Capítulo 2. El hijo pródigo

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En el puerto de Londres se agolpaba una gran cantidad de gente, desde niños esperando a sus padres, hasta ancianos esperando a sus hijos y nietos, maridos y esposas esperaban ansiosos a sus cónyuges, a veces acompañados de más familiares o sujetando en brazos a sus hijos. El buque hospital Pendragon estaba finalizando las últimas tareas de amarre, pronto sonó la sirena que indicaba la señal para desembarcar. Se desplegaron 3 pasarelas desde la cubierta inferior del buque. Por la primera, cercana a la popa del barco, un equipo de militares uniformados bajaba los féretros de aquellos que habían caído en combate y los apilaban en el muelle a la espera de cargarlos en los camiones de transporte. Por la segunda pasarela, un ejército de sanitarios se afanaba en bajar camillas con heridos graves hasta las ambulancias militares que les esperaban en el muelle. Por la tercera pasarela, bajaban los heridos que podían caminar por su propio pie.

Ruslan, que por fin podía caminar sin perder el equilibrio, se paró en lo alto de la tercera pasarela, y mirando hacia los operarios que descargaban los féretros se quitó la gorra, la metió bajo la charretera derecha de su guerrera y saludó con su brazo izquierdo. Los supervivientes de la 26ª compañía, a su lado, hicieron lo mismo, muchos de sus amigos llenaban aquellos ataúdes. Tras un breve, pero solemne momento, continuaron su descenso hasta el muelle.

— Seguro que mi familia ha venido desde Bristol a recibirme — dijo la cabo Constance Perry animadamente, mientras se apresuraba a bajar por la rampa ayudada de un par de muletas. — Aunque espero que no se asusten al verme en este estado.

La pernera de su pantalón, doblada a la altura de su rodilla y sujeta con un imperdible, destacaba su extremidad perdida.

— Tranquila Connie, seguro que lo que sentirán es alivio de verte volver por tu propio pie.

— Pie y muletas — matizó ella.

— ¿Alguien te dijo alguna vez que tienes un humor muy negro?

Ruslan y Constance habían hecho buenas migas en el viaje de regreso, y tras tantos días conversando habían decidido prescindir de ciertos trámites protocolarios al hablar entre ellos, se podía decir que su amistad se había forjado con las balas disparadas y templado con la sangre derramada.

— ¡¡¡Connie!!! — el grito súbito llamó la atención de Constance.

Un hombre y una mujer, de unos 40 años cada uno, agitaron sus brazos a modo de saludo mientras se acercaban por el muelle.

— ¡¡¡Mamá!!! ¡¡¡¡Papá!!! — gritó ella y avanzó todo lo rápido que le permitieron sus nuevas muletas.

Cuando se encontraron, sus padres la abrazaron como si no fuesen a soltarla nunca más, y ella les devolvió el abrazo, soltando las muletas, que cayeron al suelo con un ruido sordo, atenuado por el estruendo del gentío que ocupaba el muelle.

— Hija mía, ¿qué te ha pasado? — preguntó su madre con gran preocupación, mirando fijamente la pernera doblada de su uniforme, mientras su padre recogía las muletas del suelo y se las tendía a su hija.

— Gajes del oficio — contestó Constance, provocando una mueca entre divertida y preocupada en el rostro de su padre.

Constance se volvió hacia Ruslan y le indicó que se acercara, ya que él se había apartado respetuosamente, para dejarles un poco de intimidad.

— Capitán Ruslan Drake, mis padres Henry y Brianna Perry.

— Es un placer señor y señora Perry — el padre de Constance le ofreció la mano izquierda tras una breve mirada a la manga plegada de su guerrera, y Ruslan se la estrechó agradecido.

— Parece que habéis padecido un infierno, hija mía — la madre de Constance pasaba la mirada llorosa de Connie a Ruslan y vuelta a empezar.

— Brie, no es necesario que les hagas recordar... — comenzó Henry Perry.

El Heredero de los Drake - Crónicas de los Drake Vol. 1Where stories live. Discover now