Capítulo XLIV: Demasiados recuerdos dañinos

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—No es necesario que me acompañéis, Alteza. —El escudero marcó la distancia entre ellos—. Descansad.

—Yo iré contigo. —Ivar se levantó y caminó hasta situarse a su lado.

Lysandro maldijo en sus adentros, eso era peor. Se imaginaba lo que vendría a continuación. Sin embargo, no se opuso, sino que caminó junto al capitán para internarse en el bosque, dejando a Karel y a los otros atrás.

Todavía no oscurecía del todo, aunque comenzaba a sentirse el frío de la noche. Ivar se mantenía en silencio y Lysandro se preguntó por cuánto tiempo estaría así antes de que le soltara algún insulto. Quería preguntarle por Jensen, pero no se atrevía.

—Así que sobreviviste al río. —Finalmente, ahí estaba la temida conversación.

El joven solo asintió.

—Fue mi padre quien envió a buscar al príncipe cuando se enteró de que se arrojó al agua detrás de ti. Él sabía que estaba vivo, que ambos lo estaban.

Lysandro tomó varias ramas secas del suelo. Así que Karel tenía razón, Viggo no mandó a buscarlo, fue Jensen.

—También yo lo sabía en mi corazón, que tú no podías haber muerto.

La declaración lo sorprendió. Lysandro se quedó estático, escuchando de espaldas al capitán.

—Yo me ofrecí a venir, pero más que encontrar al príncipe quería hallarte a ti.

El escudero volteó sobre el hombro y miró a Ivar. Los ojos castaños estaban fijos en él, con una expresión extraña, una que no le gustó, que le hizo tragar y dar un paso para alejarse.

—Porque hay algo que me atormenta desde hace unos días —continuó Ivar en un siseo, avanzando hacia él—. Te odio con todo mi ser y lo sabes. Sin embargo, tú me salvaste. Dos veces.

El capitán lo miraba con los ojos fijos e inexpresivos, casi sin parpadear; tenía los labios resecos y avanzaba hacia él un poco rígido. Lysandro no entendía a donde quería llegar con lo que le decía, pero lo ponía inquieto su forma de mirarle, así que continuó caminando hacia atrás, despacio, sin perderlo de vista, hasta que su espalda dio contra un árbol. Ivar se abalanzó sobre él y lo acorraló, apoyando las manos en el tronco, a los lados de sus hombros.

—Dime, ¿por qué me salvaste si sabes que te odio?, ¿si no he hecho otra cosa que hacerte la vida imposible desde el instante en que te conocí?

El rostro de Ivar estaba tan cerca del suyo que el aliento chocaba contra sus labios. Tenía la necesidad de alejarse y más al notar un brillo de locura en los ojos del otro.

—E, eres mi capitán —tartamudeó—, el hijo de, de mi maestro, cumplía mi deber.

Ivar acercó la mano a su cara y le acarició la mejilla, le tomó un mechón de cabello negro y se lo llevó detrás de la oreja.

—¿No me odias?

Lysandro tragó. No podía ser posible lo que estaba sucediendo, era una pesadilla. Tenía que alejarse de él.

—No.

El capitán tomó los costados de su cara y finalmente forzó el beso.

El escudero, perplejo, dejó caer la yesca. Pasado un breve instante reaccionó y comenzó a resistirse hasta que logró empujarlo y apartarse de él.

—¡¿Qué estás haciendo?! —Se horrorizó.

El capitán se quedó estupefacto en el sitio, sin contestar. Sus pupilas iban de una esquina de sus ojos a la otra, como si no pudiera creer lo que acababa de hacer. Lysandro aprovechó su confusión, recogió la yesca y se alejó a toda prisa. En el camino se encontró al hechicero que había ido en su búsqueda.

El amante del príncipeDove le storie prendono vita. Scoprilo ora