3.1 [Jimin]

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Acabo de aprender que, cuando parece que nada puede ir peor, aparecer algo que demuestra que en realidad hasta ese momento he estado en un paraíso, plagado de golpes en el techo y músicas infernales pero en un paraíso al fin y al cabo.

Ahora sí que es una pesadilla.

Resulta que mi vecino, ese maleducado que me hace la vida imposible con sus desaires, sus ruidos y su falta de responsabilidad, es policía. Y no cualquier policía, no. Pertenece a la brigada informática y eso multiplica por tres mi desastre de vida. Para colmo, me conoce como Kaos, un detalle más que importante para que multiplique la debacle por cuatro y añado el cinco porque he sido un ignorante y me he metido en su ordenador. ¡Con lo cuidadoso que soy en todo! ¡Pero cómo ha podido pasar!

Ahora me ha localizado y le tengo en la puerta, seguramente relamiéndose ante la perspectiva de llevarme preso. Debería haberme instalado en mi residencia de lujo y no en un piso común. ¿Por qué no lo hice? Si hubiera estado en mi maravillosa mansión vallada y protegida del exterior, me hubiera ahorrado el rallón del coche, mi gata hubiera podido deambular a su antojo sin que ese gatucho raquítico la preñara, tendría mi precioso jarrón intacto en la estantería y podría dormir y trabajar a gusto. Pero no. Me tuve que quedar aquí, ponerme a pelear con Yoon Gi y arriesgarme a ser descubierto y, por ende, detenido. Y dudo mucho que funcione que ahora trate de hablar con él. Con la manía que me tiene no se va creer ninguna de las excusas que me invente.

Pero no voy a caer, no. He pasado toda la infancia comiendo restos de pescado en la lonja de Busan, con ropa remendada y un solo par de zapatos. Ahora que he prosperado y salido de ese agujero y que he sacado a mis padres de la pobreza no me voy a dejar atrapar. Por eso, cuando el timbre volvió a sonar, cerré la falsa pared que ocultaba mi lugar de trabajo, respiré hondo para tranquilizarme y volé a la habitación, en busca una manta, crema blanqueadora y pañuelos para la nariz.

—¿Le abro? —Tae Hyung me siguió con la mirada—. ¿Jimin?

—Dame un momento, que me estoy preparando.

—¿Preparando para qué? —Torció el gesto—. Si no lo desenchufaste a tiempo da lo mismo lo que te inventes.

No pude responder porque mi pesadilla andante dejó el dedo pegado al timbre y, tras unos segundos, comenzó a timbrarlo como si tocara un tambor y a golpear al mismo ritmo la puerta.

—¡Jimin! ¡Veo la luz así que estás dentro! —Su exclamación llegó con fuerza, al otro lado—. ¡Jimiiiiiiiin!

Me recordé días atrás haciéndole lo mismo yo a él. De verdad, qué lamentable me debí ver.

—¡Jiiiiiiiiiiimiiiiiiiiin!

Salí de la habitación con la ropa de andar por casa más vieja y descolorida que encontré, me embadurné la cara con la crema, que estaba pasada de fecha y dejaba un tinte medio amarillento, cuidando de no tocar las cuencas de los ojos para que parecieran más oscuras, y me envolví con la manta en el sofá.

—Ya está. —Cerré los ojos y ensayé expresión de medio muerto—. Ábrele.

—Madre mía. —Mi compañero soltó una carcajada mientras descorría el cerrojo—. ¿Vas a montar uno de tus dramas?

—No voy a permitir que me detenga —le dejé en claro—. No voy a ir a la cárcel por un error tan tonto.

—¡Jimiiiiiiiiiiin! —Yoon Gi siguió llamándome, a pleno pulmón—. ¿Holaaaaaaaaa? ¡Jimiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiin!

—Hola.

Tae Hyung se recostó en el marco de la puerta, con su acostumbrada imperturbabilidad y ese saber estar que le permitía estafar a diestro y siniestro todo lo que se le antojaba con más elegancia aún que yo, y le mostró su perfecta sonrisa.

