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Hunter.

Heria era la niña más mona del planeta, no hablo por el simple hecho de que fuera mi hija ni mucho menos (quizá un poco sí, pero me entendéis).

Heria tenía la piel tan blanca como su nombre, sacó los ojos de su madre, un verde precioso, pero a la par sacó mi tono de cabello que era el pelo castaño algo oscuro con pecas, era una mezcla un tanto extraña, la gente se paraba más de dos veces a mirarla, pero luego nos veían y nadie podía dudar que era nuestra hija, habíamos creado un perfecto clon de los dos.

La veía corretear por la casa de la mano de Leviatán e instantemente me vino a la mente Olivia y Levi, no porque mi hija se pareciera a su madre y porque mi cuñado de cuatro años tuviera un nombre más alargado del que fue el mejor amigo de mi actual esposa, sino porque la situación entre ellos era igual a la que viví con ellos.

Inseparables, lealtad a pesar de ser relativamente pequeños (y unos trastos, sobre todo Leviatán que más de una vez pensé en atarle una cuerda para que se sentara) y siempre juntos, como si no pudieran vivir el uno sin el otro.

Una familia disfuncional, al fin y al cabo, Leviatán era el tío de Heira, esta historia era extraña para algunos, pero de donde veníamos nosotros estábamos curados de espantos.

No sé de dónde sacó tanta calma Heira, desde que nació que no lloraba casi, solo para pedir comida (como cualquier bebé), siempre tenía los ojos muy abiertos (a pesar de que ya los tenía grandes) y era una niña muy despierta, era como no notar que estaba ahí realmente, era tan calmada y silenciosa que cuando aprendió a andar fue de las únicas veces que notábamos que estaba ahí porque tropezaba con todo.

Ahora que anda medianamente decente, son como pisadas silenciosas, está empezando a hablar, dice mamá, papá y poco más que eso, pero incluso sabiendo decir eso habla poco.

La sentamos en el sofá a ver sus dibujos y ella se queda quietecita embobada viendo la televisión en pleno silencio, solo escuchas como se ríe de vez en cuando o si se le cae la muñeca al suelo, por lo tanto, es muy observadora y detallista.

Olivia para nada era así, ella era puro juego de ajedrez y yo era pura adrenalina, así que toda esa calma que Heira tenía definitivamente no era de nosotros.

Pero tampoco vayamos a quejarnos, es preferible que mi hija se comporte bien comparándolo con la vez que pillamos a Leviatán pintando la pared de la cocina alegando que quería ser artista como su hermana (aunque le explicásemos que Olivia hacía fotos y no pintaba cuadros ni mucho menos las paredes de la cocina).

Heira en cambio, al tener dos años sus gustos son variados pero simples, le gusta mucho ver la televisión y muchas veces se queda dormida viéndola, tiene una muñeca de trapo que le regaló Andrea (cosida por ella), es una réplica de Heira con un vestidito de color granate, le gusta tanto que no se separa ni cuando comemos, tenemos una silla a parte para la muñeca sin nombre (que no dudo que en cuanto crezca y sepa hablar le ponga alguno), le gusta mucho resolver puzles, es muy inteligente para su edad y aunque los puzles sean infantiles los repite mil y una veces, aparte de que le gusta mucho los libros (y eso que no sabe leer, solo mira los dibujos y sonríe).

Tenemos una hija de lo más especial y eso solo hace que despierte mi instinto acerca de cuidarla sobre todo lo malo que habita en el planeta Tierra, Heira es una niña tan especial y sensible que yo mismo no soportaría que nadie le hiciera nada, por no hablar de su madre y una familia de lo más extravagante.

Su madre... Olivia Martin, la chica con la que llevo cuatro años, una hija de dos y hace poco nos casamos por lo civil, de cara al papeleo de Heira era más fácil tener un documento de que nos casábamos, eso y que dijo que casarse era divertido por la comida de después (Olivia y sus cosas).

EL DIABLO TAMBIÉN VISTE DE SEDA || Bilogía DiabloWhere stories live. Discover now