Capitulo LX: "Siempre te voy a amar"

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Lysandro se sumió en el llanto una vez más hasta que, de pronto, las lágrimas parecieron habérsele secado y la voz morírsele dentro de la garganta. Se irguió y se limpió el rostro. Volvió a contemplar al príncipe moribundo a su lado.

—Te voy a vengar, así se me vaya la vida en ello. Quien te hizo daño pagará por esto.

Se inclinó sobre Karel, le acarició la mejilla y le besó suavemente los labios. Sacó de entre la parte superior de su uniforme un pañuelo de seda con las iniciales de ambos bordadas, uno de tantos regalos que le había obsequiado el príncipe. Se lo colocó entre las manos, luego se levantó y salió de los aposentos.

Caminó como un fantasma por los corredores hasta que llegó a la habitación que buscaba. En la puerta, dos guardias le negaron la entrada. De nuevo, Lysandro les mostró el anillo y entonces, los soldados se apartaron.

La lujosa recámara estaba casi a oscuras, pocas velas encendidas arrojaban algo de luz sobre la figura sentada en el sillón.

—Alteza —saludó Lysandro—, perdonad la interrupción, pero necesito deciros algo.

El príncipe Viggo se levantó de su asiento y caminó hasta la mesita en el centro del aposento, sirvió vino de pera en dos copas y le ofreció una al escudero.

—Puedes hablar.

—Yo, yo jamás creí que algo como esto pudiera ocurrir, me arrepiento de no haberos ayudado cuando me lo pedisteis.

Viggo enarcó las cejas, sorprendido.

—Es imposible conocer los designios de los dioses —su ceño se arrugó y en los ojos brilló el dolor—. Ni siquiera pudo Ravna, ella que siempre vio sangre y traición en mi futuro.

—Alteza, sé quién es el traidor.

Viggo bebió de la copa y clavó en él su penetrante mirada oscura. Desde que Karel le entregó la carta de Jensen, Lysandro siempre la llevaba encima. A menudo la releía varías veces en un día, tratando de encontrar el verdadero motivo detrás de las palabras, intentando descifrar si mentía. A la luz de los hechos, quedaba claro el verdadero propósito del general. Lysandro sacó de entre su uniforme el pergamino, un poco desgastado, y se lo entregó a Viggo. El príncipe lo leyó atentamente sin que ninguno de los rasgos de su cara se alteraran, siquiera, un poco.

—Sabía que estaba detrás de La sombra del cuervo —dijo, por fin, levantando el rostro—. Has hecho bien, Lysandro, las atrocidades que Jensen ha cometido no quedarán impunes. Ordenaré su inmediata detención.

El príncipe salió de la recámara y lo dejó solo. Lysandro sentía un profundo dolor en su corazón, hubiera deseado estar equivocado y que Jensen no fuera el responsable de la muerte de su padre, ni del envenenamiento masivo, ni que hubiera traicionado a Karel.

El escudero deambuló alrededor del recinto mientras el príncipe volvía. Distraído, se acercó a uno de los estantes donde se amontonaban varios libros forrados de cuero. Su pensamiento giraba una y otra vez en torno a Karel y a Jensen traicionándolos. Pasó los dedos por los lomos, sin ver realmente las inscripciones, hasta que algo llamó su atención. Sobre un trípode de madera pulida descansaba la miniatura de una espada hecha en brillante plata. Lysandro la tomó. En la hoja había un nombre tallado: Thorlak.

El corazón pareció dejar de latirle; la sangre, abandonar su cuerpo, por un instante el mundo se tornó oscuro y el tiempo se detuvo.

La puerta de la recámara se abrió, el príncipe Viggo entró acompañado de dos guardias. Todavía con la miniatura en la mano, Lysandro desenvainó a Heim.

—Fuisteis vos —le siseó con rencor el escudero al primer príncipe—, siempre fuisteis vos.

De inmediato, los dos guardias que acompañaban a Viggo también desenvainaron y se pusieron en guardia.

El amante del príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora