CAPÍTULO XVIII (OCULTARNOS)

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Desde lo que sucedió el sábado, Olivia me había estado evitando. No me dirigía la palabra y mantenía su distancia conmigo. Supongo que estaba realmente decepcionada por lo que había estado haciendo, y eso me hacía sentir mal. Sin embargo, sabía que tarde o temprano ella acabaría aceptando a Eddie en mi vida.

Mi turno en la tienda había terminado, así que me dirigía a casa. Estaba a menos de cinco minutos de distancia cuando vi una camioneta que reconocería en cualquier lugar. Me detuve y esperé a que pasara frente a mí. Pocos segundos después, se detuvo, la ventanilla se bajó y vi su rostro sonriente.

—Hola —saludó con un tono coqueto.

—¿Te conozco? —bromeé.

—Sube, tengo algo que mostrarte —ordenó. Caminé rápidamente al otro lado y me subí a la camioneta. Apenas me acomodé, tomé su nuca y lo atraje hacia mí para darle un beso. Comenzó a reír nerviosamente cuando nos separamos.

—¿De qué te ríes? —pregunté entre risas.

—De nada —respondió y luego me robó un breve beso. Volvió la vista al frente y puso en marcha la camioneta. No sabía a dónde íbamos, pero la verdad es que lo único que me importaba en ese momento era la compañía de Eddie.

—¿A dónde iremos? —pregunté.

—No te diré nada —respondió, fingiendo cerrar la boca con candado y lanzar la llave imaginaria por la ventana.

—Eres un tonto —dije entre risas. Me acerqué más a él y apoyé mi cabeza en su hombro. Eddie posó una de sus manos en mi pierna y la mantuvo allí durante todo el viaje, apretándome de vez en cuando o simplemente acariciando mi pierna.


Finalmente, llegamos a un centro comercial, lo cual me pareció extraño, ya que no podíamos exponernos tanto. Eddie estacionó la camioneta en un lugar apartado y luego me dio unas palmaditas suaves en la pierna, indicándome que bajara. Al bajar, Eddie tomó mi mano y me llevó con él. Nunca antes había experimentado que alguien tomara mi mano para caminar, pero ahora que él lo había hecho, me alegraba que fuera el primero. Caminamos por un callejón y de alguna manera terminamos detrás del centro comercial, llegando así hasta una pequeña casa escondida entre un montón de arbustos. Abrió el improvisado barandal de madera y luego me tomó de la cintura para que caminara junto a él.

—¿Qué es esto? —pregunté mientras admiraba el lugar, escondido pero acogedor.

—Este solía ser mi hogar cuando era pequeño, y ahora es donde ensayamos con la banda —respondió Eddie mientras abría la puerta. Entramos en la casa y lo primero que llamó mi atención fueron los instrumentos de la banda. La casa estaba prácticamente vacía, a excepción de la batería, micrófonos, las guitarras, bocinas y algunas sillas de madera. Caminamos entre los cables que se encontraban en el suelo hasta llegar a un pequeño sofá.

—Eddie, hay algo que necesito contarte —dije, decidida a confesarle sobre el romance de nuestros padres.

—¿Sobre qué? —preguntó mientras encendía un cigarrillo.

—Nuestros padres —respondí, y casi se ahoga con el humo. Cuando se recuperó, me miró y esbozó una sonrisa.

—Entonces, ya lo sabes —dijo. Parecía que todos conocían esa historia, excepto yo.

—¿Ya lo sabías? —pregunté sorprendida.

—Sí —respondió antes de darle una calada al cigarro.

—Leí una carta de mi madre que habla sobre cómo tu padre jugaba con nosotros —confesé, pero eso no pareció sorprenderlo en absoluto—. ¿También lo sabías?

Mi verano en Australia [YA EN FÍSICO]Where stories live. Discover now