1.1 [Jimin]

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Al final me he aprendido de memoria la canción del vecino. La repite en bucle desde la mañana hasta la noche y encima la tiene con el volumen al máximo y los acordes de esas guitarras eléctricas del infierno retumban en mi techo como si hubiera un terremoto. Pero lo peor es que, aunque yo trate de reproducir mi música al mismo nivel, su estruendo eclipsa al mío. Obviamente, la melodías de mis temas son mucho más suaves y no pueden compararse a la agresividad que pone ese tipo.

Qué desastre.

Por su culpa toda mi semana se ha ido por el desagüe.

El Domingo no he podido ver mi serie. Lo he intentado pero no he conseguido enterarme de lo que decían los personajes ni con los audífonos puestos. Duermo mal porque, cuando la música desaparece, a eso de las diez u once de la noche, resulta que mi cabeza reproduce mentalmente la letra y la canta, en contra de mi voluntad. Es entonces cuando inicio mi venganza y pongo ópera a todo trapo, con el correspondiente insomnio que estar así me genera. Este Lunes ha sido el primero de toda mi carrera en el que no he podido ir al Club Social porque sus integrantes son muy refinados y me da vergüenza que me vean las ojeras. Eso ha conllevado que me quede sin trabajar toda la semana, dando vueltas por la casa sin nada que hacer a parte de seguir con la guerra acústica y activar y desactivar mis robots domésticos, y que el Sábado a mi estilista le haya dado un infarto al contemplar la mala cara que llevo encima y el estado estresado de mi cutis, que suele lucir impecable. Hasta me he marchado sin hacer la organización de las combinaciones de ropa semanal.

—¿Estás enfermo? —me ha terminado por preguntar—. No es normal que te plantees vestir de cualquier manera. ¿No tenías que ir el siguiente fin de semana a un centro comercial muy exclusivo?

Sí, tengo que ir, sí. La señorita Kim, de la empresa H&W, quiere que darle un palo emocional a su ex socia Choi y me ha pedido que organice un numerito en la tienda. En teoría tengo que aparecer por allí y hacerme pasar por su novio para darle envidia mientras le birlo millones de wones en ropa y joyería con una tarjetas que tengo que clonar para que los gastos se cobren en la propia cuenta de la dueña. Es algo fácil, nada del otro mundo que requiera ni un mínimo de destreza, pero debo ir bien presentado, aunque ahora, la verdad, eso es lo que menos me importa.

—Te avisaré el viernes para que me arregles algo. —Me pongo las gafas de sol al salir. Detesto el sol en los ojos cuando no he dormido—. Ya improvisaremos sobre la marcha.

—¿Improvisar? ¿Tu?

La palabra le sorprende y es lógico, claro, porque, como he dicho al principio, mis días son muy organizados y poco dados a la imaginación repentina. Sin embargo, estoy demasiado cansando como para planificar nada. Ademas, en lo único que ahora mismo puedo pensar es en Yoon Gi.

De verdad, no puedo con él. Lo de la música lo está haciendo adrede porque le he dicho que parecía salido de las barriadas del extrarradio y, aunque soy consciente de que me he pasado y de que mis palabras le han debido lastimar, él tampoco me debió de haber llamado a mí ñoño ni pijo. Encima me sigue debiendo lo del veterinario. Y lo de la puerta, y eso que le he pedido solo un cantidad simbólica. Pero nada. ¡Nada! Para colmo mi gata también ha debido de estresarse con el ruido porque ha dejado de comer.

Le he puesto su pienso favorito pero, como no se ha acercado al plato, he comprado las latas gourmet, esas que tienen todo tipo de proteínas y variedades. Sin embargo, las ha olisqueado y se ha vuelto a su colchón del que, por cierto, no sale desde que empezó el barullo con el vecino. Eso me preocupa. Que se ponga enferma me agobia y que algo le ocurra a los gatitos que lleva dentro también. Por eso el Viernes decidí que ya tenía suficiente de guerra y tomé la decisión de subir otra vez a casa de Yoon Gi.

Buscaba conciliación y diálogo. Ese era el objetivo.

—¿Hola? —Pulsé el timbre pero supongo que su espantosa música no le permitió escucharlo—. ¡Yoon Gi! —En vista del poco éxito, golpeé la puerta, a pesar de saber que era de mala educación y que eso decía muy poco de mí—. ¡Yoon Gi! ¡Yoon Gi! ¡Yoon Gi! —Madre mía; de verdad, desesperante era un rato—. ¡Yoooooooon Giiiiiiii!

Y ahí estaba yo, gritando. O sea, ver para creer.

—¡Yoooooooon Giiiiiiii! —repetí, aún más fuerte—. ¡Yoooooooooooooon Giiiiiiiiiiiiiiiiii!

—¿Ah? —Por fin escuché el pestillo correrse y su rostro, somnoliento y despeinado, asomó la nariz—. Anda, si es el obseso del buen gusto y la dignidad de la clase privilegiada... —Sus ojos rasgados se entrecerraron y me revisaron de arriba a abajo—. Esta noche hazme el favor de poner La Traviata y entera, si puede ser.

—Dejaría de poner ópera si tu dejaras de poner Hip Hop.

—Lo haría pero es que soy de una barriada del extrarradio y tengo muy mal gusto, ya sabes. —Se burló y, antes de que me diera tiempo a decir nada, añadió—. Y no, no te voy a pagar la marquita del cochazo ni la ecografía innecesaria que decidiste hacer por tu cuenta sin preguntarme.

Uf. Llevarse bien iba a ser difícil. Era un resentido de mucho cuidado.

—Mi gata está estresada por culpa de tu música —obvié nuestra trifulca y me centré en lo importante—. No come y no se mueve desde que estás fastidiándome.

Su rostro adquirió un matiz repentinamente serio.

—¿No come?

—No.

Despareció de mi vista pero dejó la puerta abierta, lo suficiente para que me hiciera una composición más exacta de cómo vivía. Vi el sofá y la mesa, tan desordenados como la vez anterior, y un montón de trastos por todas partes, ente ellos la aspiradora, la plancha, un cubo de fregar, libros que no cabían en la estantería... Tenía una mesa pequeña de comedor antigua y la lámpara en el suelo, junto a una cama mueble. Me asomé un poco más. Al fondo debía de estar la cocina, un baño y seguramente nada más. Vaya; para estar justo encima de mi piso, que ocupaba toda la planta, el suyo era minúsculo. Prácticamente venía a ser la mitad de mi salón. Y, por cierto, pedía a gritos una limpieza en profundidad.

—¿Puedo ir abajo contigo? —Reapareció, con una bolsa llena de cosas que no identifiqué y el gato negro raquítico y medio sosainas que tenía entre los brazos—. Me gustaría ver a tu gata, si puede ser. Yo de gatos entiendo mucho.

Iba a negarme pero entonces dijo algo que jamás esperé en él y me desarmó.

—Por favor —murmuró—. No tengo dinero para costear los gastos médicos que me pides pero de verdad te quiero ayudar.

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PERFECT 《YoonMin》Where stories live. Discover now