preguntó.

Cobrizo no respondió. Sin embargo, la muchacha se acomodó el cabello y dirigió sus palabras a Igni.

—¿Tenés algo más que contar, Radiante?

Guardianes de la AscensiónWhere stories live. Discover now