ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 20

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ᘛᘚ

Tres breves días más tarde, vestida con un traje de lana azul marino de viaje y un sombrero elaborado adornado con una pluma de avestruz, Madison estaba en el quicio de la puerta, echando un último vistazo a la habitación en la que había vivido durante los últimos meses. Había barrido el suelo y le había quitado el polvo al sencillo mobiliario para dejar un lugar ordenado para el próximo ocupante. Erwin había encontrado un comprador para, no sólo su inventario, sino también el edificio y su mobiliario. Acababa de salir para contratar un carro que les iba a llevar, a ellos y a sus pertenencias, al muelle donde tomarían un barco de vapor para volver a su hogar.

Hogar. Dejó que sus ojos siguiesen la línea de las paredes de troncos en bruto y la pequeña área dentro de ellas. Su mirada se detuvo en la cocina donde había calentado sus planchas y cocinado las comidas de ambos... La mesa donde el doctor Grisha examinó a Annie aquella noche en que enfermó... La cama grande y tosca donde Erwin la había tomado con una pasión feroz y tiernamente, al mismo tiempo.

Todo pertenecía a otra persona ahora.

Cerró la puerta con un chasquido silencioso y bajó las escaleras donde sus pertenencias y las de Erwin estaban apiladas en la nueva acera que estaba empezando a ser construida. No se llevaban muchas cosas. Aparte de la cuna de Annie, Madison no tenía mucho, así que todo cupo perfectamente en una maleta pequeña, incluso su oro en polvo; y Erwin tenía su baúl. Y por supuesto, allí estaba su oro también. Madison no sabía su valor monetario, pero llenaba dos cajas largas de rifles reforzadas con bandas de acero. Y pesaban tanto que Erwin le pidió ayuda a uno de los camareros del bar de Ackerman para bajar cada caja hasta la línea de costa.  

El aire de la mañana tenía un pellizco decidido en él, y acurrucó a Annie contra su cuerpo. El bebé se había recuperado por completo, gracias a Dios, sin efectos secundarios apreciables. El doctor Grisha la había examinado por última vez y había afirmado que estaba fuera de peligro. Durante un momento prolongado estuvo allí de pie en la calle, cuando subió su mirada hacia el letrero que colgaba allí.

Lavandería de la Señora Smith.  

Le sorprendió lo mucho que esa señal había significado para ella, y lo que representaba. Había maldecido a Will una y otra vez por traerle a ese lugar, por maltratarle, por haberles abandonado egoístamente. Se las había entregado sin importarle a qué hombre las estaba vendiendo. Podía incluso haberles puesto en circunstancias más graves de las que venían, y ese día se dio cuenta de lo poco que significaban para él. Sin querer, sin embargo, le había hecho un favor.

Erwin le había dado la libertad de hacer lo que quisiera y de ser ella misma. Le había animado a expresar su opinión, y ella sabía que él quería a Annie. A pesar de que no envidiaba a su pequeña en absoluto, de algún modo deseaba que hubiese reservado un poco de ese amor para ella, lo suficiente para querer que ambas se quedaran con él, en vez de volver de nuevo a los brazos de Marie.

En ese momento, vio un carro con sus lados bajados, parar en frente de la tienda. Erwin estaba sentado en el asiento al lado del conductor, y ella supo que era hora de irse.

—Vamos Annie - murmuró, levantando la barbilla, — nos vamos a casa.  

* * *  

Cuando llegaron al río, Madison se sorprendió ante el número de personas, la mayoría hombres, pululando por el muelle, todos ellos aparentemente llenando la pasarela a bordo del Arrow, el mismo barco de vapor que los había traído.

—¿Estás seguro de que podremos montar? — Madison le preguntó a Erwin mientras el carro se detenía.

—Conseguí las últimas dos cabinas, y he pagado el doble de la tarifa por ellas. - Bajó su frente ominosamente. — Montaremos, o el capitán tendrá que dar demasiadas explicaciones. - Las dejó a ella y a Annie en el carro momentáneamente para que Madison pudiese supervisar el oro.

𝙻𝚊 𝚂𝚎ñ𝚘𝚛𝚊 𝚂𝚖𝚒𝚝𝚑 | Erwin SmithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora