36. El amor y el pistacho

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Me siento como si me hubiera pasado por encima un camión que pesa toneladas.

Tomo la almohada a mi costado y la coloco sobre mi rostro. Aunque trate, no puedo quitarme de la cabeza ese beso. Incluso con los ojos cerrados puedo recordar exactamente la mirada acalorada de Parker y cómo había robado mi beso y lo había hecho suyo. Y tenía que saber que nadie se comparaba con él, que había arruinado todos mis futuros besos y que yo lo dejaría volver a hacer gustosamente.

Estaba, definitivamente, en el ojo de la tormenta.

—¡Agh! Me estoy volviendo loca. Loca de remate. —Mi mirada va directamente a las cortinas echadas, enfocándose en el balcón cerrado de enfrente—. Por tu culpa.

—¿Con quién hablas?

Me retuerzo en la cama, sonrojándome ligeramente al encontrar a mi madre observándome confundida desde la puerta.

—Te he dicho mil veces que toques antes de entrar, mamá, un día de estos vas a hacer que se me salga el alma del cuerpo.

—Tu hiciste que saliera la mía en el momento del parto, cariño. Estamos en igualdad de condiciones.

Arcoíris entra detrás de mi madre, balanceando su cola felizmente hasta subirse a la cama a mi lado. Acaricio su pelaje entre mis dedos mientras el colchón se hunde a mi otro lado.

—¿Qué hacías con el pequeño Parker tan tarde? —comenta.

Gruño. No está tratando de ser casual al respecto. Sé que se muere de ganas de saber que ha estado pasando entre nosotros desde que Parker tuvo que llevarme hasta la puerta de mi casa, tomándome de la mano, porque estaba demasiado aturdida procesando lo que había pasado como para dar un paso con mis rodillas débiles.

—No es "el pequeño Parker", mamá. Ya no es un niño. Y estábamos juntos cuidando a Sammy porque creí que iba a morirse de un dolor de estómago.

—¿Está el pequeño bien?

—Sí.

Mi madre luce divertida. Aprieta los labios juntos antes de regalarme una sonrisa.

—Entonces solo estaba allí... ayudándote. Parker. Voluntariamente. El chico que lloraba cada vez que su madre lo obligaba a dejar sus libros para que me ayudara con el jardín.

—¿Lloraba? Pensé que le encantaba ayudarte en el jardín.

La risa la invade.

—¿Alguna vez viste su expresión cuando su padre lo obligaba a donar sus libros viejos? Era tan adorable. —Inclina la cabeza, suspirando nostálgica—. Y al principio lo odiaba, decía que no le encontraba sentido a plantar flores si se iban a marchitar luego.

Empiezo a sonreír, imaginándome al pequeño Parker discutir con mi madre sobre flores.

—Era tan malo.

—Era tímido —me corrige—. Aunque no lo creas, no pasó mucho tiempo antes de que estuviera correteando hacia mi jardín todas las tardes sin que nadie lo obligara.

—¿Qué cambió?

—Vio algo en el jardín que lo cautivó.

Aguardo.

—Eras tú —dice—. Estabas jugando con Arcoíris y de repente te caíste en la hierba, pero no derramaste una sola lágrima. Te reíste tan fuerte que ambos podíamos escucharte sobre los ladridos de Arcoíris. Creo que el chico sufrió del gran enamoramiento a primera vista después de eso.

Me doy cuenta de que estoy llorando, de hecho, tratando de no hacerlo con todas mis fuerzas. Mi madre, quien tiene un super poder para saber cuándo algo me ocurre, estira los brazos para que pueda acurrucarme a su lado mientras acaricia con delicadeza mis mejillas.

Entre besos y olas✔️Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon