Egipto 12

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Antes

Romano había perdido la cordura por completo.

Ya no era el mismo de antes, estaba intranquilo, impaciente, explotaba por todo, les gritaba a todos, rompía las cosas a su alrededor.

Además, se unió a la religión católica, y los cleros tomaban muy malas decisiones.
El imperio se dividió entre bizantinos y romanos, y Romano estaba furioso por esto.

Y yo, cada vez le temía más.
Sentía que en cualquier momento él se desquitaría conmigo. Pero siempre su tacto era suave y tibio.

La última noche antes de eso, me senté en la cama, peinando mi cabellera mientras cantaba una canción a murmullos.
Romano entró sin aviso, muy despacio y sigiloso y me besó el cuello. Salte del susto, apartándome de él.

- ¿Que pasó? - me pregunto incrédulo.

- Nada... no esperaba eso - me toque el cuello sintiendo mis mejillas calientes.

- ¿No te gusta? - se acercó más a mi.

- No se - tartamudee nerviosa.

- Quizás esto te haga saber - me beso el hombro, subiendo a mi cuello.

Mis manos me sudaban, temblando un poco de los nervios. Hasta que sentí algo afilado clavarse en mi clavícula. Me quede inmóvil, viendo como se apartaba y se quitaba sangre de los dientes

- Perdón, me pase un poco... - sonrió - ¿continúo?.

Negué con la cabeza, no quería que me volviera a morder.
Le tenía muchísimo miedo, tenía más miedo que decirle que no lo pusiera furioso.

Pero no fue así, solo me miro con tranquilidad, me dio un beso en la mejilla y se fue a dormir.

El día qué pasó todo fue el día en el que su imperio estaba decayendo, estaba furioso, había mandado a todos sus soldados a la muerte, había mandado a asesinar a toda su gente como un suicidio colectivo y la única persona que quedaba en el palacio era yo.

Tenía una daga en la parte de atrás de mi espalda. Solo por si acaso.

- Necesitas detenerte ya - tartamudee - Estás haciendo demasiado daño.

- No te entrometas... estoy haciendo esto por mi imperio - se limpió el sudor de la cara.

- Hay otras formas de lograrlo... no así - mire sus manos temblar mientras formaban un puño.

- No hay otra manera... esta es la única - miro al frente - Mi imperio... renacerá como un fénix de entre las cenizas de la gente.

Tome la daga de mi espalda, acercándome a Romano.

- Tú y yo dominaremos este mundo mi amor - Romano murmullo - No necesito a nadie más cuando te tengo a ti.

Solté unas lágrimas, mis manos temblando con la daga. La levante, apuñalándolo en la parte de atrás de la cabeza.

Cuando me di cuenta de lo que había hecho, ya era muy tarde.
Romano se giró hacia mi, yo esperaba que estuviera furioso, con los ojos inyectados de sangre de adrenalina y enojo; pero me sorprendió ver la confusión, la tristeza y lágrimas formarse.

Suspire, tomando su cuerpo mientras caía hacia mis brazos.
Un terremoto empezó,  el palacio destruyéndose poco a poco a mi alrededor mientras tomaba el cuerpo de Romano.

- Lo siento - tartamudee sollozando - Lo siento, ya no eras tú, ya me dabas miedo.

Romano me tomo la mejilla, acariciando y limpiando mi lagrima

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