Capítulo 11

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Ya se me había bajado la fiebre para cuando desperté. Paula me trajo el desayuno y me cambió el paño de agua fría dos veces en la mañana. Franco ―a quien le agradecía eternamente por no hacer ningún comentario sobre lo ocurrido― ocupó un lugar en el otro lado de la cama y nos dimos una panzada de Netflix y chocolates.

―Podés anotarte a otra. Nadie te corre ―aseguré.

―Ya estoy en cuarto año. Unos añitos más y termino.

―Pero no te gusta.

Se encogió de hombros. Alcé más la cabeza para mirarlo mejor.

―Sos vos el que siempre me dice que no hay que perder el tiempo en hacer cosas que nos hagan infelices.

―Soy re buen consejero.

―Y un terrible seguidor ―completé―. Podrías hacerte un poco de caso.

―Ojalá fuese tan fácil.

En eso coincidíamos, ojalá todo fuese tan fácil como pensar.

―¿Vos ni idea, no?

―Elegir carreras no es algo a lo que le dedique mi tiempo.

No hablamos más del tema. Él porque parecía que se iba a echar a llorar en cualquier momento y yo porque de la universidad no tenía idea. Tampoco estaba en mis planes informarme mucho. No tengo ninguna intención de asistir, igualmente sé que sería la mejor alumna. Ja, mi God complex no tiene desperdicio.

Mi vida ideal estaba allí, mirando Netflix con Franco sin necesidad de ir a la escuela, estudiar, o ver a mis papás. Sola. Esa sensación me envolvía más que cualquier otra cosa. Probablemente la soledad me hace sentir igual o más viva que una buena compañía. Aun así creo que la mejor compañía la tendría el resto, ¿saben? Así no molesto más.

El domingo se fue apagando de a poco, y cuando la madrugada del lunes empezó a formarse por la ventana, no me preocupé en poner la alarma. Oficialmente habían empezado las vacaciones de invierno. Cuando Franco se pasó a su habitación me tapé en soledad y mantas. En la casa no hace frío porque la calefacción está al límite todo el día, pero no puedo dormir si no me tapo, miren si el cuco me agarra los pies...

Abrí los ojos de golpe y me mareé. El celular se había caído de la cama, seguramente de empujarlo a la noche entre las sábanas. Siendo la una de la tarde me vi obligada a levantarme, con lo fea que estaba la lluvia podría seguir durmiendo unas horas más.

Ya se me fue la fiebre, igual quiero ayudarte a estudiar.

Seguís delirando, respondió.

Lo llamé.

―¿Por qué estás tan negado?

―¿Por qué tenés voz de dormida a la una de la tarde?

¿Se nota la voz de dormida por el teléfono?

―No se responden las preguntas con otras preguntas.

―Mía ―resopló―. Yo ya soy un tipo grande. No necesito terminar la secundaria, tengo otras cosas que hacer. Trabajo todos los días, todo el día. ¿En qué momento me voy a poner a estudiar?

―Pero tenés que darte una oportunidad, sacar materias con tiempo. No hace falta ir físicamente, podés rendir libre de asistencias. Yo te quiero ayudar.

Salvando a MíaWhere stories live. Discover now