Capítulo 4.

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Cuando Juliana se despertó a la mañana siguiente, era tarde y su hermano estaba golpeando la puerta para que se levantase ya, porque estaban a punto de irse y no quería perder ni un solo minuto en el parque.

La empujaron por la casa hasta dentro del coche antes de estar del todo despierta, y no fue hasta que estaban a medio camino que se acordó de Valentina y sus arruinados planes.

Estuvo decaída todo el día, pero trató de no demostrarlo por el bien de su familia, era solo culpa suya y no quería estropearles el día. Cuando por fin llegaron a casa, era tarde y hacía mucho que había oscurecido.

Juliana corrió a su habitación y salió al jardín, con el corazón acelerado por la anticipación, pero Valentina no estaba allí. Buscó alrededor de su árbol para ver si había alguna señal de que incluso había aparecido, y creía que podía haber unas cuantas colillas de cigarrillos más en el suelo, pero no podía estar segura.

Desanimada, se sentó junto a la mosquitera con las piernas en el porche hasta que su madre le gritó que era hora de irse a dormir.

Valentina no había aparecido.

Cayó en la cama, golpeando la almohada y reprimiendo las lágrimas. Se preguntó por qué le molestaba tanto no haber llegado a ver a Valentina. Preguntándose si la otra chica estaba enfadada con ella, o si incluso le importaba que no hubiese estado allí. Tal vez ni siquiera había aparecido.

Cayó en un sueño inquieto, lleno de sueños de brillantes ojos azules y pelo rubio goteando, labios partidos y magulladuras, olor a humo de tabaco y cuero.

[...]

Juliana no vio a Valentina al día siguiente, ni el día después de ese. Trató de no demostrar su tristeza, pero sus padres se estaban poniendo ansiosos.

No se alejaba de la casa, incluso cuando se aventuraba a la playa volvía constantemente a su habitación para mirar por la ventana. Lo que no sabían era que también pasaba las noches, ya sea sentada, con las piernas colgando hacia fuera su puerta mosquitera o mirando desde su ventana con las luces discretamente apagadas. Los ojos centrados en el árbol de Valentina, sólo deseando que la rubia apareciese.

Muchas veces pensó en ir a la playa escondida, buscarla a ciegas hasta que la encontrase, pero no era ni tan valiente ni tan estúpida como para correr el riesgo de perderse en el bosque.

De cualquier manera, el resultado total era que Valentina no estaba por ningún lado y Juliana se sentía miserable a causa de ello.

Finalmente, sus padres se hartaron de su abatimiento y comportamiento extraño y tomaron el asunto en sus propias manos.

—Está bien, hija. Entra en el coche —la voz de Macario Valdés retumbó a través de la arena el tercer día de espera, sobresaltando a Juliana de su revisión sistemática de la playa de una punta a la otra, como si viese un partido de tenis en cámara lenta. Sin cesar o cansancio.

—¿Qué? —preguntó volviendo bruscamente a la realidad.

—Entra en el coche —repitió su padre, señalando para mostrar que todos los demás estaban listos y esperando en el vehículo de la familia.

—No, está bien, papá. Voy a pasar el rato aquí —dijo distante, con los ojos volviendo a escanear la playa.

—No te lo estaba pidiendo, hija —dijo Macario severamente. —Hemos aguantado tu abatimiento y comportamiento antisocial y sigues sin decirnos lo que pasa, pero ya es suficiente. Ahora entra en el coche.

Juliana sabía que era mejor no discutir con ese tono de voz, y a regañadientes se arrastró tras su padre, ideas salvajes de estar siendo llevada a un psiquiatra dando vueltas por su cerebro. Se metió en el asiento trasero junto a su hermano antes de preguntar. —¿A dónde vamos?

Deadline On LoveWhere stories live. Discover now