Capitulo LIII: "¿De qué le sirve vuestro amor?"

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—El príncipe y lara Jonella saldrán a las salinas, desean que les sean preparadas viandas para el viaje.

—¿Se ha despertado tan temprano Su Alteza? —Urdiel se levantó un poco azorado—. Iré a ayudarlo a vestirse.

El joven le dirigió una mirada rápida antes de salir de la cocina.

—¿Habéis desayunado? —le preguntó Idria.

—Todavía no, mi señora. —Lysandro se sentía desubicado, no conocía las costumbres del castillo y la conversación que había escuchado lo descolocó un poco.

—No tienes que decirme «mi señora». —La mujer rio en voz baja y continuó hablando mientras caminaba hacia los fogones—. Frey nos dijo que vivirás en el castillo y no en las barracas, así que comerás aquí, con el resto de los sirvientes de adentro.

La estancia era un enorme salón donde al final se encontraban los fogones, el horno y una gran mesa, que Lysandro supuso sería para la preparación de los alimentos. Pegados a la pared había estantes de madera llenos de utensilios de cocina; a un costado, una entrada a otro cuarto que seguro sería la despensa y por último el ambiente en donde él se encontraba parado: el comedor que contaba con tres mesas largas y muchas sillas.

Varias mujeres se afanaban en los fogones y picando verduras. El olor a comida revoloteaba despertándole el apetito.

—Creo que tendrás que esperar un poquito —le dijo Jora con familiaridad y una sonrisa coqueta—. La comida todavía no está lista. No es costumbre que los príncipes despierten tan temprano.

—Su Alteza desea salir lo antes posible —contestó Lysandro, inexpresivo.

—Tranquilo, ya van a estar listos los alimentos.

Idria dio indicaciones a las cocineras de que apuraran sus manos y en menos de una sexta la bandeja con la comida de los príncipes estaba preparada y en manos de Jora y otra de las doncellas.

Después de lo que tarda en consumirse una brizna de paja en el fuego, Idria le sirvió el desayuno: pan recién horneado, leche, huevos revueltos y mantequilla, acompañado de un jugo que Lysandro nunca antes había probado. La mujer se sentó frente a él mientras comía.

Al escudero lo cohibía la mirada de ella, tal vez debido a la conversación que había escuchado antes de entrar.

—Dicen que salvaste al príncipe. Si es así, te lo agradezco infinitamente. Su Alteza es un gran hombre.

—Cumplía mi deber, señora.

—Los dioses quieran y llegue el día en que puedas ver al príncipe como más que un deber. ¿Sabías que no hay esclavos en este castillo?

Lysandro asintió.

—Él y lara Jonella son bendiciones. Nuestro antiguo amo era muy déspota.

Lysandro tomó el vaso y lo llevó a la boca, la mujer fijó los ojos oscuros en la mano con la quemadura, de inmediato, ella se irguió en la silla.

—¿Sois esclavo, también? No sabía que un esclavo podía llegar a ser el escudero de un príncipe.

—No, no soy un esclavo, es la marca de un accidente.

La mujer sonrió con benevolencia y le palmeó la diestra que reposaba sobre la mesa.

—No te preocupes. Aquí todos fuimos esclavos antes. Jora, la chica que acaba de irse, fue vendida por sus propios padres cuando tenía seis años. Ellos tenían muchos hijos y no hallaban como mantenerlos, así que se deshicieron de las niñas. Urdiel era de Osgarg. Su familia murió en la guerra, también fue vendido cuando era niño. Algunos estuvieron en otros sitios antes de llegar a este castillo.

El amante del príncipeWhere stories live. Discover now