CAPÍTULO 8

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RONALD

El almuerzo en casa de mis padres estuvo tranquilo, la rubia se detuvo a contestar justamente lo que le preguntaban, no preguntó, no refunfuño y mucho menos fue grosera como lo fue conmigo.

—Mañana, cuando lleguen los padres de Isabella volveremos, —le informo a mis padres mientras nos despedimos.

—Llegarán en la mañana —dice mi padre.

—Podemos salir al mediodía y en la tarde tener una cena aquí —habla esta vez mi madre con ilusión.

Aunque todos sepan que esta relación es a causa de un trato entre dos familias, a mi madre parece haberle gustado la rubia porque todo este tiempo trato de incluirla en toda la conversación.

—Es una muy buena idea, ¿Qué opinas tú? —le pregunto a la rubia que ha estado en silencio.

—¿Tengo elección? —dice y después maquilla sus palabras— para mí está bien.

—Entonces así quedamos, nos vemos mañana —habla nuevamente mi madre y los dos le damos un asentimiento.

Nos despedimos de todos y salimos rumbo a la casa nuevamente; aunque Isabella estuvo respondiendo cada pregunta que le hacía mi familia, también estuvo muy distante. Sé que no es fácil para ella, pero deberá acostumbrarse, ya que esto es para toda la vida.

Antón nos saluda y la rubia le da la jodida sonrisa que le da a todos menos a mí, me enoja que para todos la haya menos para mí. El camino a casa se sumió en un silencio cómodo para mí y al parecer incómodo para la rubia la cual todo el viaje estuvo pendiente de su teléfono.

Al llegar a la casa ella se dirige a su habitación provisional y yo me dirijo a mi despacho, debo hacer unas llamadas, debo arreglar unos asuntos con los rusos y no puede esperar mucho, no puedo dejar que este negocio se vaya al carajo por los errores que se han tenido.

Tenemos un traidor entre nosotros y no, no es Antón como lo decía Evans, lo investigamos y efectivamente el robo no lo comprometía en nada, así que ahora estamos en busca de la persona que nos está traicionando.

Al terminar de hablar con los rusos me entretengo en otra cosa, necesito ordenar algunas cosas porque cuando me case con la rubia saldremos del país por un tiempo y no quiero descuidar los negocios, me fundí tanto en lo mío que descuide a la rubia. Una discusión me desconcentra y al escuchar bien las voces dedujo que se trata de Isabella y Antón —decide traer a Antón a la casa para que sea el guarda espalda de la rubia, después de todo es de los más eficientes a mi lado—.

Me dirijo hasta donde se escuchan las voces y efectivamente son ellos, la rubia se encuentra furiosa y en este preciso momento le grita a Antón.

—¡Déjame salir imbécil!— está furiosa y eso se nota en sus mejillas. —Dile a tu gorila que se quite— al darse cuenta de mi presencia se dirige a mí.

—¿A dónde vas? —preguntó con tranquilidad.

—No quiero estar aquí, —se acerca y no hago ni el mínimo intento de retroceder —necesito salir. —esta vez habla más calmada.

—No puedes —digo, pero solo lo hago por cabrearla.

Aunque la traje en contra de su voluntad, ella puede salir a dónde quiera, con los únicos requisitos de que vuelve y sobre todo que siempre lleve a Antón.

—Tú crees que me quedaré aquí, voy a salir como sea.

Esta vez soy yo quien se acercó a ella y rompo los pocos centímetros que nos separaban.

—No juegues con candela, te puedes quemar —digo —tengo ojos en toda la ciudad.

Me mira con sus profundos, pero tan claros ojos azules. Comparando lo rubio de su cabello, su piel clara y suave, su jodida sonrisa, sus ojos son los que más me gusta. Tienen un brillo y chispa indescifrable, siempre llevan una mirada retadora que te asegura, te hará la vida imposible.

GRACIAS AL ACUERDO. © Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt