Capítulo 2

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Desperté cerca del mediodía. Para cuando estuve lista, Franco ya me esperaba para almorzar. Marisela entró minutos después de que el personal levantara la mesa. Barajó cuatro sobres dorados y nos dio uno a cada uno, el cuarto, que supuse era el de mi papá, lo dejó en el mueble recibidor.

Estaba sellado con lacre negro, era un sobre finísimo, casi tanto como todas las invitaciones a galas benéficas a las que mi papá asistía. Una vez que lo abrí, sabía que había dado justo en el blanco.

—Yo no puedo —advirtió Franco—. Ya hice planes con los chicos.

—Pero no es una pregunta, hijo, nos invitaron a todos. Y todos vamos a ir.

Discutir era inútil y yo no tenía todos los puntos como para rebelarme de nuevo, así que opté por asentir hacia Marisela.

—No estaba previsto, pero estoy segura de que en poco tiempo podemos encontrar algo para esta noche. Yo tengo algunos vestidos que combinan con los accesorios que te compré ayer. Tenemos un talle similar, pero podemos pedirle a Cintia que le haga un par de arreglos en caso de ser necesarios —explicó.

No me quejo, tampoco. No me gustan los eventos sociales, pero los vestidos y el tocado fino me vuelven loca. Las galas siempre fueron un lugar en el que la pasé bien. No va mucha gente de mi edad, entonces solo me paso de político en político hablando de las problemáticas que azotan la ciudad. Y no lo hago principalmente por interés, sino porque sé cuánto le molesta a mi papá que interfiera en los acuerdos con potenciales clientes. A la élite de la ciudad no les va mucho la idea de que las mujeres opinen.

La comida, además, es una de las mejores partes de las galas benéficas.

Franco se pasó el resto de la tarde en mi habitación, quejándose de cómo su madre siempre intentaba arruinarle la vida, o algo así, estaba demasiado ocupada midiéndome vestidos como para prestarle semejante atención a él.

El primero no me gustó casi nada. Fue de los primeros vestidos que llevé a las galas, y me quedaba chico de todas partes. El segundo no alcancé ni siquiera a probármelo, porque no podía creer que tuviera algo de color naranja en mi armario. Es un color que me queda fatal, tenía que quemar ese vestido en seguida.

Cuando dieron las siete de la tarde, Marisela me dejó prepárame con sus estilistas, y Franco, que había abandonado la habitación por quince minutos y sólo para ponerse el traje, seguía enfadado por tener que asistir a la gran gala. A mí me daba risa, porque por más queja que le pusiera, tenía que ir igual. Le comenté que me había enterado que el menú especial de la noche incluían papas fritas, por lo que bastó para dejarlo callado un buen rato.

Marisela apareció con el atuendo listo. Opté por unos trapos viejos de ella con algunas roturas, pero por suerte, la costurera supo arreglarlos al instante, además le agregó un poco más de vuelo a la pollera y la acortó, sin duda parecía moderno. Yo no estaba muy convencida, pero ella insistía en que el verde era mi color, y que combinaban con mis ojos y mi piel. No pude intervenir en los zapatos, porque mi idea era ponerme zapatillas si el vestido era lo suficientemente largo como para cubrirlos, pero tuve que a fuerzas ponerme unos tacos. Me gustaban, claro, pero no me había subido a unos en años.

El maquillaje no fue nada del otro mundo y el peinado fue un simple recogido. Franco me escoltó hasta el auto protestando, pero la sonrisa no se borraba de mi rostro.

Llegamos en poco tiempo, no sé si fue porque el chofer se había entusiasmado pisando el acelerador, o si simplemente era mi emoción. Las galas benéficas siempre tenían ese aroma característico a vainilla e hipocresía. El olor de los metros de mesa del banquete millonario se sentía en todos lados, mientras que el dinero recaudado se usaba para darles polenta a los pobres. El piso del lugar podía brillar porque el personal de limpieza hacía un excelente trabajo, o porque los vestidos eran tan largos que barrían y sacaban brillo al azulejo. Las mujeres a la derecha de los hombres no guardaban comentarios con respecto a la vestimenta del resto, mientras que sus maridos podían bromear con el simple chiste característico: "casi llegamos tarde porque mi mujer tarda horas arreglándose". Y ríen.

Salvando a MíaTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon