CAPÍTULO I (DE VUELTA A AUSTRALIA)

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Los veinte años podrían ser considerados como la mejor etapa de la vida para muchos, especialmente cuando se disfruta de la compañía de amigos, estudios emocionantes y fines de semana llenos de diversión. Sin embargo, en mi caso, los veinte me estaban abrumando. No tenía muchos amigos, para ser honesta, mi único amigo, mi mejor amigo, era Eren. Él era la única persona con la que seguía en contacto desde que terminamos la preparatoria. Aunque Eren disfrutaba pasar tiempo conmigo, yo realmente apreciaba la soledad. No siempre fui así; durante la preparatoria, mi vida iba viento en popa. Tenía un grupo de amigos con los que compartía muchas experiencias, salía más que ahora. Pero cuando esa etapa terminó, me perdí en el camino.

Elegí una carrera universitaria por pura inercia, solo para evitar quedarme sin estudiar. Después de un semestre, me di cuenta de que no era lo que realmente quería. Me enfrenté a la pregunta crucial: ¿qué quería hacer en realidad? Hasta hoy, sigo sin tener una respuesta definitiva. Dejé de estudiar, y mis padres me mantenían. Sé que esto suena mal, y me siento avergonzada por ello. Mis padres estaban decepcionados, habían estado acostumbrados a mis buenas calificaciones y, de repente, a los veinte años, me encontraba viviendo en mi habitación.

Durante meses, contemplé la idea de trabajar en Estados Unidos por un tiempo, pero sabía que probablemente sería aún más infeliz de lo que ya era.

Un crujido de madera me sacó de mis pensamientos y me levanté para abrir la puerta.

—¿No planeas cenar? —preguntó mi madre.

Mi madre, Caroline Moore, una mujer alta de cabello rubio, con un peinado siempre impecable en una coleta, había pasado la mitad de su vida en Australia hasta que, a los veinte años, se enamoró de un turista y, poco después, quedó embarazada. Fue una sorpresa para todos.

—Eren está celebrando su cumpleaños. Iremos a cenar con él —respondí mientras buscaba algo que ponerme en mi armario.

—Cancela la cita. Tu padre y yo necesitamos hablar contigo —dijo con seriedad. Su tono me hizo sentir insegura; intuía que se avecinaba algo que no era precisamente bueno.

"Tu padre y yo necesitamos hablar contigo": las palabras que más temía.

—¿Me van a echar de casa? —pregunté, sin aliento.

—¿Qué? —mi madre siseó—. No, no de esa manera. —Titubeó—. Solo cancela con Eren y luego ven a cenar —ordenó antes de alejarse por el pasillo.

Mi celular comenzó a vibrar, y al desbloquearlo, vi el nombre de Eren.

Eren Cor: No sé qué ponerme. Quiero algo holgado que se vea bien, pero no quiero parecer un anciano vagabundo.

Auden Allen: Eren, cancela. Creo que mis padres me echarán de casa.

Eren Cor: Ja, ja, ja.

Auden Allen: ¿Por qué te ríes?

Eren Cor: Sabía que lo harían en algún momento.


Conecté el teléfono y luego bajé con temor por las escaleras. Caminé hasta la cocina, donde mis padres ya estaban sentados en sus lugares habituales. Mi padre observaba cada uno de mis movimientos, mientras que mi madre tomaba sorbos de su copa de vino.

—Hola —saludé nerviosa, y mi padre me regaló una amplia sonrisa.

—Auden, hace una semana cumpliste veinte —mi padre habló antes de llevarse un trozo de carne a la boca.

—Sí, y no me regalaste nada —bromeé, tratando de aliviar la tensión, pero solo obtuve una mirada amenazante de mi madre.

—Qué graciosa, lástima que no hay alguna universidad donde puedas graduarte como payasa —ironizó.

Mi verano en Australia [YA EN FÍSICO]Where stories live. Discover now