—Pero lo has estado. ¡Voy a matar a ese hijo puta! —rugió dirigiéndose a la puerta.

A una velocidad increíble, me levanté del sofá y me interpuse en su camino. Ella respiraba agitadamente, me miraba fijamente a los ojos, esperando a que me apartara; no lo hice. Me dirigió una mirada severa antes de volver a sentarse, pero en el sillón. Estaba totalmente seria, mirando la pared frente a ella con mucha fijeza, intentando controlarse.

—¿Qué ves en él? —preguntó con voz fría. Me quedé de pie a su lado, con una expresión de confusión. Ella pasó de mirar a la pared a mirarme a mí.

—¿Qué? —susurré, sin estar muy segura de qué rumbo estaba tomando la conversación.

—Cuando Dani te hacía llorar me dejabas ir a darle un par de puñetazos bien merecidos. ¿Qué ves en Az, qué hay de diferente en él, para que no me dejes ir a darle lo que se merece?

Me quedé algo aturdida. Fui lentamente a sentarme en el sofá. No estaba segura de la respuesta que quería darle a Galatea; me conocía mejor que nadie, mejor que yo misma. Me conocía tan bien que hasta sabía antes que yo lo que sentía. Pasaba un segundo tras otro y seguía sin saber qué decir. Ni siquiera sabía por qué la pregunta me había impactado tanto, pero lo había hecho; sobre todo porque era verdad. Había algo en él, dentro de aquella oscuridad que lo rodeaba, que me hacía verlo como alguien vulnerable, y atrayente a la vez. Alguien a quien debía ayudar. Y me hacía feliz, hacía mucho tiempo que no me sentía de aquella manera. Feliz era la palabra perfecta para describir cómo me había sentido los últimos días. Feliz englobando el miedo, la ira, la tristeza, el dolor, que habían acarreado también aquellos días. Porque en tan poco tiempo, había sentido de todo, gracias a alguien que parecía que acababa de descubrir lo que es sentir. Qué irónico.

Tal vez lo quería, o a lo mejor era el apego que le había cogido por ser él quien tenía que ser salvado y no yo. Pudiera ser que por una vez la heroína fuera yo.

Pero no lo sabía, y Galatea quería una respuesta. Sentí cómo dos solitarias lágrimas caían por mi mejilla. Miré a mi amiga, con la mirada borrosa por las lágrimas que empezaban a acumularse en mis ojos. Mi amiga se levantó y se sentó a mi lado, ya sin su mirada severa, sin expresión seria. Me abrazó y lloré. Sin razón aparente, en realidad. Porque ni yo sabía por qué lloraba de aquella manera.

—Ni siquiera yo lo sé —respondí cuando me tranquilicé.

—Lo sé, Ellie, lo sé...

—Me has llamado Ellie —comenté.

—Sí, ¿te molesta? Es que es más fácil que tener que preguntar cada día cómo te llamas.

—Hoy es Beth, por si te interesa. Pero no me importa que me llames Ellie.

—Vale, genial.

Después de unas horas viendo un programa malo en la televisión, fui a darme una ducha y me despedí de Galatea. Ella había insistido en que si yo quería se podía quedar, pero necesitaba tiempo para mí.

Porque la pregunta de Galatea había hecho que se me removiera algo por dentro. Había despertado la duda, y ya no era capaz de sacármela de la cabeza.

Az era perfecto, al menos físicamente, y lo sabía, yo era muy consciente de ello. Pero tenía una personalidad complicada, porque al parecer estaba aprendiendo ahora (con unos 19 años) a gestionar sus emociones. A sentir. Hasta entonces, no había sabido lo que era la tristeza. Le había dolido y me había preguntado por qué. Era un chico extraño, dejando a un lado el hecho de que era un Brujo. Y tenía miedo. Lo escondía bien, pero estaba segura de que lo tenía.

