5.2 [Yoon Gi]

1.2K 224 115
                                    


Hoy sí he dormido bien. Me he metido en la cama pronto y con la satisfacción de haberme controlado y haber podido ignorar al "maestro del buen gusto".

Ya puede enfadarse y gritarme por la ventana con sus aires de indignación todo lo que guste. Ni en broma voy a dejarle a mi gato y ni en broma voy a volver a poner un pie en ese apartamento lleno de ovnis limpiasuelos y jarras que, según él, pertenecen poco más o menos que a los emperadores de Joseon.

Pero mentiría si dijera que no me siento también bastante triste. Hay algo en Jimin que no puedo explicar y que me hacer verle de forma diferente a como veo al resto del mundo. Su sonrisa es genuina, contagiosa, y la preocupación que muestra por el bienestar de su gata denota que en el fondo tiene un gran corazón. Solo hace falta ver cómo ha cuidado del mío. Le ha mimado a conciencia porque su pelaje negro reluce más que nunca, ha ganado un poco de peso y ahora tiene un aspecto precioso. Además, al final se ha comido las gachas. Y me ha buscado para, supongo, limar asperezas.

Pero no. No.

Se me hace difícil digerir que es mejor para mí que no sienta nada por él. Hasta he pensado en irme unos cuantos días a casa de Jung Kook para distanciarme y agarrar más confianza en la decisión. Y lo pensé mucho más cuando, al salir de casa al día siguiente, a recoger el traje para la inauguración de la señora Choi, me lo encontré en el estacionamiento y me sonrió.

No, no, no.

Le observé acercarse por el reflejo del cristal y me puse tan a la defensiva que le di sin querer un golpetazo de aquí te espero a su puerta y, claro, lo único que se me ocurrió después fue huir. Huir del desastre antes de que se pusiera como un desquiciado. "¿Te haces una idea de lo que cuesta mi cochecín? Ni con mil sueldos podrías pagarlo, indigente de pueblo". Y bla, bla, bla.

Menos mal que al llegar a los grandes almacenes me relajé, pude saludar con normalidad a la propietaria y me metí en la oficina del ordenador con la intención de instalar un monitoreo de la cuenta en mi móvil mientras Jung Kook seguía igual de embebido en la mensajería que el día anterior.

—Déjame adivinar. —Me recargué sobre la mesa, inquisitorio—. Estás hablando otra vez con el poeta de las tragedias shakespearianas.

—No veas lo bien que escribe. —La cara de mi amigo lució como la de un niño emocionado ante una tarta—. Me está enseñando su poemario y es digno de una editorial—. Y antes de que me diera tiempo a decir nada, puso tono de afectación y recitó—: "Oh, amor. Amor. Dónde estás, amoooooooor...."

—Jung Kook, lo haces fatal.

"Te busco mas deseo olvidarte". —No solo no me hizo ni caso sino que se llevó la mano al pecho y se sacudió la camisa como si estuviera despechado—. "Oh, amor. Te necesito en las noches en las que el firmamento opaca la escasa dicha. Te anheloooooo".

Me froté las sienes. Qué horror.

"Amooooor, quisiera odiarte pero mi seeeeeeeeer....."

Le dejé ahí, con sus declamaciones sin sentido, y me largué. Solo esperaba no tener que lidiar a diario con poesías. Sería lo único que me faltaba.

Di una vuelta por la joyería, la zona que más cuidado había puesto en controlar, la tecnología y la ropa de lujo. Todo parecía estar en orden y, sin embargo, el móvil tardó menos de media hora en dar alerta.

Kaos.

Había hecho una compra desorbitada de... ¿Calzones? ¿Pero quién estafaba comprando calzones? ¿Sábanas de satén? Y... ¿Tangas? Increíble.

—Revisa las cámaras. —Telefoneé a Jung Kook mientras me dejaba los pulmones en correr hacia la lencería—. ¡Ese tipo es muy listo! ¡Sabía que estábamos aquí y se ha ido a vaciar la cuenta en tangas brasileños!

