Capítulo 9. Saltar de la sartén para caer en las brasas

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Los habitantes del pueblo comenzaron a gritar y a intentar ocultarse tras los bancos y el altar cuando la puerta de la iglesia empezó a abrirse. Su sobresalto fue mayúsculo cuando un maltrecho Malcom Oliver fue lanzado dentro del edificio, justo después entraron Ruslan y Constance, que habían decidido liberar a los civiles, mientras Gaile se ocupaba de su hermano. Ruslan levantó la escopeta sobre su cabeza como gesto de paz. Algunos de los ocupantes de la iglesia se relajaron, otros sin embargo se veían claramente asustados por la irrupción de aquel gigante armado hasta los dientes. Cuando Connie vio al alcalde se dirigió hacia él directamente, con Ruslan siguiendo sus pasos. Varios hombres se levantaron y se interpusieron en su camino.

— Dejadnos pasar, por favor — dijo Connie con amabilidad. — Necesitamos hablar con vuestro alcalde.

Los hombres la miraban como si no hubiesen entendido sus palabras.

"Puede que no hablen albiense" pensó Ruslan.

Pero un par de segundos después se apartaron para dejarles pasar. El alcalde estaba junto a su hija y su esposa, mientras otro hombre, que parecía ser médico intentaba contener la hemorragia producida por el disparo en la pierna de la joven.

— ¿Cómo está su hija? — preguntó Constance al anciano dirigente.

— ¿Cómo cree usted que está? Le han disparado. Todo por salvar a ese hombre — dijo el alcalde en albiense, mientras su esposa gritaba enfurecida en galo.

— Créame, lo sentimos de veras... — comenzó Connie.

— No se atreva a disculparse como si nada — le espetó el alcalde.

Connie quedó impactada por la mirada de odio que les echaban los hombres y mujeres del pueblo. Ruslan se adelantó.

— Los hombres que les han atacado han sido abatidos y su líder está arrestado y será juzgado con la mayor severidad en un consejo de guerra — afirmó Ruslan en un galo perfecto alzando la voz para dirigirse a todos los presentes. — El hombre al que salvaron les estaba investigando para obtener pruebas. Les agradecemos su decisión de salvarle pese a ser un soldado de Albión.

El alcalde y todos los presentes miraron al maniatado Oliver intentando arrastrarse en el suelo, su rostro lleno de cortes y deformado por el golpe de Ruslan. Luego pasaron su mirada a aquel gigante albino que les hablaba en su propia lengua materna. El alcalde dejó a su hija en brazos de su mujer y se levantó para dirigirse a Ruslan, lo que le obligó a mirar hacia arriba.

— ¿Nos da su palabra de que este hombre será juzgado? — preguntó el anciano.

— Tiene mi palabra — respondió con firmeza Ruslan. — Será juzgado y con nuestros testimonios y los suyos, será condenado con total seguridad.

— ¿Quién es usted? No lleva uniforme militar... — indagó el alcalde.

— Mi nombre es Ruslan Drake, y no soy militar, pero lo fui, por lo que encuentro deshonroso el comportamiento de esta escoria — dijo dándole una patada a Oliver. — No pienso permitir que salga impune, eso se lo garantizo.

Los civiles de la iglesia se relajaron ante la confianza que destilaban las palabras de Ruslan.

— No sabía que hablabas galo — le dijo Connie a Ruslan en voz baja.

— Mi madre quería que aprendiese nuevos idiomas — contestó Ruslan de nuevo en albiense.

— Mi nombre es Philipe Bastien — dijo el alcalde dirigiéndose a Ruslan y Constance. — Mi esposa se llama Marie y nuestra hija Jean, el hombre que la está atendiendo es el doctor del pueblo, Claude Morell.

El Heredero de los Drake - Crónicas de los Drake Vol. 1Where stories live. Discover now