Pensar en ello de nuevo me dejó aún más confundida que cuando Galatea se había marchado. No sabía lo que sentía. No entendía qué me pasaba. No comprendía qué opinaba sobre Az.

Te estás enamorando.

Ignoré la voz que acababa de resonar en mi cabeza. Estaba acabando de hacerme las trenzas y escuché la puerta abrirse. Sabía que era Az porque no se escuchaban los pasos.

—¿Ellie? —preguntó, con voz preocupada en exceso.

Salí del baño cuando terminé de ponerme la goma del pelo. Az sonrió aliviado al verme. Lo sabía. Por alguna razón tenía miedo.

—¿Qué pasa? —inquirí, se había quedado mirándome fijamente.

—Nada, nada —respondió sacudiendo la cabeza.

Sin decir más se metió en el dormitorio. Cogí mi teléfono de la mesa del salón y me lo metí en el bolsillo. Empecé a caminar hacia la puerta. Ya tenía el pomo en la mano cuando Az apareció a mi lado. Me sobresalté y tropecé hacia atrás, chocando con la pared.

—¿Adónde vas? —preguntó, ignorando el hecho de que sin la pared me habría caído.

—Voy a dar un paseo.

—Vale, espérame que voy a por...

—No —lo interrumpí—. Voy sola.

Frunció mucho el ceño, pero no dijo nada. Iba a salir por la puerta. Volvía a tener el pomo en la mano, pero Az me cogió el brazo.

—Llevas el teléfono. —Asentí—. Llevas el cuchillo. —Asentí de nuevo—. Toma mi número. —Me entregó un papel con un número escrito —. Puedes llamarme cuando quieras, estaré ahí en segundos.

—Vale... Adiós, Az.

—Adiós, Ellie. Oye, ¿te has enfadado conmigo?

—No —dije de espaldas a él, sin ser capaz de mirarle a la cara, antes de salir prácticamente corriendo del piso.

Bajé las escaleras y salí a la calle. Un viento agradable me azotó el rostro y respiré profundamente. Empecé a caminar calle arriba, hacia el centro. Había bastante más gente que de costumbre en la calle. A cada poco, tenía que ir haciéndome paso a empujones entre la gente. Y es que todo el mundo estaba agrupado alrededor de algo. Me acerqué un poco para poder ver lo que sea que fuera que estaban rodeando, y casi caí de rodillas al suelo. El horrible pitido que hacía tiempo que no escuchaba, volvió a taladrarme los oídos. Atronador y haciéndome sentir que iba a quedarme sorda. Me acerqué como pude, hasta donde todas las personas allí se agolpaban. Estuve a punto de vomitar. Había un cuerpo en el suelo, que yo ya empezaba a ver convertirse en polvo. Era una chica algo mayor que yo, había un enorme charco de sangre a su alrededor, tenía los ojos en blanco y la garganta abierta con un corte terrible que le dividía el cuello en dos, desde la barbilla hasta la clavícula. Volví sobre mis pasos para salir de aquella muchedumbre obscena, con los oídos aún doloridos y sin ganas de terminar de ver desaparecer el cuerpo. Tampoco quería escuchar lo que decían, sólo quería salir de allí.

Seguí caminando calle arriba, con muchas náuseas y las piernas temblorosas. En aquella zona no había tanta gente, pero aun yendo por una calle ancha y sin muchas personas, un hombre chocó su hombro con el mío. Me giré para pedir disculpas.

—Lo siento, yo... —Las palabras no terminaron de salir de mi boca.

El hombre parecía normal, pero a mí me dio la impresión de que no lo era. Era un señor enorme, de brazos anchos y musculosos, escondidos por el abrigo negro y largo que llevaba. Cuando terminó de escrutarme, empezó a sonreír, y empezaron a abrírsele cortes en las mejillas, y el corrosivo líquido negro empezó a brotar de ellos.

No se me pasó por la cabeza sacar el cuchillo de cuarzo. Sólo supe gritar.

El Beso de la Muerte. #1   [✓]Where stories live. Discover now