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Me quedé paralizada un instante. Creí no haberlo entendido bien, pero sí que lo había hecho. Lo miré sorprendida y él se limitó a encogerse de hombros. Empujó la pesada puerta de madera del edificio frente al que nos habíamos detenido. Debía ser muy pesada, pero él la empujó como si nada. Se apartó del umbral y me hizo un gesto para invitarme a pasar. Miré dentro y sólo vi oscuridad, más espesa aún que la que había en la calle. Después desvié mi mirada hacia él, algo recelosa. Suspiró pesadamente.

—Tranquila, no te va a pasar nada.

Me dio un empujoncito en la espalda y puse un pie dentro de la habitación. No veía absolutamente nada. Escuché cómo se cerraba la puerta y de alguna manera sentí la presencia de Az a mi espalda.

Me cogió por los hombros y avanzamos unos pasos por la oscuridad hasta que él se detuvo de golpe, haciendo que yo me parara también. No estaba segura, pero daba la sensación de que él sí era capaz de ver en la oscuridad, lo cual era una gran ventaja. Quitó una mano de mi hombro y palpó una pared. Agarró el pomo de una puerta que yo no veía y abrió.

Ante nosotros aparecieron unas largas y empinadas escaleras de peldaños estrechos en los que no cabía todo el pie. Sabía que era una escalera por la muy tenue luz que administraban unas antorchas de colores que había en las paredes. Eran bonitas, pero no proporcionaban luz suficiente. Iba a empezar a bajar, pero Az me dio la vuelta para mirarme a los ojos en la penumbra.

—Vale —susurró—. Eres una Demonio. Tienes catorce años y vas a cumplir quince en unos meses, por eso todavía no tienes alas ni cuernos. Te llamas Zara. Eres alegre y sonriente. Estás muy enamorada de mí y me gusta tu constante atención, por eso te aguanto. Llevamos juntos casi seis meses. ¿Me has entendido?

Asentí muy levemente, apenas perceptible. Me cogió de la mano y empezó a bajar las escaleras. Las paredes eran muy estrechas, así que íbamos en fila india. No estaba segura de si me había quedado muy claro «quién era». Pero tampoco tenía pensado hablar mucho. De todas maneras sólo íbamos a por el polvo de lapislázuli y nos iríamos. No entendía por qué tenía que tener una identidad falsa. Igual que no comprendía por qué me había asignado una personalidad completamente opuesta a la mía.

Terminamos de bajar las escaleras y Az se colocó a mi lado. Tuve que apretar la sujeción de su mano para evitar hacer cualquier otra estupidez al ver lo que tenía delante. Era... era impresionante. Una sala con paredes de cristal, que a la vez eran las paredes de un acuario gigante. El acuario estaba repleto de pequeños peces de colores que brillaban con luz propia e iluminaban el local. El suelo era de colores, pero era debido a que estaba hecho con trozos de piedras preciosas, incluido el lapislázuli. Había piedras rosas, verdes, azules... de todos los colores menos blancas como la del cuchillo que me había dado Az. Al mirar hacia arriba me quedé pasmada. El techo era abovedado de mármol blanco, con preciosos tallados; letras y símbolos extraños, dibujos y más incrustaciones de piedras translúcidas, que hacían a su vez de cristalera. Al ser los peces la única fuente de luz, todo estaba tenuemente iluminado, dando un aspecto de constante penumbra.

Los seres que bailaban allí no eran menos impactantes. Había chicos con el pelo de algún tono rojizo, con cuernos en la cabeza y preciosas alas con plumas de un color negro casi tan oscuro como los ojos del rubio a mi lado. Otros tenían el pelo desde rubio dorado hasta rubio platino, casi blanco, con alas blancas como la nieve. Todos los que tenían alas, las llevaban plegadas sobre la espalda, pero muchas debían de abarcar más de tres metros de envergadura. Los cuernos que algunos portaban sobre la cabeza eran curvos, otros rectos, los había también enrollados, pequeños y también largos. Había gente que no tenía ni cuernos ni alas, pero que llevaban ropa extravagante que los hacía resaltar igualmente.

El Beso de la Muerte. #1   [✓]Where stories live. Discover now