Capítulo 8. Si siembras vientos, cosechas tempestades

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Al entrar en la casa Gaile y Constance fueron llevadas hasta una habitación al fondo a la derecha. Allí, en un camastro, estaba tendido un hombre cubierto con una manta. Su tez pálida, su temblor febril y las marcas oscuras bajo sus ojos, indicaban que estaba herido de gravedad.

— ¡Greg! — gritó Gaile e intentó zafarse de su captor para acercarse a su hermano herido.

— ¡¿Gaile?! — dijo con un hilo de voz Gregory Mackintosh, su voz sonaba aterrada.

— Vaya, vaya, sargento Mackintosh. O debería decir mejor, mayor Mackintosh — dijo Malcom Oliver acercándose al camastro, y volviéndose hacia sus hombres añadió. — Tal vez deberíamos cuadrarnos y saludarle, ¿no chicos?

Higgins y Roberts se echaron a reír con sorna. Oliver agarró la manta y la tiró a un lado fuera del camastro. Gaile cayó de rodillas al ver el estado de su hermano. Tenía el abdomen vendado, pero una gran mancha roja empapaba las vendas, justo en el centro. Connie intentó acercarse a Gaile, pero Higgins la retuvo.

— Bien Greg, puedo seguir llamándote Greg, ¿verdad? — dijo Oliver sentándose en el camastro. — Necesitamos saber lo que les has contado a tus superiores en la policía militar.

— No tengo nada que decirte — dijo Gregory con un hilo de voz.

— Yo me lo pensaría, Greg — dijo Oliver y acercándose a Gaile le cogió varios mechones de pelo y jugando con ellos añadió. — Yo me preocuparía más de tu guapa hermanita, antes que de tu lealtad a tus superiores.

— ¡Que te jodan! — le espetó Gaile intentando morderle.

— ¡Guau, vaya fiera es la canija esta, ¿eh?! — le dijo a Roberts, que mantuvo a Gaile sujeta en su sitio, y volviéndose de nuevo hacia Greg amenazó. — Esto es lo que va a pasar Gregory, o me dices lo que quiero saber, o te juro que cuando acabe con ella, no reconocerás a tu hermana.

— ¡Cabrón, tócale un pelo y te mato! — explotó Connie.

Oliver se volvió con gesto desdeñoso y le dio una patada a Connie en las costillas, y dirigió su atención a Higgins, que aún la sujetaba.

— Llévatela afuera y métele una bala en la cabeza. A ésta no la necesitamos.

— Claro, jefe, será un placer — contestó Higgins tirando de Constance y sacándola a rastras de la habitación.

— Bien, volvamos a lo que nos ocupa — dijo Oliver volviéndose de nuevo hacia el herido Mackintosh, y con un gesto amenazante extrajo su cuchillo de combate de la funda que llevaba en el cinturón, provocando un suave siseo con el roce del acero contra el cuero.

Connie intentaba recuperar el aliento mientras el tal Higgins la arrastraba hasta la puerta de la casa. La levantó y la empujó fuera. Connie trastabilló y estuvo a punto de caer, se volvió con gesto furioso, pero Higgins la dio otro empujón y le puso el cañón de su rifle en la espalda. Yates y sus compañeros seguían en la puerta de la iglesia, montando guardia y fumando.

— Camina — dijo Higgins.

Connie echó a andar de mala gana.

— Si no estuviera atada te metería ese rifle por el culo — le espetó a Higgins.

Higgins se rio roncamente y le dio un culatazo en el hombro que la empujó nuevamente hacia delante. La llevó detrás del camión, la lluvia hacía que el pelo se le pegase a la cara. Cuando estuvieron al lado de la caja del camión Higgins la detuvo.

— De rodillas — ordenó.

Connie se volvió hacia él furiosa y le escupió.

— Y una mierda, si me vas a disparar tendrás que hacerlo cara a cara — le espetó.

El Heredero de los Drake - Crónicas de los Drake Vol. 1Kde žijí příběhy. Začni objevovat