Las carcajadas al otra lado por poco me dejaron sordo.

—Lleva un chándal y una sudadera negra con capucha —informó, entre risas—. Zapatillas... —Se interrumpió—. Ay...—Volvió a reírse—. ¡Que ha comprado calzones! ¡No me lo puedo creer!

Ni yo. Y aún menos lo creí al llegar al área y comprobar que ya se había esfumado. Como siempre.

—¿Qué desea? —La dependienta me sonrió—. ¿En qué puedo ayudarle?

—El tipo de los tangas y las sábanas. —Le mostré mi identificación—. ¿Por dónde se fue?

Le perseguí por todo el maldito centro comercial. Fui a la zona de deportes y él a la de playa a por camisetas hawaianas. Se me ocurrió acercarme por los estantes de aseo personal y dejó vacía la cuenta a la señora Choi en maquinaria deportiva. Corrí a dónde los productos de cocina, por si le daba por adquirir mil ollas y otras mil sartenes, pero lo hizo fue encargar champús y demás enseres similares.

Hasta que se me ocurrió que su próximo golpe bien podría ser la librería y allí, por fin, le encontré. Y también allí empezó nuestra competición personal porque, aunque me identifiqué y le amenacé, echó a correr y de qué manera.

Era rápido. Mucho. Y yo llevaba unos incómodos zapatos de vestir que me hacían daño. Y se orientaba a las mil maravillas en aquel infierno de tiendas en el que yo me perdía en cada esquina. Aunque, a decir verdad, hubo un momento en que estuve a punto de ganarle y engancharle de la sudadera. Fue cuando se le atravesó un carril de trajes y tuvo que frenar, aunque se las arregló para darme un golpe en el pie con el bastón de un anciano que paseaba por allí. Un bastón que después le devolvió con una inclinación de disculpa mientras yo bramaba de dolor y maldecía todo lo que se me ocurría.

—¡Detente! —exclamé, como si eso fuera a servir de algo—. ¡Kaos! ¡Colabora y te reduciré los cargos!

Levantó el dedo y lo movió, en una negativa burlona. Se estaba pavoneando de que era mejor que yo, ¿verdad? ¡Pues no! ¡Iba a esposarle, lo juraba! Me quité los zapatos y corrí por el pavimento, resbalándome por culpa de la tela de los calcetines.

—¡Esto te va salir caro! —Traté de amenazarle—. ¡Actos delictivos con fuga y burla de un agente agravarán tu condena!

Me mostró el pulgar hacia arriba, dándome a entender que le daba lo mismo, justo antes de agarrarse a la barandilla de las escaleras que bajaban al sótano y sobrevolar la mitad de los peldaños. Madre mía.

—Apunta el dato —dijo Jung Kook, que seguía al teléfono—. Es de los barrios bajos. Hace parkour o similar.

—Apunta tu este otro dato —respondí—. Dime dónde se fue o te mataré "en el silencio de la soledad de los suspiros de tu alma herida".

—Lo haría pero las cámaras de abajo se han quedado en negro.

Las había hackeado. Por supuesto.

Al final, me tocó recorrer, como pude, los dos sótanos y el aparcamiento, agarrándome a todo lo que posible para no caerme por culpa los calcetines. Y entonces me topé de bruces con Jimin.

¿Por qué él y ahora?

Estaba en la entrada de una terraza ajardinada, detrás de una fuente que parecía una piscina, con un traje magnífico, el cabello impecable y más guapo que nunca, atándose los cordones de los zapatos.

Le vi pero los dichosos calcetines me hicieron patinar y no pude frenar a tiempo. Y él me vio a mí y los ojos se le convirtieron en un par de globos espantados cuando me di de bruces contra él, perdió el equilibrio y se cayó a la fuente. Se cayó de culo a la fuente, matizo.

Uy.

Por si no me odiaba ya lo suficiente, con esto me odiaría, como mínimo, diez veces más.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
PERFECT 《YoonMin》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora