ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 8

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ᘛᘚ

Durante los próximos días, con buena comida y un poco de paz, Madison comenzó a recuperar su fuerza. Todavía se sobresaltaba cuando escuchaba altas voces y ruidos, pero no siempre, y la herida en su rostro había desaparecido finalmente.

La mecedora había resultado ser un regalo del cielo. Después de aquella noche horrible, Annie había recuperado su temperamento dulce, aunque a Madison le encantaba mecer al bebé mientras le daba de comer o la ponía a dormir. A veces se sentaba junto a la ventana y la acunaba mientras le cantaba. Annie se quedaba mirando hacia ella con los ojos muy abiertos y una media sonrisa, cautivada por completo. Aunque el ruido de la calle de abajo era casi continuo, era el momento más tranquilo que Madison había conocido como madre — de hecho, el que había conocido en toda su vida.

Ninguna voz fuerte asaltaba sus oídos. Ningún borracho exigía acceso íntimo a su cuerpo, plantándole babosos besos y usándole hasta desmayarse.

A pesar de que aún veía a Erwin como a un hombre intimidante, a veces ya no se inmutaba cuando oía sus pasos por la escalera. Y, fiel a su palabra, no había hecho ni un sólo intento de tocarle de ninguna manera, más allá de aquella noche cuando le ofreció su mano. De hecho, a excepción de las comidas que hacían juntos, ella apenas lo veía. Se habían adaptado a una rutina según la cual, él pasaba la mayor parte de su tiempo abajo en la tienda, y Madison se quedaba en esa sala, limpiando, cocinando y cuidando de Annie.

Estaba en una posición muy peculiar. Sabía que ella y Annie estaban invadiendo su intimidad, y que él se sentía atrapado con ellas, como si fueran un par de casos de la caridad. Lo cual, supuso, así era. Ella no era la señora Smith, ella trabajaba para él, él lo había dejado claro. Y le había dado dinero el sábado pasado, diciéndole que era el salario de una semana. Pero su trabajo no era como el de la chica que trabaja en una tienda, o el de una trabajadora de una fábrica; ni siquiera como el de una mujer dedicada al trabajo doméstico, al menos no como su madre había estado en la casa de los Foster. Para lograr mantenerse y pagar la deuda de Will, tendría que hacer algo más que barrer la habitación y cocinar. Ni siquiera eso era suficiente para mantenerse ocupada. 

Dawson era como un carnaval gigante, y Madison sabía que una gran cantidad de oro en polvo iba de mano en mano, en esa ciudad, más que todo el dinero que había visto en su vida. Una gran cantidad de personas se estaban haciendo ricas sólo por atender a los  mineros y a los Reyes del Klondike. Erwin, de hecho, se ganaba la vida de esa manera. Tenía que haber alguna manera de que ella pudiera hacer eso, también. Tener dinero en efectivo le daría independencia y seguridad, y la capacidad de salvaguardar el futuro de Annie. Nada parecía más importante para ella — ni ropa bonita, ni un marido, ni siquiera ser querida por alguien.

Su deseo creciente de mejorar su suerte se vio reforzado una mañana temprano poco después del incidente de la mecedora, cuando ella y Erwin estaban de pie al lado de las escaleras. Madison había puesto una tina y una tabla, para lavar, y Erwin le había bajado algo de ropa.

De entre la multitud de la calle, una bien vestida mujer, con un rostro expresivo, les saludó. — Erwin Smith, ¡No te he visto en las últimas semanas!.

Madison reconoció a Hange Zoe, una de las empresarias más exitosas, que habían venido a Yukon. Era muy respetada y admirada por su conocimiento de los negocios; Madison deseaba poseer una cuarta parte de su astucia. 

—Estoy aquí en la tienda todos los días, Hange. Me mantengo muy ocupado - respondió Erwin, riéndose entre dientes.

Todo acerca de esa mujer, incluso su porte, parecía enérgico.

𝙻𝚊 𝚂𝚎ñ𝚘𝚛𝚊 𝚂𝚖𝚒𝚝𝚑 | Erwin SmithWhere stories live. Discover now