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Me despertaron unos insistentes golpes en la puerta. Fui a levantarme para abrir a quien fuera que estaba llamando, pero casi caí al apoyarme en la escayola. Estaba confusa. Ni siquiera estaba segura de por qué tenía rota la pierna. Era consciente de que alguien había peleado contra Az, y de que luego había desaparecido. Todo había ocurrido demasiado rápido como para que me diera tiempo a procesarlo. Pero estaba segura de algo: era obvio que Az no era normal, al menos no del todo.

Los golpes en la puerta continuaban y me estaba poniendo de los nervios. Miré por encima del hombro a Az, que seguía dormido profundamente, sin que le molestaran los golpes. Me detuve por un momento y me fijé en él. Era perfecto hasta dormido, con la boca entreabierta y un rastro de baba en la comisura de la boca. Y es que había algo en él. Algo que lo hacía tan especial y atrayente como siniestro. Era complicado de explicar; porque aquella perfección que poseía lo hacía muy diferente, misterioso y llamativo; pero algo detrás de aquello, resultaba oscuro, peligroso.

Continuaban los golpes de fondo, agarré a Az por el brazo y lo sacudí fuerte para que se despertara. Se quejó, y abrió los ojos con el ceño fruncido, claramente molesto por mi forma de despertarlo.

―¿Qué? ―preguntó poniéndose un brazo sobre los ojos, para ocultarse de la luz que entraba por la ventana.

―Llaman a la puerta, y yo no me puedo levantar ―respondí señalando la obviedad de mi escayola y los fuertes golpes que sonaban a unos cuantos metros. Suspiró pesadamente antes de levantarse de la cama.

Se agachó para coger su camiseta, pero estaba rota y manchada de un extraño líquido negro. La tiró al suelo de nuevo con un bufido. Me miró con cara de disgusto.

―Yo también estoy herido, por si no es evidente. ―Señaló su herida vendada.

La venda alrededor de su torso estaba manchada, pero no de sangre, sino de la misma sustancia que la camiseta en la zona del corte, y me preocupó el color tan oscuro del que estaba teñida; no era normal. Fruncí el ceño y lo miré, no se había movido del sitio para ir a abrir la puerta. Seguía parado junto a la cama mirándome fijamente.

―Tendrías que ir al hospital.

―No hace falta, luego traeré algo para que nos curemos más rápido, no te preocupes.

Salió por la puerta de la habitación. No escuché cómo llegaba a la puerta, pero sí el chasquido que produjo esta al abrirse. Podía oír el rumor de una conversación , pero no sabía identificar a quién pertenecía la segunda voz o qué decía. Me levanté de la cama y fui a la pata coja hasta la puerta de entrada. Aunque Az no me dejaba ver a la persona al otro lado de la puerta, supe por la voz, quién era exactamente.

―¿Galatea? ―pregunté algo extrañada. Sabía lo mucho que odiaba el barrio en el que vivía.

Al escuchar mi voz, le dio un empujón a Az para apartarlo de la puerta y poder pasar. En cuanto estuvo frente a mí me estrechó con fuerza, sin darse todavía cuenta de mi pierna rota. Al separarnos, vio la escayola ahogando una exclamación de sorpresa y disgusto, y me condujo al sofá. Se sentó a mi lado y me miró preocupada. Señaló la escayola con sus ojos clavados en los míos.

―¿Qué te ha pasado? Porque me parece increíble. Desapareces dos días; sólo dos, que no es que te hayas ido todo un año. Y de repente, tienes la pierna rota, al parecer te han reducido el turno en el trabajo y me abre la puerta este...―Señaló a Az, que entraba en el salón― individuo. Así que, ¿puedes hacerme el favor de explicarme qué te ha pasado?

Abrí la boca para responder, pero no supe qué. Tenía la opción de contarle la verdad, decirle que nos había atacado alguien y me había roto la pierna y a Az le había hecho un corte. O podía contarle otra mentira, y odiaba mentirle a Galatea, aunque fuera en algo tan sencillo como aquello.

El Beso de la Muerte. #1   [✓]Where stories live. Discover now