ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 12

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ᘛᘚ

Alzando la vista, Madison vio a Mike dirigirse hacia ellos, caminando tan rápido como podía. Se le veía más débil cada vez que lo veía, pero su voz resonaba como un trueno; como lo había hecho aquel día en el saloon. Vestido impecablemente como siempre, mantenía su bastón con la cabeza de oro como si fuese un cetro, pero la ira en su delgado rostro le daba el aspecto de una calavera con el ceño fruncido.

Erwin mantenía su control sobre Will, la furia aun saliendo de él, su mandíbula bloqueada. No levantó la mirada ni tan siquiera reconoció a su amigo. Madison creyó que no era consciente de nada a su alrededor excepto el debate en su propia mente entre matar a Will o dejarle marchar.

Los ojos de Will estaban tan dilatados como las tapas de las ollas, y el color había desaparecido de su rostro cetrino. El olor punzante del miedo emanaba de él, añadiéndose al hedor fétido que ya exudaba.

—Deja que se vaya - le ordenó Mike. Su tono de mando casi disfrazando su aliento jadeante. Se quedó a escasos dos metros de Erwin con Will posicionado entre ellos. — Erwin, maldita sea... ¡Déjale ir! Si lo matas... Lo perderás todo... Cada cosa que has conseguido... Vamos, hombre... ¡No merece la pena!

Mike dio marcha atrás posteriormente cuando un ataque de tos lo alcanzó; era el peor que Madison había escuchado hasta el momento. Con su rostro grisáceo ante la falta de oxígeno, tropezó con un barril de manteca de cerdo que estaba volcado junto a los tendederos y se sentó, apretando un puño contra su corazón. Madison se acercó y puso una mano sobre su huesudo hombro. Sus labios estaban teñidos de un azul tenue, y sus ojos se abrían alarmantemente con cada ronda de tos, pero mantuvo la mirada fija en su amigo. 

Después de lo que pareció una eternidad, Erwin soltó el pelo de Tybur y le dio un fuerte empujón que lo tiró al suelo. Su respiración de estaba muy acelerada, y los músculos a lo largo de sus mandíbulas palpitaban por la tensión. Will se deslizó hacia un lado por el suelo, con sus piernas trabajando como si estuviese pedaleando una bicicleta imaginaria.

—Es la última vez, Tybur — Sentencio Smith entre sus dientes apretados. — Si alguna vez  vuelves a dejarte caer por aquí, nadie va a ser capaz de salvarte. Nadie.

Increíblemente, Will hizo una última protesta después de que consiguió ponerse en pie. — Mady es mi mujer, y ésta es mi hija. Me pertenecen. Sé cuáles son mis derechos - insistió con una valentía acuosa, agitando un dedo tembloroso hacia ellos mientras retrocedía. — ¡Tengo mis derechos, por Dios!

Todavía agarrando el cuchillo, Erwin dio dos pasos amenazadores hacia él y le escupió a sus pies. Will dio un salto hacia atrás. — No tienes una mierda. Lo diste todo — tu mujer, tu hija, y el derecho de llamarte a ti mismo, hombre — el día en que me las vendiste por mil doscientos dólares. -

La pelinegra escucho claramente eso y la angustia en su pecho se volvió mayor, la tristeza y el recuerdo de ese día la abrumo.

- Madison se pertenece a sí misma ahora. La próxima vez que te vea por aquí, no vas a ser capaz de irte caminando.- vocifero sin dudar, ni cuestionar.

El no dijo, "me pertenece ahora", el había dicho, que ahora ella se pertenece.

Como si esas palabras fueran arte de magia, los recuerdos comenzaron a fluir, los golpes, llanto, desesperación, el vacío de no sentirse libre, de ser una propiedad, un saco de boxeo, un objeto.

𝙻𝚊 𝚂𝚎ñ𝚘𝚛𝚊 𝚂𝚖𝚒𝚝𝚑 | Erwin SmithOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz