Chapter 5

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22 de Octubre, año 2009.


Vuelvo a despertar.
Y me falta el aire. Demonios.

Estira su brazo hacia la mesa aún enredado entre las sábanas, en busca de su inhalador.
Mierda. No lo alcanzo. Detestaba cuando eso le ocurría. La desagradable sensación de estar perdiendo el oxígeno. Sentir cómo un bronquio se inflama y se une al otro, disminuyendo el flujo de aire, obstruyendo su respiración... Cada mañana sentía la execrada asma. Y no podía impedirlo.

2006


—¿Señor Brigdewell? —preguntó aquella recepcionista en busca de un hombre he de suponer, pese a la descarada forma en la que sus ojos me ignoraron.
—Aquí. —dije frente a ella.
La rubia miró abajo y examinándome asintió. —El doctor Phyllips le está esperando.
Abrió paso al consultorio de aquel psicólogo, yo miré al frente y pasé.
—¿Eres tú, Daniel Brigdewell? Sí que has crecido, amigo. —dijo Phyllips sonriendo.
Evidentemente me recordaba. —Sí. —respondí dejando a un lado la ironía. Al fin y al cabo necesitaba de su ayuda.

Él asintió. —Bien Daniel, sabes bien que te dije por teléfono que, no soy especialista en
adolescentes... —el señor abrió la boca para agregar otra cosa, por lo que no dude en
interrumpir.
—¿Puede ayudarme o no?
Phyllips se detuvo en seco. —Haré lo posible.
—Bien.
—Cuéntame qué pasó.
—Bueno, yo... Hace dos años que he estado teniendo una especie de pesadillas, o sueños, no lo sé... —bufo—. Son una clase de recuerdos, cosas que...
—No has podido superar. —completó.
Encogiéndome de hombros, respondí—Supongo.
—¿Sólo son sueños?
—Eran. Hace mucho... Ahora son mucho más graves, reales. Alteran mi asma...
—¿Y qué cambió eso?
Mi mayor error. —mascullé adentrándome en una especie de recuerdo pero enseguida aquello se esfumó pese a la rápida contestación del doctor, quien parecía perdido ante mi previa declaración.
—¿"Tu mayor error"? —inquirió en busca de respuestas. Sabía que debía sacarme la información "bocado a bocado".

Lo miré pidiéndole que no me preguntara al respecto.
—¿Podrías describirme una de las situaciones que más recuerdes?

—Estaba cepillándome —dije recordando—, cuando de la nada, comencé a toser, fuerte. Era una tos seca, y no se detenía...



¿Qué rayos? No puedo respirar. Escupí la pasta dental instintivamente y solté de golpe el cepillo dejándolo caer al suelo. Inspiro fuerte, pero no recibo oxígeno.
Demonios, ¿qué sucede conmigo? Mis manos rodean mi cuello, como si eso fuese a contribuir en algo, cuando sé perfectamente que no está sirviendo de nada.
Ya he dejado de toser, pero esto no para. Siento una molesta presión en el diafragma. Mi garganta arde gracias a mis fallidos intentos por respirar. No puedo hablar, avisarle a alguien que estoy aquí muriéndome. Sólo oigo un silbido y proviene de mí. Cuando intento inhalar. Dios, mi pecho. Esto duele como los mil demonios. Veo mis dedos al soltar mi cuello y están cambiando de color. Frunzo el ceño y aprieto fuerte la mandíbula por unos segundos pero vuelvo a centrarme en el hecho de que no estoy respirando.
Me desespero. Mi vista se nubla. ¿Estoy llorando?

Caigo al suelo retorciéndome. No puedo morir, no puedo morir, no puedo morir, no puedo. No puedo abandonarla.




—¿Daniel? —preguntó el psicólogo al verlo con el ceño fruncido, aturdido, como si estuviese atrapado en un especie de recuerdo.
Su mirada volvió a centrarse en Phyllips.
—No puedo morir —dijo distante—. Me repetía eso una y otra vez.
—¿Y qué te motivó a pensar eso? —cuestionó el especialista.
—Mi hermana. No podía perderla. No de nuevo. —dijo bajo, trató de parecer sereno, pero su voz se quebró al pronunciar aquello.
—¿Dónde está ella? —se atrevió a preguntar, con la esperanza de aniquilar su expectativa tan pesimista.
—La he perdido. —murmuró tras unos segundos de tensión, para entonces continuar—. Justo cuando la encontré, la dejé ir. —murmuró con los ojos aguados.

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⏰ Son güncelleme: Jan 13, 2023 ⏰

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