Chapter 2

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El timbre sonó incesante, como aquél villancico que tuvo éxito una vez y todos los años en víspera de navidad suena consecutivamente. Hizo caso omiso, en espera (o más bien en una súplica), de que se fuese; pareció desvanecerse cualquier señal de que previo a aquél momento alguien había solicitado la atención de Daniel. Segundos más tarde, no obstante, un exasperante y agudo grito se alojó en la sala de estar, resonando en los tímpanos del pobre hombre.

— ¡Daniel Brigdewell!

Rodó los ojos. Casi podía experimentar lo que era quedarse sordo. Le abrió la puerta de mala gana, dándole la espalda casi de inmediato. Honestamente le daba igual que estuviese ahí. Estaba hecho un verdadero desastre, no necesitaba ser juzgado nuevamente; mucho menos por ella. —¿Has estado bebiendo? —Otra vez el tono de sorpresa, quiso decirle, pero se contuvo pues la resaca lo sometía a guardar silencio. Rascó su nuca y bostezando se sentó sobre el sofá. Ella lo veía con detención, sentándose frente a él, impecable, como siempre. Su tez ligeramente dorada, que hacía juego con su largo cabello, ese lujurioso brillo en su mirar... Es muy hermosa, se dijo. Frunció el ceño extrañado ante la dirección que estaban tomando sus pensamientos. Tenía que ser el alcohol. Nunca ha sido perceptivamente sensible en ese aspecto—. Quería hablar contigo. — expuso ella finalmente. La observó esperando que prosiguiera—. Es sobre Caitlin...

—No pasa nada con ella, Lissa. —sentenció dirigiéndole una mirada dura; tomó una cerveza del minibar que se encontraba a su lado y sin mirarla continuó—. ¿Viniste por eso?

Mientras ella intentaba ordenar sus pensamientos, y hallaba las palabras que creía Daniel consideraría correctas, él se dignó a encender un cigarrillo. —Yo... —carraspeó con inseguridad—, en realidad quería saber cómo estabas... Y por qué no fuiste hoy al instituto... — musitó jugueteando con sus manos. Daniel puso los ojos en blanco. Ella sabía que odiaba que fuese tan insegura. Se mantenía en buena forma física, pertenecía a una familia pudiente y por ende reconocida, ¿qué otra cosa quería? Es mujer, opinó para sus adentros. Y él sabía que tenía la completa razón. Éstas parecen haber venido de otro universo. Uno bien jodido.

—Ayer fui a correr un rato... Necesitaba distraerme y tú no estabas. —explayó pacífico.

De sus mejillas de pronto surgió un tono rosa pálido; no obstante, sin desviarse del tema, insistió—. Quería... Saber si es cierto que invitaste a Caitlin Russo a salir. —habitaba cierto desdén en su mirar—. Responde, Daniel.

—No.

—¿Por qué tienes que mentirme? —le recriminó.

—No lo hago. —llevó el cigarro a su boca.

Melissa soltó un quejido. —A veces eres tan inmaduro. Creí que nuestra relación volvía a ser la de antes. —reprochó cruzándose de brazos.

Él soltó el cigarro, apagándolo con la suela del zapato. —No seas estúpida, Melissa. Sabes que lo nuestro es solo sexo, maldita sea. ¿Cuándo demonios lo vas a superar?

Ella tragó grueso. Su semblante se oscureció de pronto, lágrimas amenazaban con salir—. En ese caso, ya he acabado. —expresó levantándose del sofá. Pero él no la dejaría ir, siguiéndola la sostuvo del brazo.

—Tú no vas a ningún lado.

—Suéltame, imbécil. —dijo con rabia tratando de zafarse. Había sobrepasado su línea sensible, sin duda. Las contadas lágrimas que ahora brotaban de ella no eran de lamento, como en experiencias previas; eran más bien de repugnancia. Estaba asqueada. Asqueada de él y de su constante maltrato. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Hace cuánto había, inconscientemente, permitido que la tratase de esa manera tan denigrante? Ya no lo recordaba. —Eres patético. —gruñó y ahora mismo no sabía quién le parecía más patético, si él, o ella por dejar que la tratase como le daba la gana. Tal vez era un empate.

My DemonsWhere stories live. Discover now