CAPITULO XLIX: "Creí que eras diferente"

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El rey Daven levantó la mano, los vítores y las alabanzas cesaron. El mandatario sonrió y se recreó un poco mirando a su audiencia.

—Vergsvert, el reino que guarda al sol, hoy se vuelve más grande y más glorioso. Hemos liberado la tierra de Vesalia de las artes oscuras que la oprimían y junto a nuestro reino, el elegido de los dioses, constituirá el mejor de toda Olhoinnalia. Sagaah, el poderoso, nos ha bendecido.

De nuevo se escuchó el «lifa reik» en el salón, aunado al «Vergsvert, el reino que guarda el sol». Las copas en alto, las risas y las palmadas en las espaldas de los hombres, felicitándose entre ellos. Cuando lo consideró suficiente, el rey los hizo callar otra vez y los invitó a celebrar con comida y música la victoria.

Lysandro frunció el ceño y resopló consternado, estaba enojado y no sabía si la causa era el rey o ver a su hijo menor en compañía de su esposa.

El monarca descendió del trono y se dirigió donde los príncipes aguardaban. Todos le sonrieron, aunque a Lysandro le pareció que ninguna de esas muestras de felicidad eran genuinas. Viggo, Karel y Axel lucían tensos, solo Arlan parecía tan relajado como siempre.

—Vamos —le ordenó Jensen y ambos caminaron hacia la familia real.

—Su Majestad. —El general se inclinó frente al soberano y este colocó su diestra en el hombro del militar, indicándole que se levantara—, es un honor para mí haberle servido en esta campaña.

—¡Ah! ¡Mi buen amigo, Jensen! —El rey Daven lo abrazó dejando de lado la formalidad—, hubiera deseado haber podido pelear a tu lado como antes. ¿Recuerdas todos los bárbaros que matamos cuando conquistamos la costa oeste, en la batalla del mar rojo? ¡Ah! ¡Cómo añoro aquellos días! Las obligaciones de ser rey llegan a ser aburridas.

—Siempre habrá oportunidad de otra conquista, Majestad.

—Así es, amigo mío. Estoy muy feliz con el éxito obtenido. —Luego el rey señaló a Viggo y a Karel—. Estos muchachos le han dado un gran honor a nuestro reino y Vergsvert está en deuda con ustedes. Haré un anuncio después del banquete. Traeréis a la princesa Umbiela al terminar la comida. ¿Dónde está el rey Severino?

—En las mazmorras, padre. Están llenas de los nobles que no quisieron jurar su lealtad —contestó Viggo—, aguardan vuestras órdenes.

El rey asintió. Si tenía ya planeado el destino del antiguo soberano de Vesalia y sus aliados, no lo mencionó.

—Con respecto a la princesa Umbriela. —Viggo y Karel se miraron, habían hablado al mismo tiempo.

—Después del banquete hablaremos de la princesa —respondió el rey con una suave sonrisa.

Los príncipes, generales, consejeros y ministros se sentaron a la gran mesa junto al rey, mientras sus guardias personales lo hacían en otra mucho menos suntuosa, pero de igual manera servida con abundante comida.

Por la posición que tenían, Lysandro estaba frente a Karel y Jonella. Ella le tomaba los dedos para llamar su atención, le susurraba al oído, sonreía de manera coqueta mientras Karel mantenía los ojos bajos, evitando cruzarlos con los de él.

El escudero deseaba que esa cena terminara lo antes posible, no quería seguir contemplándolos, no quería imaginarlos cuando se quedaran solos en sus aposentos. Porque, aunque Karel no lo deseara, en algún momento tendría que corresponder con sus obligaciones de esposo. Tomó el tarro lleno hasta el borde con vino de uvas y bebió casi todo el contenido de un solo trago. Ver a los dos juntos le hizo caer en cuenta de que ahora que había aceptado formar parte de la escolta del cuarto príncipe, tendría que presenciar ese tipo de escenas entre Karel y Jonella a diario. Volvió a servirse y de nuevo tomó otra gran cantidad de licor.

El amante del príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora