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Aspen me toma de la mano y salimos de la fila con nuestras bebidas extra grandes en brazos llegando apenas ilesas a nuestros asientos en las gradas. Alguien me proporciona un codazo en las costillas a mi izquierda y me giro con cara de pocos amigos, lista para la pelea, hasta que Aspen tira de mí para que nos sentemos de una vez por todas. La niña rubia que me ha golpeado tiene la audacia de sacarme la lengua. Y yo, como la adulta que soy, la imito. Incluso hago como si estuviera degollando mi propio cuello para que reciba bien el mensaje.

—Que madura, Hendrix.

Niego, dándole un sorbo a mi bebida dulce.

—Déjame, anciano. Esto es entre esas coletas rubias y yo.

Parker sostiene mi mano libre entre la suya y dejo de prestar atención a cualquier altercado que pueda tener con una niña de siete años. En los últimos días me he dado cuenta de que disfruto de ese momento en el que mi piel roza la suya, en como acaricia con su pulgar el dorso de mi mano antes de entrelazarla con la suya. Nadie nunca me había tomado de la mano así. Y ni siquiera me importa que pueda sudar un poco, porque a él no parece importarle de todas formas. Solo me sostiene y me lleva consigo hasta que tenemos que separarnos.

Nos sentamos de nuevo en un silencio cómodo entre Aspen y Holly, quienes nos acompañan a ver el último juego de los chicos. Allí, en el enorme campo, Cress corre como una bala para alcanzar el pase de Nikko. La multitud ruge cuando anotan otro touchdown, pero lo único que veo son un montón de chicos dándose golpes felices contra los cascos. Nunca entenderé el fútbol americano. Pero puedo entender la sonrisa que dispara mi mejor amigo en dirección a las gradas, porque se siente como el rey del mundo. Así es como me siento cada vez que me ato a una tabla de Surf y remo hasta que los músculos de mis brazos gimen de dolor.

El partido termina con los chicos ganando por dos puntos a la escuela contraria. No nos apresuramos a bajar porque hay mucha gente y las escaleras de las gradas se convierten en un infierno cuando eso pasa. Aspen y Holly bajan primero. La pelirroja camina en dirección a su hermano y la morena corre hacia los brazos de Beau, que ya está esperándola en el campo como un cachorro emocionado.

—¿Alguien quiere pizza para celebrar? —grita Beau.

Nunca había visto a Aspen correr tan rápido en su vida después de esa pregunta.

Terminamos todos amontonados en una mesa de Giovanni's, riéndonos de las anécdotas sucias de Nikko y Lila, y aunque es un poco asqueroso escuchar eso, es realmente divertido ver a mi hermana mayor enamorada. De Nikko Lovey. El chico que juró jamás volver a besar después de esa fiesta de San Valentín.

Cuando se hacen las ocho, Anne y el señor Holt aparecen junto con Nieves por la puerta principal. El brazo de Parker se ha mantenido alrededor de mis hombros durante todo este tiempo y es un detalle que no pasa desapercibido por los ojos de su madre. Tengo ganas de escabullirme de las miraditas cómplices de sus padres y obtengo mi pase libre cuando el señor Holt le pide a uno de sus hijos que paseen a Nieves, que ya está desesperándose por salir de la pizzería.

Parker enrolla una mano en la correa y la otra envuelve firmemente la mía mientras salimos al aire fresco de la noche. Nunca pensé que llegaría a sentirme tan cómoda con un simple acto como tomarme de la mano, incluso cuando ninguno de los dos dice alguna palabra. Simplemente caminamos en silencio admirando la calle, conscientes del tacto del otro como una caricia reconfortante. En realidad, existe una palabra que sí conozco para definir este sentimiento. Recuerdo haberla leído en algún libro que Holly me prestó el verano pasado.

Komorebi.

Es una palabra japonesa que se refiere a aquella luz que se cuela por las ramas de los árboles en los bosques más frondosos. Y eso me recuerda a lo que siento cuando estoy con Parker; como si no importara lo profundo y oscuro que se ponga el camino, él siempre estará allí para iluminarme de esa manera tan suya, tan cálida, tan tenue, pero tan suficiente.

Entre besos y olas✔️Where stories live. Discover now