ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 22

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ᘛᘚ

Madison miró el trozo de papel en su mano, y luego a la dirección de la casa. Sí, este era el lugar correcto. Era una casa de aspecto agradable, con un césped bien cuidado y amplias ventanas, en una tranquila calle arbolada.

Estaba tan nerviosa por la entrevista. ¿Estaría vestida correctamente? ¿Y si les daba una mala impresión? Había pasado una hora o más cada día sentada en el vestíbulo del hotel con Annie, viendo a las mujeres pasar; estudiando su ropa y sus modales, con la esperanza de aprender a comportarse como una dama. Ciertamente, su madre le había enseñado modales, pero la etiqueta había sido escasa en su antiguo barrio, y no había aprendido mucho en Dawson tampoco.

Respirando hondo, se deslizó por el sendero y subió las escaleras hasta el porche delantero.

Cuando llamó al timbre, desde dentro, oyó un clamor de voces y un trueno de pies corriendo que resonaron a través de las tablas del suelo en el porche.

—¡Yo abro!

—¡No, tú siempre abres la puerta y contestas al teléfono, también! ¡Déjame a mí! 

Ma, hay alguien en la puerta.

 —Niños, ¡Permanecer en silencio y volved a vuestras tareas, o cocinaréis la cena todas las noches durante un mes!

—Aw, Ma.

—¡Dios, no me llaméis Ma cuando tenemos compañía! Suena muy grosero. Seguid con vuestros deberes.

Tras el sonido de más risas y pisotadas, la puerta se abrió, y Madison vio un pajarito de mujer con alto color en sus mejillas sonrientes y ojos marrones. Llevaba su abundante pelo rubio recogido con un exuberante nudo en la parte superior de su cabeza, lo cual tal vez añadía otros tres o cuatro centímetros a su estatura diminuta. Sin saber nada más de ella, Madison instintivamente se encariñó con ella. Tal vez fue la amabilidad que vio en los ojos de la mujer.

 —¿La señora Grice?

—Sí, soy yo, respondió con entusiasmo. — ¿Y usted es la señora Tybur?

Madison intentó no temblar, pero sabía que no podía usar el nombre de Erwin por más tiempo. Después de todo, Tybur era el apellido de Annie, aunque en ninguna parte estaba registrada como tal. Los certificados de nacimiento no abundaban en las orillas heladas del Lago Bennett cuando nació.

—Sí, soy Madison Tybur.

—Mi sobrino, me llamó por teléfono acerca de usted. - La señora Grice agarró la mano su mano y se la estrechó, prácticamente tirando de ella a través del umbral. — Por favor, pase.

En el interior, la casa estaba tan limpia como una patena. Los muebles no eran extravagantes, pero había una atmósfera hogareña, Madison comenzó a relajarse un poco. 

La mujer pequeña y bulliciosa la condujo a lo que parecía ser el mejor sillón de la sala. Entonces se sentó frente a ella y le sirvió café de una tetera que estaba esperando en la mesa auxiliar.

—Me dijo que quería alquilar una casa. - Grice era un joven hombre educado que trabajaba en el comedor del Hotel Portland. Madison entabló conversación con él un par de veces, y él le había contado acerca de su tía. Sólo a él le había confiado su apellido legal.

Aceptó la taza de café y asintió. — Bueno, sí, acabo de regresar de la ciudad de Dawson. Mi marido murió mientras estábamos allí, y yo no quería que mi bebé pasase otro invierno en Yukon. Ahora estoy buscando un lugar para vivir.

𝙻𝚊 𝚂𝚎ñ𝚘𝚛𝚊 𝚂𝚖𝚒𝚝𝚑 | Erwin SmithWhere stories live. Discover now