Saga de Subaru: Capítulo 11

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Tras dejar atrás el viejo roble y la tumba de la madre de Latina y abandonar el claro dónde tuvo lugar la batalla, Subaru cruzó la floresta en dirección a la aldea. En sus brazos, tanto Latina como Lafanpan permanecían dormidas, agotadas tras la larga y dura noche, arropadas por la capa de Subaru, protegidas así del húmedo y frío aire matutino.

Al cruzar el claro, pudo ver que algunas bestias y alimañas, como zorros y ciervos, daban buena cuenta de los restos de Remigius y los aldeanos y milicianos de Esgrain. Las bestias se alejaron ante la presencia de Subaru, escabulléndose entre el follaje o volando lejos en el caso de las aves, mientras éste cruzaba el lugar, chamuscado tras recibir las llamas de Hecathriel, aunque parecía que estás se habían extinguido totalmente para entonces, dejando el suelo del lugar ennegrecido y carente de hierba o plantas, un punto negro en el mar de verdor del bosque.

Indiferencia era lo que Subaru sentía al ver los cuerpos, o lo que quedaba de ellos, de los lugareños. Ni se le pasó por la cabeza sentir pena o compasión, mucho menos culpa, tras haber acabado con sus vidas. Después de la barbaridad que habían cometido, esos cerdos no merecían otra cosa. Al menos, que sirvieran para alimentar a las bestias del bosque...

El mercenario dejó atrás el claro, y tras este, el bosque, y marchó en dirección a la aldea, para seguir el camino que lo llevaría desde allí hasta Varen, al norte.

El sol comenzaba a aflorar con cada vez más intensidad por el horizonte cuando el guerrero dejó el bosque y caminó a través del sendero que conducía a Esgrain, la cual de alzaba ante él.

Aún a la distancia, el mercenario escuchó una multitud de voces airadas, y al mirar hacia el frente, pudo ver que en la entrada de la aldea, había un concurrido grupo de personas del pueblo reunidos, la mayoría hombres, aunque también vio a varias mujeres y niños, y muchos de ellos armados con toscas herramientas a modo de armas.

Subaru frunció el ceño ante esto, mientras los gritos cada vez más cercanos sacaban de su sueño a Latina y Lafanpan.

-¿Qué...que es lo que pasa, Subaru?- Inquirió Lafanpan, nerviosa al percibir la marea de odio e inquina que desprendía aquel gentío, mientras Latina temblaba asustada, aferrándose a Subaru y arrebujándose entre sus brazos bajo su capa.

-No te preocupes, Lafanpan, no va a pasar nada, yo me encargo, tú quédate con Latina- La hada asintió, y permaneció junto a la pequeña, tratando de calmarla.

Subaru, como si nada, continuó su camino, aunque se mantenía en guardia, pues entre ese grupo de personas vio a media docena de milicianos armados, y al irse acercando a la aldea, el gentío reunido percibió su presencia cercana.

-¡Es él, ahí está, es ese maldito pagano!-

-¡Asesino, maldito asesino demoníaco, ¿como te atreves a volver a aparecer por aquí!?-

-¿¡Sigues vivo, donde está el padre Remigius, que has hecho con él y con nuestros paisanos, bastardo!?-

-¿¡Donde esta mi marido, que has hecho con él, monstruo!?-

-¿¡Y mi padre, donde está mi padre!?-

-¡Y esa maldita niña demonio aún sigue con él, y tiene el descaro de traerla de nuevo!-

Esas y más imprecaciones iban dirigidas a Subaru, al cual simplemente le daban igual, manteniendo un rostro estoico y desinteresado.

Los soldados se acercaron a Subaru, y apuntaron a él con sus lanzas, lo cual asustó Latina, pero el guerrero observó esto con gesto aburrido.

-Bajad vuestras armas, si no queréis que acabéis empalada con ellas, capullos- Advirtió Subaru, encarando a los soldados dejando exhalar su sed de sangre, haciendo así que estos retrocedieran ligeramente ante él -No pretendo entrar de nuevo a esta mierda de pueblo, solo voy a continuar mi camino, así que no os preocupéis por ver mi jeta de nuevo por aquí, ya me voy-

Las Espadas de la SombraWhere stories live. Discover now