—¿Eres Yoon Gi, el que vive arriba? —inquirió y, sin darle pie a nada, prosiguió—. ¿Qué tal? ¿Cómo estás? No te quedes ahí. Pasa, que estás en tu casa y nos alegramos mucho de verte.

Plural. ¿Por qué usaba el plural? Yo no me alegraba. Venía a detenerme. Era el remate a la destrucción de mi vida.

—Ah... —La amabilidad de mi amigo confundió a Yoon Gi que, seguramente, andaba con las pilas cargadas pensando en esposarme mientras me atacaba con lo de "divinidad", "excelencia" y todos esos apelativos injustos y desagradables—. ¿Puedo?

No. Iba a romper algo y a arrestarme. Las dos cosas. Lo único que no sabía era en qué orden.

—Claro. —Tae Hyung ignoró todos mis comentarios y quejas previas y le dio vía libre—. De hecho, hace un momentito Jimin me estaba diciendo que tenía mucha ganas de verte para disculparse por los malentendidos de los últimos días.

—¿En serio?

Entrecerré los ojos. Tae Hyung, mal amigo. Esta se la guardaba.

—Eso es estupendo. —Otra voz que no conocí intervino en la escena—. ¿Verdad Yoon Gi que tu también me estabas diciendo que te sentías fatal por el nefasto comportamiento que le has mostrado al pobre Jimin?

—Tampoco ha sido tan nefas...

—Él también quiere pedir perdón. —Su acompañante no le dejó terminar—. Está verdaderamente arrepentido. Se siente fatal.

No era cierto. Muy arrepentido debía de estar si ayer mismo me había cerrado el ascensor en la cara pero lo importante ahora no era eso, no. Lo importante era que se veían tranquilos y normales y eso significaba que no habían obtenido mi ubicación. Yo había sido más rápido en desenchufar el ordenador que ellos en rastrearme.

Un enorme peso se me liberó de los hombros. Me había librado por los pelos pero, por si acaso tenían alguna mínima sospecha, decidí seguir con el esquema que me había organizado y rompí a toser.

—¿Estás...? —La silueta de Yoon Gi se recortó frente a mí—. ¿Estás enfermo?

—Un poco. —Me forcé por conseguir que la voz me sonara apagada y me soné unos mocos inexistentes, poniendo todo mi empeño en que pareciera que no respiraba bien—. Pero no es nada... —Cerré los ojos—. Solo me he levantado un poco resfriado...

Dejé caer el brazo fuera del sofá.

—No tengo muchas fuerzas y he llamado a Tae para que me ayude pero si pudiera dormir un poco... —Es decir, que apagues tu música espantosa de una vez—. Y... Si no hubiera tanto ruido... —Lo mismo; deja de darle escobazos a mi techo—. Seguro que mejoraré rápido... Y...

No me dio tiempo a desarrollar más el guión. Yoon Gi se largó a la cocina y, segundos después, me había puesto un trapo húmedo sobre la cabeza y dejado un vaso de zumo en la mesa.

—Perdón, no sabía que estabas así. —Se sentó a mi lado—. ¿Has comido? ¿Necesitas algo?

Me quedé en blanco. Había preparado el numerito con la única intención de disuadirle sobre mi identidad. Era obvio que una persona enferma y en cama no podía estar hackeando. No se me había pasado por la cabeza que fuera a disculparse y ni mucho menos a preocuparse por mí.

—Puedo hacer gachas —me ofreció entonces—. ¿Te las preparo?

Me levanté el trapo, con los ojos abiertos como platos, y me encontré con un gesto serio y profundo que logró que el corazón se me alborotara. Otra vez esa sensación extraña. ¿Por qué se me hacía tan atractivo? ¿Me estaría poniendo enfermo de verdad?

—Bueno... —Me sentí enrojecer así que me volví a cubrir la cabeza—. Hazlas si quieres.

 Hazlas si quieres

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