Capítulo 19

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―¿Qué pasaría si un día dejo de querer morirme? ¿Cómo se sigue después de eso?

―Bueno, que te presentes la duda ya es un paso muy grande, porque significa que estás lista para buscar otros objetivos, tener en vista otros intereses ―Lucía estaba cómoda en la silla de su escritorio, mientras que yo iba y venía de punta a punta del consultorio rebotando una pelota de tenis en las paredes―. Es una situación muy complicada la que estás atravesando, por un lado te estás viendo amenazada por la vida real, tener que levantarte todos los días y hacer algo para llegar a la noche sabiendo que al otro día vas a despertarte es un miedo constante. La incertidumbre del futuro era algo de lo que no tenías que preocuparte porque estabas segura de que no lo ibas a vivir. Por otro lado, vas a preocuparte por el futuro incierto.

Frené de golpe.

―¿Pero eso no es lo mismo?

Dejó escapar una sutil risa.

―No. Siempre viste el vaso medio vacío, quizás estés lista para verlo medio lleno. El futuro nos da miedo a todos. Pánico. Pero huir de él no es la solución. Al miedo, así como al futuro, hay que vivirlo. Tenemos que sentirnos amenazados por la vida, llorar y enojarnos, porque es así que nos podemos permitir disfrutar de los momentos buenos.

―Es que no hay nada interesante en mi futuro, Lucía, te lo puedo asegurar. ¿Qué hago si no me muero? Voy a tener que vivir, y con eso viene trabajar, estudiar, pagar cuentas, mudarme, y hasta quizás casarme y tener hijos. Yo no quiero todo eso.

―Y está perfecto que no quieras nada de eso. Tenes diecisiete años, Mía, es más que lógico que no quieras ni trabajar, ni estudiar, ni casarte, ni tener hijos. Eso te ocurre porque estás pensando en un futuro remoto, y además estás olvidando que es incierto.

La miré extrañada, mi psicóloga está cada día más loca.

―Vas a hacer este ejercicio. A lo largo de toda la semana quiero que pienses en las cosas que te gustaría hacer al otro día. Por ejemplo, hoy llegas a tu casa y escribís: mañana quiero comprar ropa. Y así sucesivamente hasta que tengamos la próxima sesión. Solo escribilas, no necesariamente tenes que ir a comprar ropa. ¿Se entiende? Pueden ser varias cosas, ver una serie o una película, escuchar una canción, juntarte con alguien, comer tal comida, etcétera. Eso sí, tienen que ser cosas próximas, es decir, cosas que puedan probablemente cumplirse en un periodo corto de tiempo.

A la semana siguiente volví con la lista que me había pedido.

―¿Lo fuiste escribiendo por orden de importancia o por cómo se te fueron ocurriendo?

―Así como se me ocurrían. Los dividí por días también.

―¿Me dejás leerlo en voz alta?

Me extrañé.

―Claro, si yo las escribí. Lo que hay en esa lista para mí no es ninguna sorpresa.

―Eso es obvio, pero hay personas a las que leer sus pensamientos en voz alta los pone incómodos. Puede pasarte y por eso lo pregunto.

Negué con la cabeza y le indiqué que podía leerlo tranquila.

―Bueno, varias de estas cosas son actividades del día a día. ¿Pudiste cumplir alguna de ellas?

―Sí. El miércoles marqué que quería salir a caminar y lo hice. Y el viernes quise faltar a la clase de química y falté ―me senté en el diván. Esta sesión no estaba tan ansiosa como la pasada.

―"Quiero tener sexo con Camila y con Paco" ―repitió desde la lista―. Parece que el sábado fue un día divertido.

―Más que divertida me sentía en un castigo. Fue horrible, no te das una idea. La tenía durmiendo al lado mío y no pude hacer nada. Estoy pensando en ella constantemente. Y en él también. Lo vi unos minutos a la tarde y sentí que podía tranquilamente pasar el resto de mi vida con él.

Dejó el papel a un lado y se acomodó los anteojos.

―Lo que te pasa es completamente normal, Mía. Sos una adolescente, tener estos picos hormonales son indispensables para el descubrimiento personal. De este chico Lautaro ya me habías contado bastante, pero a Camila me la nombraste muy poco. ¿Hace cuánto tiempo que ella te hace sentir así?

―Desde que me besó en la fiesta. Cada noche que le siguió a esa me la imaginaba durmiendo conmigo, y los días que los pasa en casa tengo que tener una voluntad sobrehumana para no acercarme porque quedamos como amigas.

―Si es algo que te quita el sueño con más razón deberías hablarlo con ella.

―Imposible, se me cae la cara de vergüenza. Imaginate que estás durmiendo con un amigo que todo ese tiempo te quiso garchar. Es horrible.

―Están las dos creciendo, Mía. Ella te va a entender. Si son tan amigas como me decís, entonces no debería incomodarle lo que a vos te pasa, al contrario, Camila debería acompañarte en este proceso. Y si a ella no le gustás o no quiere nada con vos, no significa que su amistad tenga que terminar. Es algo que tienen que resolver juntas, sin ocultarse nada. Quizás te llevas una sorpresa.

―¿Y con Paco que hago? A él también me lo quiero coger.

Rió un poco y me cohibí en el diván. ¿Estaba siendo muy explícita?

―Por lo que me contaste de él, esa situación está más aceitada. ¿Hay algo que te lo impida?

―Me da vergüenza. Él tiene mucha más cancha que yo, es más experimentado. Yo nunca hice nada con nadie. ¿Y si se ríe? O no le gusto. Puedo tranquilamente no gustarle.

―Si se ríe de vos, entonces tenes que alejarte. No podés mantener ningún tipo de vínculo con alguien que quiere humillarte o hacerte sentir menos. Lautaro quiere también estar con vos, y te lo demostró varias veces. Él no va a reírse, y tampoco vas a dejar de gustarle por algo tan simple como el sexo ―se quedó un momento en silencio. Yo, en el mientras tanto, estaba asimilando todo lo que me había dicho.

―Dada tu situación es normal que te sientas insegura. Hay muchas cosas que tenes que resolver primero antes de querer tener intimidad con alguien. El sexo no es la gran cosa, sobre todo si no se hace de forma romántica principalmente, pero teniendo en cuenta que en tu vida hay muchas cosas que aún no resolviste, generar un vínculo con alguien se sale de tus parámetros. ¿Alguna vez te imaginaste llegar a este punto en tu vida? Me refiero a tener este dilema entre dos personas, en pensar en alguien de forma sensual, aparte de la amistad.

―No. Siempre creí que iba a estar muerta para ese momento.

―Exactamente, es ahí a donde quería llegar. Creo que con todo esto tuvimos suficiente por hoy. Te propongo el mismo ejercicio, una lista día a día, pero esta vez vas a anotar todo lo que tenes ganas de hacer que tiempo atrás no tenías ni en los planes.

Asentí, casi conmocionada. No me salían las palabras y pensé en que todo esto no lo estaría viviendo si ya estuviese muerta.

―Mía ―me llamó cuando estaba por abrir la puerta del consultorio―, deberías estar muy orgullosa del progreso que estás haciendo. Quizás ahora no lo veas y todo te parezca demasiado borroso, pero estás haciendo un excelente trabajo.

―Gracias.

Me eché a llorar en cuanto llegué a mi casa. 

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