CAPÍTULO III ( NO ME GUSTA HABLAR DE EDDIE )

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Despertar en una cama que no es la mía es una experiencia poco común para mí. Debo admitir que esta cama es mucho más cómoda que la mía y el aroma de las colchas recién lavadas es algo que siempre me ha encantado. Las manecillas del reloj ya marcan las diez de la mañana, lo que significa que es hora de levantarse y enfrentar otro día de rutina. Sin perder tiempo, me dirijo al cuarto de baño para disfrutar de una relajante ducha. Para mí, bañarme es el punto culminante de mi día, un momento de serenidad y descanso.

En cuanto a mi estilo de vestir, nunca he tenido uno definido. Supongo que elijo la ropa basándome en lo que tengo o lo que encuentro en Internet. Mi madre solía burlarse de mí, diciendo que me vestía como los maniquíes de las tiendas de ropa, simplemente porque no tenía un estilo propio. Hoy opté por unos sencillos shorts de mezclilla y una blusa de tirantes, dado que el calor en Australia se siente abrumador en estos momentos.

Al salir de la habitación, me doy cuenta de que los otros cuartos están vacíos, lo que sugiere que Olivia y Diane deben estar abajo. Emprendo una búsqueda por toda la casa, pero no logro encontrarlas. Mi mirada cae sobre la mesa, donde una pequeña nota llama mi atención. La tomo y leo las palabras escritas en ella.

"Fuimos a recoger un paquete, volveremos más tarde."

Olivia y Diane se habían ido, dejándome sola en la casa. Para distraerme de la soledad, decido salir al pórtico de la casa y me siento en el hermoso columpio que ha estado colgado allí desde que tengo memoria. Sin mucho más que hacer, decido enviar un mensaje a Eren, pero para mi frustración, no recibo respuesta de ese idiota.

Mientras contemplo el mar y observo a algunos niños jugando en la orilla, mi atención se centra en dos niñas que corren con un papalote, lo que me hace recordar los momentos de mi infancia junto a Diane. Justo en frente de ellas, un niño disfruta de un jugo de sandía. Lo sé porque el envase tiene una enorme sandía dibujada en él, lo que me hace sentir la boca seca al instante. La única cosa que podría satisfacer mi sed es una botella de ese líquido rojo. Me encamino rápidamente hacia la cocina, con la esperanza de encontrar alguna lata, pero mi corazón se hunde al darme cuenta de que no hay nada que pueda saciar mi sed.

Tomé mi cartera y me dirigí a la tienda más cercana, evocando el recuerdo de un pequeño establecimiento similar al 7-Eleven que solía visitar con Diane cuando éramos niñas. Mientras caminaba, mis pensamientos se llenaban de esperanza de que el lugar aún existiera. Después de un corto recorrido, lo divisé a lo lejos, lo que me llenó de alegría. A pesar de los años, seguía abierto y apenas había cambiado, a excepción de una nueva capa de pintura. El familiar tapete de bienvenida continuaba en su lugar, y el brillante letrero de neón seguía destellando. Al entrar en la tienda, un amable hombre mayor que estaba detrás del mostrador me saludó con un cordial "buenos días".

Me dirigí hacia los refrigeradores y mi corazón se llenó de emoción al encontrar la lata roja que estaba buscando. La tomé con un sentimiento de nostalgia y luego me encaminé hacia el pasillo de golosinas. Dudaba entre elegir algo con sabor a sandía o a fresa cuando la campana de la puerta sonó, interrumpiendo mis pensamientos. Levanté la mirada lentamente y me sorprendí al ver quién acababa de entrar.

—¡Hudson! —saludó el hombre del mostrador con entusiasmo, evidentemente era un cliente habitual que tenía una buena relación con él.

—Hola, Bob —respondió Hudson mientras se dirigía hacia los refrigeradores.

Finalmente, me decidí por un dulce de sabor a sandía y me dirigí rápidamente a la caja para pagar, deseando evitar el contacto visual con Eddie. Caminaba mirando fijamente los refrigeradores, pero de repente perdí de vista su distintivo cabello largo y desordenado. Volví la vista al frente y, para mi sorpresa, lo encontré parado junto a la caja, observándome fijamente.

Mi verano en Australia [YA EN FÍSICO]Where stories live. Discover now